Reseñas de libros


Sibila de Eritrea

Sibila de Eritrea de Miguel Angel


Primavera 2009


Para inaugurar este apartado seleccionamos tres libros relacionados con el tema de las brujas, magas o hechiceras. El primero de los volúmenes es una edición extraordinaria del estudio de Federico González acerca del Tarot de Marsella, mazo oracular empleado por muchas mujeres como vehículo de Conocimiento de la realidad espiritual. El segundo se trata del libreto teatral del mismo autor titulado Noche de Brujas, autosacramental en dos actos que ha sido llevado a escena, recreándose en nuestros días un auténtico aquelarre; y por último de Mireia Valls, la obra Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente, uno de cuyos capítulos está dedicado a la teúrga Asclepigenia.



Portada del libro TAROT

 

Federico González, Tarot. mtm-editores, Barcelona, 2008. Este volumen de arte, hecho con lujo de detalles y buen gusto, es ante todo una invitación a la contemplación del libro mudo que es el Tarot de Marsella. Federico González ha rescatado el valor simbólico y teúrgico de este juego de naipes de orígenes medioevales que en realidad se remontan al Antiguo Egipto, alejándolo de la vejación y tergiversación a que se ha visto abocado hoy en día, y recordando las múltiples simbólicas atesoradas en sus láminas, en estrecha correspondencia con todas las ciencias herméticas, ya sea la numerología, la alquimia, astrología, música, geometría, etc., además de la presencia del simbolismo de los colores y de toda una iconografía universal y arquetípica que coagula en este conjunto de 78 arcanos, los cuales aparecen a todo color y acompañados de un desplegable en el que se establecen los vínculos de los Arcanos Mayores, los Menores y los de la Corte, con otro modelo cosmogónico universal también nacido en Occidente, que es el del Arbol de la Vida o Arbol Sefirótico de la Cábala.


El Tarot habla por sí solo, y además es operativo, o sea que actua a nivel subliminar en la conciencia de quien lo estudia y juega con él, abriendo puertas o espacios sellados bajo candado que la mente racional nunca se permitiría penetrar. Es por tanto un vehículo mágico del Pensamiento que revela esas facetas ocultas de sí mismo ubicadas más allá de la razón, es decir una Sabiduría arquetípica y universal que sólo la intuición intelectual que ha diseñado este mazo va desvelando.


Pero bien difícilmente se reconocerían las altísimas enseñanzas contenidas en este "juego de mesa" sin un intérprete que las fuera decodificando. Y eso es lo que hace el autor de esta sorprendente edición: leer en el interior de sus arcanos, con inteligencia, y poner al descubierto las analogías entre todos los órdenes de la existencia, desde el literal y material, pasando por el mundo intermediario del Alma, hasta el más alto relacionado con el Espíritu, además de señalarlo como un compendio o síntesis de la Ciencia Sagrada. En los tres capítulos previos a la exposición de las 78 cartas lo revela como un símbolo cosmogónico e iniciático por excelencia, y por tanto como un precioso soporte para la realización espiritual que permite al ser humano salir de la estrechez de la individualidad, universalizándose.


Siguen las páginas centrales con cada uno de los 22 Arcanos Mayores, en perfecta correspondencia con las 22 letras del alfabeto sagrado hebreo y los 22 Senderos de la Sabiduría que se recorren con el pensamiento y que conducen unívocamente a la vivencia de la Unidad del Ser; arcanos con sus acepciones al derecho y al revés, lo que da idea de la siempre presente dualidad en cualquier manifestación cósmica como símbolo de la polarización primigenia de la unidad en dos corrientes que conformarán la Creación entera. Luego los 40 Arcanos Menores, (10 por palo) con la significación esotérica y universal del denario y sus analogías con otras simbólicas, para terminar con las 16 figuras de la Corte, expresión de los 4 mundos simultáneos y jerárquicos del universo y sus interrelaciones. Láminas entrelazadas con un texto didáctico, aclarador, doctrinal, fruto de una experiencia directa con este oráculo; palabras e ilustraciones que se interpenetran constantemente conformando un discurso único.


Y tras el estudio, la meditación, la rotura de miles de prejuicios y el descubrimiento de las profundas enseñanzas contenidas en el Tarot, y no cualquier Tarot, sino el de Marsella, que es el que ha conservado más incólume el legado sapiencial de la Tradición Hermética, en contraposición a los cientos de engaños que se han inventado fulanitos y menganitos de nuestros tiempos, el autor propone al lector ponerse "manos a la obra" con el debido respeto, y jugar con este mazo sagrado, modelo del micro y del macrocosmos. Preguntar al Tarot es preguntarse a uno mismo y la respuesta es siempre un reflejo de una realidad interior. Todo está dentro, en la conciencia, y el Tarot actúa a modo de obstetra, como guía, como un conducto hacia la vivencia de la Unidad del Todo. Una tirada es un rito teúrgico que promueve la unión con lo comprendido y aún con lo que nunca podrá ser comprendido por su naturaleza Infinita. Las tiradas son mandalas, pequeños todos completos que con un encuadre determinado (la cruz, el arco, la espiral, el círculo, etc.) retratan la sincronicidad y simultaneidad de los mundos o estados de la conciencia, reunidos en un presente eterno que es la salida siempre abierta a lo Ilimitado.


Termina el volumen con un sintético diccionario de símbolos fundamentales del Tarot que cierran el Libro en el punto que puede ser otro principio, y tal como la rueda que está contenida en el nombre de Tarot (en latín rota = rueda) engarza un ciclo con otro, y éste con uno nuevo cuando acaba el anterior, el tarotista en su actividad mágico-teúrgica busca ubicarse en el centro del círculo para desde su inmovilidad contemplar el devenir sin quedar atrapado en él. M. V.

 

Reseñas sobre Tarot (en la página del autor)



Libreto Noche de Brujas

 

Federico González, Noche de Brujas. Ed. SYMBOLOS, Barcelona, 2007. Noche de Brujas. Noche de hogueras, de ritos antiguos, de encuentros secretos. Noche de muerte, de nupcias sagradas, de fecundación y regeneración. El sol se detiene y abre una puerta. El escenario se ilumina con la débil luz de las antorchas que portan los asistentes al aquelarre, los que trazan con su danza un círculo mágico alrededor del poste ritual. Las brujas aparecen y prenden el fuego, invocan a las potencias del cielo e inician la ronda en torno al eje, mientras emiten chasquidos y gesticulan compulsivas expulsando las influencias nefastas del lar. Sacralizado el tiempo y el espacio irrumpe el Diablo.


Toda la trama de este libreto teatral es un diálogo entre las brujas y su amo, un encadenado de ideas que fluyen en cascada y no dejan un respiro para atrapar con la razón todo lo que se está vertiendo. Si te quedas como mero espectador ajeno a lo que oyes, no entiendes nada, o te sientes atacado o sometido a un escarnio, e inmediatamente te escandalizas y juzgas con severidad. La mente y la moral son los jueces más despiadados para con uno mismo. Pero, ¿por qué no regalarse una oportunidad para ser, para conocer, para nacer a una nueva visión?


El teatro, tal cual lo entiende el autor de esta obra que está dedicando su vida a la actualización de la Filosofía Perenne, es una oportunidad para recuperar la memoria del ser del mundo y del hombre; una memoria que cobra vida y vigor cuando es representada, encarnada por los actores y los espectadores. Pues el que contempla también puede atravesar la puerta y participar del aquelarre, del rito de iniciación en los misterios de la vida, la muerte y la inmortalidad.


Un rito en el que se actualiza el drama cósmico, con sus leyes inmutables y su anárquico y paradójico equilibrio resultante de una conjunción constante de opuestos o complementarios. Un Cosmos sexuado que diablo y brujas simbolizan, los cuales ponen nombre a todo lo que supone un serio impedimento para la vivencia de lo sacro: el miedo, la rigidez, las ideas fijas, el perfeccionismo y preciosismo y cualquier otro "-ismo"; también lo cómodo y confortable, y los estrechos límites de un mundo materializado y capado de los otros invisibles que igualmente lo conforman.


Y a la par que estos personajes destruyen esquemas, dan los elementos para una reconstrucción totalmente identificada con la bastida del Universo. Dice el Diablo a las brujas: "Y ahora, aprended vuestras recetas y pociones, conoced palmo a palmo el mapa invisible, la geografía del otro mundo, incursionad en la Ciudad Celeste. Ensayad vuestros sortilegios y encantamientos y sobre todo estudiad minuciosamente y sin desmayo los antiguos textos de la ciencia y la naturaleza y los de vuestra propia vida, donde podréis leer como en un libro abierto, si vuestra actitud es la adecuada". O sea, la doctrina tradicional, las ciencias y las artes sagradas, los símbolos y los mitos universales y arquetípicos como soporte de realización espiritual. ¡Vaya sorpresa para las mentes pacatas!


Noche de Brujas
es para ser leída, visualizada y representada en el escenario interior de la conciencia. Es un texto de alquimia espiritual, que habla de la posibilidad real de transmutación y transformación del alma, en el sentido etimológico de estos términos, que no literal. El Diablo y las brujas son otra cosa bien distinta que la encarnación del mal, como pregona desde hace siglos la religión o las sectas que en nombre de estas entidades se dedican a las acciones más invertidas y contrainiciáticas. En cierto sentido el Diablo se relaciona más bien con la estupidez y la ignorancia, pero en un aspecto más profundo, que es el que se presenta en esta obra, es el símbolo de la energía de la pasión, que orientada en sentido vertical ascendente, constituye una aliada para atravesar espacios internos del pensamiento que conducen a la vivencia de la auténtica Identidad. M. V.

 

Link al blog de la Colegiata Marsilio Ficino
(fragmentos de vídeo de la representación teatral de la obra)




Portada del libro Mujeres Herméticas



Mireia Valls, Mujeres Herméticas. Voces de la Sabiduría en Occidente. mtm-editores, Barcelona, 2007.
A lo largo de la historia las mujeres han tenido desde siempre la posibilidad de acceder a unas vías de conocimiento, alrededor de cuyo eje se han vertebrado toda una serie de experiencias espirituales e iniciáticas que han culminado en la realización del Ser, a pesar de que sus gestas hayan permanecido aparentemente ocultas en relación a la de sus paredros masculinos. Así es en definitiva la naturaleza de la energía femenina, oculta, oscura, pasiva y receptiva respecto a su complementaria masculina, activa, luminosa y expansiva.


En su libro, Mireia Valls rescata la vida ejemplar, valiente y entregada de algunas de estas féminas que desde los tiempos míticos hasta nuestros días, han ido encarnando, transmitiendo y manteniendo vivas las ideas universales y arquetípicas de la Tradición en occidente. Tal como nos desvela la autora, las posibilidades de realización interna de las mujeres en el devenir histórico, han estado íntimamente vinculadas a sus oficios o funciones y ha sido a través de ellos que han conectado con el cuerpo de ideas que constituye el núcleo inmutable de la Filosofía Perenne, abriendo sus corazones a la experiencia plena del Amor. Desde la diversidad de tiempos y enclaves geográficos en los que les ha tocado vivir, filósofas, guerreras, poetisas, amas de casa, reinas, artesanas o sacerdotisas, han dado testimonio de sus experiencias no sólo con el ejemplo ya de por si significativo de sus propias vidas, sino también a través de sus enseñanzas y de sus obras o las de sus discípulos.
 

Con un texto de estilo elegante y exquisito gusto, bien ordenado y enriquecido con numerosas citas de relevantes autores que contribuyen a una mejor comprensión del entorno que enmarcaba la vida y la obra de cada una de las protagonistas, Mireia Valls nos propone un apasionante viaje, interior y exterior a la vez, de la mano de estas hembras sabias, permitiéndonos fluir por las aguas de la Tradición, que ora afloran a la superficie, ora se repliegan en la intimidad de los corazones de unos pocos adeptos, según la etapa histórica a la que se refiera, aunque ni en un caso ni en el otro se detengan jamás, en su impetuoso afán por fundirse con la totalidad del océano.


El recorrido se inicia en los tiempos míticos, con la primera mujer alquimista, María la Hebrea, maestra del arte alquímico, cuyos orígenes se sitúan en Egipto y a la que se le reconoce una antiquísima filiación tradicional, como hermana de Moisés, entroncada por tanto con la tradición judía.


Continúa con un apunte biográfico sobre el personaje de Pitágoras y la escuela que él mismo fundó en Crotona en el s. VI a. J. C. La autora cita a una de sus más representativas féminas, Téano, su esposa, de cuya abundante obra sólo nos ha llegado algunos aforismos y fragmentos de cartas. Y también pone de relieve el hecho de que Pitágoras, a través de la función oracular de las sacerdotisas en los templos de Delfos y Dodoma, reconoció a las mujeres como vehiculadoras de los mensajes celestes y que, por este motivo, las féminas cualificadas tuvieron siempre la oportunidad de acceder a los misterios de la Iniciación en el seno de su fraternidad.


Unos siglos después, Hypatia de Alejandría, toma el relevo como heredera de las doctrinas neoplatónicas y neopitagóricas, en la transmisión de la corriente tradicional. Hypatia fue una mujer entregada y sabia que dedicó toda su vida a la enseñanza de las matemáticas, la astronomía y la filosofía en el Museo de su ciudad natal.


Pero  llegados a este punto, es preciso hacer un alto en el camino y dedicarle una especial mención a la  teúrga Asclepigenia, que vivió en Atenas en el s. V d. J. C., no por ser ella más importante que las demás mujeres, sino por representar la esencia del arte teúrgico, por encarnar a una auténtica maga que se forjó bebiendo de la sabiduría de los Oráculos Caldeos. Asclepigenia, la del "linaje de  Asclepios", la vinculada espiritualmente al dios de la medicina, es descendiente de Plutarco de Atenas, de quien hereda los secretos de esta ciencia sagrada, la teúrgia, que con todo amor y dedicación entrega a Proclo, haciéndolo con ello heredero de su bagaje espiritual. Asclepigenia -nos dice la autora- "nos ha revelado el arte de armonizar los opuestos o de conciliar los complementarios, para alcanzar, en cada estado de la conciencia, la contemplación de la resolución de toda aparente dualidad en la unidad esencial, y es por ello símbolo de la superación de la muerte por la adscripción al vínculo imperecedero del Amor, que posibilita la participación en los misterios de la inmortalidad. El arte de la teúrgia -continúa- sólo podrá encararse una vez el iniciado renazca a la realidad del Ser, y a partir de este momento, todo es unidad, pues las prácticas y ritos de la teúrgia no consisten sino en un 'tuteo reiterado con los dioses', no habiendo ya ninguna distancia entre el que busca y lo buscado. El alma del teúrgo, debe retornar a su origen". Y sigue: "Teúrgia es unión, supresión de la 'distancia' y circulación permanente de las energías emanadas del Principio a través de todos los canales del organismo vivo que es el Cosmos. Lo milagroso no es un poder especial de la individualidad, sino la paradójica irrupción del Principio Supremo trascendente a través de sus emanaciones, las ideas, o esas energías llamadas dioses, que con su circulación, recrean perennemente el universo, siendo el hombre el que, haciéndolas conscientes, contribuye a su vivificación. El teúrgo se asimila así a un símbolo por el que se transmiten energías o vibraciones que él canaliza con total prescindencia de su aprobación o desaprobación personal".


Prosiguiendo por el sendero que traza la Ciencia Sagrada en el devenir histórico, Mireia Valls nos presenta a la beguina Margarita Porete, otra de las féminas depositarias del tesoro hermético que afloró con fuerza durante la Baja Edad Media y hasta bien entrado el s. XIV. En su obra más emblemática El espejo de las almas simples, Margarita traza un itinerario de siete eslabones, que al ser ascendidos o traspasados por el Alma, promueven su liberación y el acceso al "país de la vida", apelando a ser lo que se conoce y a realizar este trayecto sin intermediario, con el solo rapto del rayo divino.


Ya a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, la Tradición se repliega. Los caminos de realización interna propios de las mujeres que habían estado repartidos entre los monasterios, los talleres artesanales y determinados oficios, se ven cada vez más comprometidos y el camino de búsqueda se torna difícil y solitario, tal y como lo testimonia la prolífica obra de Cristina de Pizán, mujer que compaginó las funciones propias de su ser femenino social con el conocimiento y el estudio de la cultura tradicional, de las ciencias y las artes liberales, todavía accesibles para ella por el hecho de haber crecido y vivido en la corte parisina del rey Carlos V "El Sabio".


También Sor Juana Inés de la Cruz, mejicana de cuna que vivió en el s. XVII, nos legó una obra relevante para la transmisión del Conocimiento hermético. Ella entregó su vida al estudio y la observación de la Ciencia Sagrada desvelando su esencia con entusiasmo tanto en la trama de los libros sapienciales como entre los fogones del convento de San Jerónimo, cuando la jerarquía eclesiástica le negaba el placer del estudio, auténtico alimento para su espíritu.


El viaje termina con un relato de las condiciones de confusión y de caos que planean sobre las posibilidades de la realización espiritual para los hombres y mujeres de nuestros días y que hacen realmente difícil el adentrarse en la aventura del Conocimiento. Es importante para los buscadores actuales permanecer anclados con fuerza y determinación en la idea de que -como dice la autora-, el pensamiento tradicional no ha desaparecido, sino que permanece oculto y protegido de la oscuridad que pretende no sólo ignorarlo o banalizarlo, sino perseguirlo hasta su aniquilación, cosa verdaderamente imposible. El propósito de este último capítulo es pues el de centrarse en la situación actual de la mujer en cuanto a su iniciación se refiere y es en este sentido que Mireia Valls, nos propone abrir puertas y traspasar su umbral de la mano de diversos autores e instituciones modernas que han difundido y difunden enseñanzas esotéricas entroncadas con la Ciencia Sagrada, así como a través de la labor de las editoriales que se han dedicado a recopilar y publicar los textos fundamentales de la Tradición hermética y de sus sabios, sin olvidar el acceso a los catálogos y fondos de muchas bibliotecas universitarias o institucionales a través de Internet, que han digitalizado numerosos libros sapienciales de nuestra cultura, verdadero legado para toda la humanidad, con el fin de poder ser consultados y estudiados por los amantes del Conocimiento.


La autora hace una mención especial a la revista SYMBOLOS y a la editorial que lleva su mismo nombre y que difunde el pensamiento hermético desde hace más de 15 años, considerándola como lo más completo, actual y vivo en la transmisión de la Tradición Hermética y cuyo contenido -afirma-, está libre de envaramientos aunque presentado con todo rigor y autenticidad. La revista ha ido publicando artículos sobre las distintas disciplinas de la Ciencia Sagrada y destaca el contenido de alguno de sus volúmenes monográficos como el dedicado a la labor del metafísico francés René Guénon, el programa didáctico de enseñanza tradicional "Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha" o el titulado "Lo Femenino-La Mujer". También apunta que la revista está presente en el medio cibernético, formando parte del anillo de páginas -Symbolos.com- con las que se vincula, todas ellas relacionadas con la Ciencia Sagrada. Acerca del Programa Agartha, la autora lo presenta como una didáctica que vehicula de forma gradual y escalonada, ideas o energías-fuerza implícitas en la doctrina revelada que dicho Programa encarna, confraternizando a los solitarios y solitarias de los distintos países del mundo que desean recorrer el camino espiritual y ayudándoles a conectar con su maestro interno, único guía en el sendero de la autorealización, advirtiendo que en este arriesgado proceso el único compromiso válido es el que adquiere cada cual consigo mismo.


Por último, Mireia Valls nos habla de la Orden masónica presentándola como la única organización tradicional en Occidente que se ha mantenido viva hasta nuestros días y que ofrece a la mujer occidental la posibilidad de poder recibir la iniciación y hacerla efectiva en su interior, a través de un rico soporte ritual y simbólico que la sostiene y dirige en esta apasionante labor interna. La autora relata como, originariamente, la Orden masónica era apta sólo para la naturaleza masculina, porque la acción ritual de edificación interior se apoyaba y proyectaba sobre la construcción material de templos, edificios, palacios, etc., pero que a partir del nacimiento de la Masonería especulativa a principios el siglo XVIII, cuando la construcción se recluyó en un ámbito exclusivamente interno, las damas tuvieron al fin la oportunidad de vincularse a la Orden y trabajar en las Logias. No elude, sin embargo, el denunciar la actitud de muchos masones que han utilizado y utilizan el trabajo en Logia como trampolín para alcanzar propósitos profanos como el de procurar prestigio social, poder o cultura, o incluso la lucha que demasiadas mujeres mantienen con los hombres, al abrigo de la Orden, para conseguir una igualdad de derechos y oportunidades con la consiguiente competencia, división, rechazo y desvirtuación que todo ello promueve en el seno de la Organización y en la imagen que ésta proyecta en la sociedad. Nos advierte también en su relato de que son pocas las Logias que trabajan con un espíritu simbólico o sagrado, realizando el rito con perfección y conciencia y dejando en la puerta del Templo la vida particular de cada adepto, sus egos y su ilusoria psiqué individual, condición ésta imprescindible para devenir símbolos en acción y recrear al Ser universal del que la Logia entera es un reflejo. E. T.



Otoño 2009


Hemos incorporado dos nuevos títulos a esta sección. El primero es un texto del siglo XV en el que un grupo de mujeres se transmiten Los Evangelios de las Ruecas, lo que por su título es afín a la temática de las tejedoras y el arte del tejido que tratamos en esta actualización. La segunda obra es una novela de Federico González, Defensa de Montjuïc por las donas de Barcelona, una farsa en la que unas pocas mujeres de hoy en día encabezan una revolución para defender Barcelona de los múltiples ataques contratradicionales que la acechan, apoyándose en una serie de conocimientos cosmogónicos de los que son depositarias y en la práctica de artes mágicas de ligaduras y ataduras con las que provocan el resurgimiento de una nueva realidad.


Portada del libro Evangelios de las ruecas


Anónimo, Evangelios de las Ruecas. José J. Olañeta Editor, Palma de Mallorca, 2000. Tratado del siglo XV que recopila una serie de saberes populares conservados y practicados por las mujeres desde tiempo inmemorial, que al ser registrados por escrito han llegado hasta nosotros, habitantes del siglo XXI, dando testimonio de unos conocimientos ancestrales de los que muchas hembras eran depositarias.


Seis mujeres se reúnen durante seis días consecutivos con otras acólitas en el lugar y hora establecida, y mientras realizan labores de tejeduría leen los Evangelios de las Ruecas ante un secretario varón que toma nota de todo cuanto se transmiten.


Estamos ante uno de los escasos documentos de finales de la Edad Media que dan cuenta del mundo simbólico y por tanto mágico vivido a través de hembras sencillas, aunque diestras conocedoras de las leyes universales que conforman el cosmos. En realidad se reconocen herederas de un saber arcano y primordial, pues al decir del escribiente: "Según lo que encuentro en los registros antiguos, estos Evangelios fueron comenzados desde la primera y segunda edad del mundo, en el tiempo en que reinaba el fuerte y poderoso rey Zoroastro, que fue el primero en descubrir el arte de la necromancia, que mostró y enseñó a la reina, su mujer, llamada Hermafrodita, la cual hizo después bellos principios para el comienzo de estos Evangelios. Pero no fueron acabados en su tiempo, y así, de edad en edad y de siglo en siglo, fueron multiplicados e infundidos en el espíritu de las mujeres prudentes, cada una en su tiempo, según los augurios y signos que cada una de ellas podían ver y concebir, tanto en la tierra como en el aire..." (pág. 38-39)


Y la que es presidenta de las reuniones, la ya anciana Dama Ysengrine du Glay, empieza así su alocución del primer día: "Mis muy queridas vecinas y compañeras, (...) creo que sería bueno, si estáis de acuerdo conmigo, que hagamos, con la ayuda de nuestro secretario y amigo, un pequeño tratado de los capítulos que queremos conservar y poner por orden, los cuales provienen de nuestras abuelas y nuestras antepasadas, a fin de que nuestros dichos no caigan en el olvido y puedan llegar a las manos de aquellas que están todavía por venir. Este tratado contendrá los capítulos de los Evangelios de las ruecas, así como las glosas que algunas sabias y prudentes matronas añadieron a ellos y añadirán todavía, para aumentar el texto..." (pág. 42-43)


Nos interesa destacar del tratado no tanto su contenido mágico, teúrgico y adivinatorio -que por supuesto no carece de interés y que de alguna manera documenta y amplia lo que ya se ha dicho en este sitio web acerca de las mujeres medicina, brujas o magas-, sino atender a la estructura de la obra y al entorno en el que se desarrolla.


Todo acontece en el transcurso de seis veladas, como seis es el número de días a lo largo de los cuales se despliega simbólicamente el mundo, no sólo según lo formula la Biblia sino también tal como aparece en otros textos sagrados, ya que dicha cifra, la del 6, se corresponde desde el punto de vista esotérico con el macrocosmos, y también con el Sello de Salomón, símbolo por excelencia de la analogía y del pensamiento a que da nombre, el único capaz de penetrar conocimientos que escapan de lo racional, y que por supuesto no son irracionales sino suprarracionales o supranaturales. Y no es porque sí que estas hembras se congregan y platican mientras están entregadas a labores de tejido, pues este arte, lejos de ser un entretenimiento o una labor menor empleada para mantener el servilismo de la mujer, tiene un alto valor cosmogónico. Es, entre muchas cosas, un rito de recreación universal, y un apoyo para conocer los secretos que religan los mundos entre sí y todos ellos con su Principio. Por eso no es de extrañar que la transmisión de esos misterios la realicen a la par que con sus manos y gestos reproducen ideas análogas.


"La noche del lunes, entre las seis y las ocho, después de cenar, las citadas damas se reunieron, así como todas las vecinas que tenían costumbre de venir y algunas otras que fueron invitadas y que hasta ese momento no habían acudido nunca, para escuchar el misterio que allí debía celebrarse. Dama Ysengrine du Glay llegó acompañada de varias damas conocidas suyas, y todas ellas llevaron sus ruecas, lino, husos, tendederos, astas y utensilios que sirven para su arte. (...) El asiento de Dama Ysengrine estaba preparado en uno de los lados, un poco más alto que los demás, y el mío junto al suyo. Ante mí, un pequeño soporte en el que se había dispuesto una lámpara de aceite para iluminar mi trabajo; todas las asistentes tenían el rostro o la mirada vuelta hacia Dama Ysengrine, la cual, después de obtenido el permiso, comenzó a hablar así." (pág. 46)


Efectivamente, tejiendo, cosiendo y bordando las mujeres de innumerables culturas vistieron por siglos a sociedades enteras, desde reyes y emperadores a nobles y ejércitos completos, pasando por la confección de trajes apropiados para el desempeño de cada oficio, época del año y edad, festividades y ritos específicos, etc., etc. Además, no solamente procuraban el abrigo de los cuerpos y los signos distintivos de los miembros de la comunidad, sino que también confeccionaban el "ropaje" de las casas, granjas, palacios y templos: ajuares completos con materiales variados, desde la pura lana, el lino, el algodón, pasando por la delicada seda con la que realizaban verdaderas obras de arte. Trabajaban en el hogar, aunque también se tiene constancia de la existencia en la Edad Media de diversos gremios integrados por mujeres, teniendo muchos de estos oficios un carácter iniciático y siendo por tanto un soporte ritual para acceder al conocimiento de la cosmogonía. Se sabe de artesanas sederas, bordadoras, ropavejeras, pañeras, hilanderas, fabricantes de ropa, brocanteras, y más, que trabajaron en talleres, pagando los impuestos correspondientes y recibiendo sus salarios.


Evangelio significa buena noticia. Las "buenas noticias de las ruecas" escritas en el siglo XV se han prolongado hasta el día de hoy, ya que sigue viva la Ciencia Sagrada y hay quien la encarna en su vida cotidiana. Ciertamente muchos aspectos de sus enseñanzas se han perdido, se ha olvidado el sentido interior de la mayoría de símbolos y prácticas rituales, tal el caso de gran parte de lo que se explican esas viejas tejedoras en sus encuentros vespertinos, pero la Ciencia Sagrada, adaptándose a tiempos, espacios y geografías, todavía estampa sobre el alma el manto de luz y sonido que evoca en quien lo contempla o escucha su origen eterno. M. V.



Portada de la novela Defensa de Montjuïc...

 

Federico González, Defensa de Montjuïc por las donas de Barcelona. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2009 ¿Cómo puede ser que una pequeña novela se abra a innumerables posibilidades de intelección y a modo de juego total o "panludo" teja una trama tan alejada de la anodina literatura actual?


Ahora que se aborda el tema de las tejedoras y el arte del tejido queremos referirnos a esta obra porque, aunque sea de forma tangencial, se relaciona con estas cuestiones. Estamos en pleno siglo XXI, y un pequeño grupo de mujeres vinculadas a la montaña de Montjuïc descubre un complot cernido por fuerzas disolutivas de distinta índole que buscan acabar con el legado tradicional de nuestra cultura, simbolizado por el cerro que antaño fue una isla. Esas mujeres, a través de una amplia red de comunicaciones, contactos y vinculaciones, no sólo con entidades oficiales y "underground" de la ciudad, sino principalmente con los seres invisibles que habitan distintas instancias del universo, emprenden una revuelta y defensa heroica de Barcelona, símbolo de la defensa del fuero interno donde reside el Principio o Espíritu Universal.


¿Cómo consiguen tejer esta red, este entramado mágico que las convertirá en las abanderadas de una revolución que no tiene ninguna pretensión particular, sino mantener la lucidez de la conciencia de los hombres y mujeres de nuestra época y hacer que conozcan "los signos de los tiempos" acompasándose a ellos?


Sus herramientas de trabajo son la palabra, la investigación en la doctrina hermética que conocen de primera mano, y la práctica de ritos mágicos de ligaduras y anudamientos tejidos con hilos de colores sobre una maqueta del monte que guardan en su centro de encuentros, todo lo cual crea una atmósfera que se mueve entre la realidad y la ficción, de manera que el lector que agarra la onda acaba por reconocer como más real la visión del mundo que estas sabias mujeres nos ofrecen.


Bajo el disfraz de la farsa, aflora el mundo mágico de analogías y relaciones de las múltiples y simultáneas dimensiones de un solo Universo, y ante el peligro del inminente "jaque mate" que busca poner fin a este mundo, aquellas perspicaces mujeres que en su vida cotidiana tienen los oficios más dispares (periodistas, trabajadoras de transportes públicos, amas de casa, etc...) no se dejan amedrentar y emprenden una lucha secreta, que es una imagen de la auténtica lucha interna que cada quien debe acometer para conocer la realidad más interna de su ser, que es uno con el Ser Universal.


El carácter de sus reuniones guarda un cierto paralelismo con los encuentros de las tejedoras del siglo XV protagonistas de los Evangelios de las Ruecas, en el sentido que se desarrollan a cubierto de las miradas profanas, y en ellos se efectuan los ritos mistéricos de transmisión de una doctrina que no es erudición ni fantasmagoría, ni tampoco cuestiones de tipo fenomenológico, sino la circulación de una enseñanza muy amplia, la de la cosmogonía y sus leyes, que cobra vida y se realiza en el alma de aquéllas que la encarnan en toda su plenitud. Esta es la atmósfera de una de sus reuniones en el sótano de una librería esotérica:


"El día 24 a la mañana, la Hermana Superiora estaba instalada en su sitial acompañada por sus Hermanas acólitas y entenadas, este último el caso de Laia en este momento. La única novedad que podía observarse en el local era una maqueta grande del Montjuïc con todas sus especificaciones, lugares, cerros, monumentos, construcciones y dimensiones adecuadas a su tamaño. Se encontraba al pie del atril de la Superiora y frente a ella tres neófitas anudaban y desanudaban constantemente en silencio lazos de distintos colores.


La Hermana Esmeralda, sentada en el sitial de la secretaria de actas pidió permiso a la señora Julia para descifrar lo que dijo en una sesión anterior la profetisa, que había vuelto al local, y que para los que no estaban familiarizados con este lenguaje sólo les parecieron voces guturales sin sentido o exabruptos, que sin embargo estaban poblados de expresiones en catalán antiguo e incluso con manifestaciones actuales de la lengua de Oc, que eran comunes en la Vall d’Arán. La Hermana Esmeralda tradujo en líneas generales: 'Empieza a correr la voz de que con cualquier pretexto "ellos" quieren apropiarse del monte, perimetrarlo con alambradas, porque se sabe que allí hay siete célebres tesoros desde épocas remotas, de cartagineses, romanos y piratas, de los barcos que venían de Ampurias y recalaban allí, y desde este enclave los trasladaban a otros montes que por su carácter sagrado se suponían inviolables, tal el de Montserrat e incluso el Tibidabo, con cuyos medios y la colecta pública se construyó la enorme iglesia bendiciendo las alturas. Ellos tienen la idea de que hay prodigiosos tesoros ocultos en esos montes (oro, metálico, arqueología, joyas) y quieren comenzar por explotar el Montjuïc. El mal también participa de estos negocios y quiere obtener una concesión para explotar geológicamente el lugar y que se efectuará sin menoscabo de sus aspectos turísticos, de recreación y culturales. También dice la profetisa que ella tiene otras hermanas enteradas de este secreto y todo esto es la réplica actual de otras mujeres que nos precedieron'.
La Hermana Chela, que era una de las habituales, comentó:


-Me parece extraordinario y un poco confuso, y creo que no se corresponde con lo que nos dijo aquí la profetisa.


-Sin embargo, en las notas que he tomado como en otras oportunidades lo he hecho, estos sonidos indicaban, transpuestos a un lenguaje actual, lo que la santa mujer reveló en su última visita privada, aclaró Esmeralda". (pág. 149-151)


La simbólica de las ligaduras y ataduras utilizada por el escritor argentino que también es autor de una extensa obra de ensayo sobre alquimia, metafísica y otros códigos de la Tradición Hermética, aparece en otros autores esotéricos, tal el caso de Abulafia, cabalista del siglo XIII nacido en Zaragoza. En diversas ocasiones Abulafia se expresa en términos en los que equipara al Cosmos con una red de mundos concatenados vinculados a través de hilos anudados -siendo los nombres de poder, el lenguaje o la palabra ese hilo mágico-, que deben ser religados o desatados o ambas cosas simultáneamente para conocer todos sus recovecos y lo que es más importante, al artífice que teje la obra. Nos permitimos citar algunos pasajes de una de las obras de este cabalista recogida por Federico González y Mireia Valls en su libro Presencia viva de la Cábala. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006:


"El individuo está ligado a los nudos del mundo, del año y del alma (al espacio, al tiempo y a su persona), y a través de ellos se religa al mundo de la naturaleza, y si desanuda estos lazos que lo ligan, se unificará a Aquél que está por encima de ellos y que vela por su alma como El lo hace por todos los que invocan el nombre de YHVH, y que son los que lo temen y meditan sobre su Nombre, y que son llamados perushim (separados), poco numerosos, [y] que se separan [del mundo] para conocer a Dios..." (pág. 154)


Y este otro:


"Es necesario religar e intervertir un nombre con otro y renovar un problema, religar lo que está desanudado y disociar lo que está ligado con los nombres bien conocidos, haciéndolos girar (y corresponder) con los doce signos (del zodíaco), con los siete planetas y con los cuatro elementos, hasta que aquello que anuda y desanuda se libere de las categorías de lo prohibido y de lo permitido..." (pág. 154)


Todo esto hace cuestionarnos: ¿A qué estamos atados? ¿A una existencia que transcurre en un plano horizontal y cronológico donde un día sucede a otro y se van sumando años sin otra novedad que hoy tengo una arruga más que ayer y una menos que mañana? ¡Que anodina, absurda y sinsentido es la vida del ser humano occidental atrapado en el cuerpo y la mente de individualidades que no recuerdan que son muchos más que lo que ven y perciben sus sentidos y su raciocinio cartesiano!


Pero ese más que uno es, sólo puede ser reconocido entregándose a una total revolución de los esquemas, y abriendo la mente a sus dimensiones superiores, que ya no son una posesión particular ni mucho menos de un inconsciente colectivo, sino una mente universal cuajada de ideas y arquetipos que la Vía Simbólica va poniendo al decubierto.


Por otra parte, claro que el universo es como un inmenso tejido pluridimensional, donde cada cosa sensible se liga a otras de sutiles y aún a otras, pero este tapiz no es una "mansión" en la que quedar atrapado, sino justamente la escalera que debe ascenderse para encontrar la puerta cenital y poder salir de él, alcanzando así la liberación de toda contingencia y accediendo a lo verdaderamente ilimitado e innombrable. Aunque para escalarlo, hay que conocerlo, y de ahí la inestimable ayuda de la doctrina, del conocimiento esotérico, interior, simbólico. Ya hace siglos, Cornelio Agripa se expresaba también con términos cercanos a lo que estamos comentando en su Filosofía Oculta (Ed. Kier, Buenos Aire, 1998):


"El Espíritu de los hombres tiene cierta virtud de cambiar, atraer, impedir y ligar las cosas y los hombres a lo que él desea, y todas las cosas le obedecen cuando alcanza gran exceso de pasión o virtud, de manera que supera a aquello que liga. Pues lo que es superior liga a lo que es inferior, y lo convierte en sí, y lo inferior también se transforma o se dispone y agita en otro sentido. Es así que las cosas que tienen un grado superior estelar ligan, atraen o impiden a las que tiene un grado inferior, según su concordancia, desproporción o diferencia." (pág. 109)


Y en otro momento nos dice el mago renacentista:


"Pues la piedras y los metales concuerdan con las hierbas, y éstas con los animales, y éstos con los cielos; éstos con las inteligencias, y éstas con las propiedades divinas y los atributos de Dios, y con Dios mismo, a cuya imagen y semejanza fueron creadas todas las cosas. (...) La divinidad se liga al espíritu; el espíritu al entendimiento; el entendimiento a la intención; la intención a la imaginación; la imaginación a la sensación; la sensación a los sentidos, y éstos a las cosas. (...) Debido a que existe tal vinculación y continuidad de la naturaleza, toda virtud superior, al expandir sus rayos, congruente y continuamente, sobre todas las cosas inferiores, pasa hasta las últimas y hasta los extremos, o lo penetra todo; de manera que las cosas inferiores llegan mutuamente a las superiores. Así, las cosas inferiores tienen tal vinculación con las superiores, que las influencias que provienen de su jefe, como de la primera causa, van como por una cuerda tendida hasta los últimos extremos, y penetran totalmente hasta el fondo; pues si se toca un extremo, tiembla todo, de manera que este contacto resuena en el otro, y si enmudece la cosa inferior, la superior también enmudece, a lo cual responde, como las cuerdas de una guitarra bien puesta a tono." (pág. 58)


En el tablero pluridimensional del panludo cósmico que nos revela esta trepidante y sorprendente novela, la mano sinietra de las fuerzas contratradicionales lanza jugadas que cercan o acorralan cada vez más a las de la diestra (encarnada por el grupo de las mujeres salvaguardadoras de la tradición), dibujando un escenario teñido cada vez más por el horror y la agonía de este mundo, aunque simultáneamente florecen posibilidades de regeneración, previas al fin de un tiempo que se agota, al ocaso de esta civilización también profetizado por la enigmática sibila de Montjuïc.


"En la noche de ese día 26 se reunieron las Hermanas en su local habitual. Iban todas vestidas con sus mejores galas, muchas de ellas acompañadas de sus hijos y esposos, puesto que la reunión que se matenía ese día era denominada "Blanca", o sea apta tanto para hombres y mujeres como para extraños a la organización. Todas pasaban por turno frente a la maqueta que estaba ubicada, como recordaremos, frente al púlpito de la Superiora y deshacían los papelitos que se habían anudado en días difíciles, y los sometían al fuego de unas velas de color rojo donde se esfumaban en el aire. Encabezaron estas procesiones las niñas y las jóvenes vírgenes seguidas por las más ancianas, y finalmente por las señoras en activo aún en edad de producción. Asistió también la profetisa del Montjuïc, que entonó unas endechas bellísimas que conmovieron y por momentos espeluznaron al auditorio. Se ofreció a todos los presentes un vaso de agua sagrada, helado, extraído de las profundidades más remotas de la montaña. En un momento dado, y sin previo aviso, los aplausos surgieron por doquier y duraron largos minutos, mientras las lágrimas, las risas y las sonrisas de alegría se reflejaban en todos los rostros, pareciendo que la ingestión de ese líquido había producido en todos un efecto transmutatorio. Luego se repartiron luces de bengala entre los asistentes y éstos se retiraron de modo ordenado, marchando por el Paralelo cada quien rumbo a su morada." (pág. 171-172)


Novela enigmática -que se mueve en el filo entre la realidad y la ficción, la vigilia y el sueño-, urde interrogantes e insinua el hilo de la enseñanza tradicional, que a modo de hilo de Ariadna señala el sutil sendero que atraviesa el gran telar cósmico y se abisma finalmente en la Realidad Absoluta e ilimitada.


Remitimos al lector al sitio web de Federico González, donde encontrará la obra por entregas y otras reseñas que ponen el acento en cuestiones igualmente presentes en su entramado. M. V.


Link a la página de Federico González Frías




Primavera 2010


Publicamos la reseña de dos títulos que se refieren a gestaciones, alumbramientos y seres que viven estos procesos desde un punto de vista simbólico e iniciático. El primero es un pequeño volumen que reúne los guiones teatrales escritos por miembros de la compañia Colegiata Marsilio Ficino bajo el título de Festival de Monólogos. Se trata de ocho piezas, en cartel en Barcelona durante la primavera pasada, en las que se habla del despertar de la conciencia, del nacimiento a una nueva realidad y del proceso que lleva aparejado, análogo al de una gestación, parto y crecimiento. El otro volumen es el diálogo de Platón Teeteto, donde Sócrates nos revela su función de obstetra.


La Colegiata Marsilio Ficino
en su espectáculo "Festival de Monólogos"


Colegiata Marsilio Ficino, Festival de Monólogos. Barcelona, 2010 El teatro es para actuarlo y verlo, pero también para leerlo y recrearlo en el gran escenario de la conciencia del lector. Es por esto que se ha decidido publicar este conjunto de monólogos escritos e interpretados por miembros de la Colegiata Marsilio Ficino. Unos textos aparentemente distintos, pero unidos por un único cordón umbilical.


Son ocho hombres y mujeres que han nacido al estado humano en las más distintas circunstancias espacio-temporales. Cada uno, en su intimidad, solo o rodeado de otros personajes (el mismo público está incorporado), nos habla de su ingreso en la matriz del cosmos y de su segundo nacimiento: de la posibilidad prototípica que se le ha otorgado al ser humano de morir a la concepción estrecha, parcial y limitada de sí mismo y de despertar o renacer a su auténtica identidad. Empresa nada fácil, diríamos que casi imposible, de no ser por los coadyuvantes a este alumbramiento: los símbolos de la Ciencia Sagrada, verdaderos obstetras del alma.


Un hombre pone su vida en juego y tira los dados sobre el tablero de "La Oca", un juego tradicional que describe el viaje del alma en pos de su destino suprahumano; otro, releyendo una carta que escribió en su juventud, recuerda el despertar de su conciencia a aquello siempre anhelado o presentido en su alma. Una mujer consulta al oráculo y se produce el completo derrumbe de la irrealidad e ilusión del mundo, a la vez que se abre la puerta de "La casa de Dios", nombre de la carta XVI del Tarot que es el consejo de la tirada; una escritora va devanando el hilo de la madeja de la tradición, mensaje que emana de lo más hondo de una caracola, y decide a escribirlo para transmitirlo. Un reo de la inquisición espeta verdades ante un tribunal de "sabios" que lo juzgan, y que nada comprenden de su labor alquímica que pasa por muertes y resurrecciones interiores. Otra mujer anónima habla de su encuentro liberador con la Ciencia Sagrada, al igual que hace el director de un observatorio astronómico, que descubre, por fin, que el conteo de las estrellas no le dice nada acerca del universo. Corona la obra una mujer sola en una encrucijada, la que se dibuja en su corazón, donde se une el cielo y la tierra, el sol y la luna, y donde todos los opuestos se han conjugado en el centro del mundo para así, por el centro, salir de él.


¿Que tienen estos recorridos vitales que se alejan tanto de la simple exposición anecdótica de las vivencias y emociones de un ser "x" en una circunstancia "y" que los hace tan tremendamente evocadores?


Que lo anecdótico ha dejado de vivirse como un fin en sí mismo, y es sólo la manifestación simbólica de un recorrido arquetípico, el que cada ser humano está llamado a transitar, monologando consigo mismo.


En un instante en que los astros dibujan un mapa irrepetible en el cielo, nace cada hombre y cada mujer. Inicia su andanza en este mundo, y tarde o temprano o quizás en el mismo instante que cruza el umbral entre la vida y la muerte, se pregunta: ¿Quién? ¿Quién soy y qué es este mundo? Este tránsito humano, ¿es solamente un recorrido lineal, una sucesión de experiencias más o menos interesantes en un plano limitado? ¿Por qué me hago preguntas? ¿Y qué diablos es el pensamiento? ¿De dónde viene y a dónde me lleva? ¿Tú también piensas? ¿Tienes millones de preguntas sin respuesta que por miedo o pereza disimulas bajo el disfraz de la distracción y pospones enfrentarlas porque estás muy ocupado? Ocupado, ¿en qué? ¿En ver como se escapa vertiginosamente la vida de las manos y vives una existencia mísera, llena de carencias, restringida a unos encuadres pequeños, familiares, educacionales, sociales, geográficos, culturales, religiosos o morales? ¿Dónde hallar respuestas? ¿A quién preguntar? Este monólogo, ¿acaso no es un diálogo? Pero, ¿de quién con quién?


Si apremia el deseo de conocer, de ser auténticamente; si aprieta el ahogo del sinsentido, de la desazón o el desespero; si se está dispuesto a lo que sea, a morir incluso para conocerse uno mismo... El lenguaje del símbolo, emisario de la Ciencia Sagrada, viene a tu encuentro. El símbolo tiende los puentes entre los eslabones de la conciencia; abre puertas interiores, revela la estructura interna del hombre y del mundo. El símbolo une lo que aparentemente está disperso, cohesiona, porque el símbolo es el lenguaje del Ser Universal, del Todo y Uno, más allá del cual no hay otro. ¡Claro! Todo es un diálogo interno, del uno consigo mismo, en el fondo, un monólogo. M. V.


Link a los textos completos en el Blog de la Colegiata Marsilio Ficino




Estatua de Sócrates

Estatua de Sócrates


Platón, Teeteto. Anthropos, Editorial del Hombre, Barcelona, 1990 Sócrates es hijo de una comadrona, y él hereda tal función obstétrica trasladada al mundo del alma y de las ideas. Así lo revela al inicio de este diálogo:


"Sócrates: Lo que tu tienes son dolores de parto querido Teeteto, puesto que no eres estéril; estás preñado.


Teeteto: Es cosa que no sé, Sócrates; digo lo que me pasa.


Sócrates: ¿Es que no has oído, chusco que eres, que yo soy hijo de una comadrona famosa e imponente, de Fenareta?


Teeteto: Sí he oído esto.


Sócrates: Quizás hayas oído también que yo practico el mismo arte.


Teeteto: Eso no lo he oído nunca.


Sócrates: Entonces sábete que es así..." (pág. 81-83)


De hecho, toda la enseñanza de este filósofo, recogida y transmitida por Platón, va encaminada a promover el alumbramiento del alma a sus posibilidades superiores, a aquellas que ya no están sujetas a la individualidad y que se remiten a lo universal.


"Sócrates: por lo demás, de mi arte de comadrón vale todo lo dicho para las comadres, pero se distingue del de ellas en que se ejerce para hombres y no para mujeres, y se ejerce para examinar sus almas parturientas, no sus cuerpos. Porque la cualidad principal de mi oficio es la posibilidad de verificar sea como sea si el pensamiento del joven alumbra una mentira, un malparto, o bien algo auténtico o fructífero. También aquí me ocurre precisamente como a las parteras: yo no alumbro sabiduría, y esto que muchos me reprochan que interrogo a los demás sin dar yo mismo respuesta acerca de nada porque yo no poseo sabiduría, en este punto me reprochan merecidamente. Y la causa es ésta: el dios me fuerza a ser comadrón, pero me ha impedido siempre que yo mismo alumbre algo. Yo no soy sabio en absoluto ni poseo un don así que haya salido naciendo de mi alma. Y los que me rodean de buen principio dan la impresión de ser unos ignorantes. Pero cuando avanza nuestra convivencia, da admiración ver cómo progresan todos ellos, aquéllos a los que el dios lo concede, al menos según les parece a ellos y a los demás. Y una cosa hay clara: que de mí nunca han aprendido nada, sino que ellos por sí mismos han retenido y poseído muchas y bellas cosas. Tal alumbramiento, sí, se debe al dios y a mí, cosa evidenciada por lo que sigue: muchos han querido ignorar esto, se lo han adjudicado y me han desdeñado por convición propia o inducidos por otros, me han dejado antes de lo debido y han abortado lo restante por culpa de las malas compañías, han nutrido mal lo que por mí habían alumbrado, y lo han echado a perder, han preferido la mentira y los fantasmas a la verdad, han acabado creyéndose asnos y pensándolo de ellos los demás. Entre estos tales se encuentra Arístides, el hijo de Lisímaco, pero hay muchos más. Los hay que vuelven a mí requiriendo otra vez mi asistencia, y hacen muchas extravagancias. A unos el genio divino que me asiste me prohíbe que les enseñe, y a los restantes me lo permite; éstos vuelven a prosperar. Y en ello a los que me frecuentan les ocurre como a las parturientas: tienen dolores de parto. Llenos de perplejidad, sufren de noche y de día mucho más que aquéllas; mi oficio puede suscitar o calmar estos dolores." (pág. 87-89)


La comadrona debe ser muy experta y conocer los vericuetos de ese alumbramiento que facilita, la integridad del proceso, sus peligros y también las formas de hacerlo viable, que nunca son tránsitos suaves, sino más bien todo lo contrario, abruptos, extremos. La vida y la muerte se dan de la mano en el momento de alumbrar. Por analogía, promover que el alma nazca a la realidad de sí misma no es un proceso remilgado y suave. El corte suele ser tajante. Primero ésta debe morir a la concepción limitada que la mantiene atada a los sentidos; disolverse, transitar por la oscuridad de la matriz, del estrecho canal de parto, y... renacer a una nueva luz. Pero, ¿cómo? Socrates nos lo sigue desvelando:


"Y es por ti, excelente amigo, que me he alargado hasta aquí, pues presumo que tú, tal como crees, llevas algo dentro y tienes dolores de parto. Confíate, pues, a mí, el hijo de la comadre, y yo mismo comadrón, e intenta responder a mis preguntas, pon en ello todo tu empeño. Y si en mi examen algo de lo que dices me parece vano y no verdadero, lo rehusaré y te lo destrozaré. Luego tú no te me enojes como hacen con sus hijos las mujeres que alumbran por primera vez. Pues ya muchos, admirado amigo, se han puesto conmigo de tal modo que, simplemente, están dispuestos a morderme a la primera tontería que les refuto. No creen ni por asomo que yo lo haga por aprecio hacia ellos, lejos de saber que si no hay dios malintencionado para con los hombres, yo no hago esto ni mucho menos por malquerencia contra alguien. Pero no me es lícito ni conceder la mentira ni suprimir la verdad." (pág.89-91)


Las preguntas y las respuestas entre el obstetra y el parturiento van poniendo al descubierto las concepciones equivocadas, los prejuicios, la limitación de los sentidos y las percepciones, a la vez que se va extrayendo el jugo más esencial y se va despertando la verdadera facultad intelectual, dormida las más de las veces. Todo ello con suma paciencia, pues cualquier diálogo de Platón muestra el gran temple, el saber esperar y la generosidad que caracteriza al comadrón, que no se desespera, ni da respuestas rápidas, sino que conduce sutilmente al adepto, a veces ubicándolo ante callejones sin salida que ponen en evidencia el error y la necesidad de rectificar; otras, haciéndole vivir situaciones paradojales, cuya solución nunca estará en el mismo nivel en que se desarrollaba el discurso, sino que demandan de una ruptura en la conciencia. Pero siempre buscando que uno mismo halle en su interior la respuesta, pues:


"Sócrates: Estupendo. ¿Y por 'pensar' entiendes tú lo mismo que yo?


Teeteto: ¿Tú que entiendes?


Sócrates: Un discurso que el alma recorre en sí misma acerca de lo que quiere investigar. Desde luego te lo puedo describir sólo como uno que no lo sabe. Tal como me lo imagino, el alma, mientras piensa, no hace otra cosa que dialogar consigo misma, en cuanto se pregunta y se responde a sí misma, afirma y niega." (pág. 213)


Aprender a pensar, o despertar verdaderamente lo que es el Pensamiento es lo que promueve el comadrón: la conjunción del desarrollo de una idea en un plano de la realidad con la lectura de esa idea en otro mundo, inferior o superior. Pensar es vivenciar la red de analógias entre los estados simultáneos de la conciencia; un entramado entre el cuerpo y el espíritu, riquísimo, tejido de formas sutiles y de ideas y arquetipos, reflejos especulares del Uno o la Unidad. Y siendo esta trama y urdimbre la que conforma el alma del mundo, análoga al alma del hombre, se comprende que pensar o conocer es recordar, tomar conciencia de lo que ya es y sólo está olvidado. Es por eso que en el Fedón, otro de los diálogos de Platón, se asevera:


"Lo que dices, Sócrates, le interrumpió Cebes, es, además, una deducción necesaria de otro principio que con frecuencia te he oído establecer: que nuestra ciencia no es más que reminiscencia. Si este principio es exacto, es absolutamente indispensable que hayamos aprendido en otro tiempo las cosas de que nos acordamos en éste, lo que es imposible si nuestra alma no existe antes de venir bajo esta forma humana. Es una nueva prueba de la inmortalidad de nuestra alma.


Pero, Cebes, dijo Simnias interrumpiéndole ¿qué demostración se tiene de este principio? Recuérdamela, porque ahora no me acuerdo de ella.


Hay un demostración muy bella, contestó Cebes: que todos los hombres, si se los interroga bien, encuentran todo por ellos mismos, lo que no harían jamás si no tuvieran en sí las luces de la recta razón." (Platón, Fedón o de la inmortalidad del alma. Espasa Calpe, Madrid, 1988, pág. 162)


Y está claro que la recta razón debe entenderse no únicamente como la capacidad racional, sino como la ratio o radio que une la realidad sensorial con la espiritual, y que por tanto atraviesa el pensamiento analítico, harto insuficiente, y también el analógico y el directo o simultáneo. He ahí lo que ayuda a alumbrar el comadrón en aquél que busca sus apoyos. M.V.



Otoño 2010


Comentaremos un libro que nos han parecido interesante por diversos motivos, siempre relacionados con la Tradición Hermética y su singular modo de irrumpir en cualquier lugar y momento, como si de un manantial de agua fresca y regeneradora salido de las entrañas más profundas de la tierra se tratara. Es un estudio de Karl Kerényi titulado Hermes el conductor de almas, autor que ha dedicado varios escritos a esta deidad emisaria tan importante aquí en Occidente.


Hermes itifálico

Fresco de Hermes itifálico


Karl Kerényi, Hermes, el conductor de almas. El mitologema del origen de la vida masculina. Editorial Sexto Piso, Madrid, 2010 Citamos textualmente el último párrafo del libro:


"Aquel que no teme los peligros de lo más hondo de las profundidades ni los caminos más nuevos, aquellos que Hermes siempre está dispuesto a abrir, que como investigador, intérprete o filósofo de los más grandes hallazgos, le siga y alcance las posiciones más seguras. Para todos aquellos que la vida representa una aventura -ya sea la del amor o la del espíritu- él es el guía universal. Koinos Hermes!" (pág. 96)


Con Hermes siempre hay novedad, visiones ocultas que afloran, revelaciones, robos, abismos; secreto, contradicción, familiaridad y lejanía, verdad y engaño, hallazgo y pérdida, y en definitiva, cualquiera de las dualidades que seamos capaces de experimentar, pues en él se encarna y se resuelve el drama de la polarización cósmica. Todo lo contiene, por ser la deidad que reúne en sí la posibilidad de ser.


En este pequeño pero concentrado ensayo emergen muchas de sus facetas ocultas, olvidadas o más desconocidas. Es un libro misterioso, que acerca a puntos no tocados sobre el dios, o mejor dicho, a aspectos muy arcaicos que describen no sólo el mundo de Hermes sino su origen, su principio. Y su origen, el de la deidad mensajera llamada Hermes-Mercurio, lo sitúa la teogonía griega en una gruta, en el augusto antro de la ninfa Maya, hija del titán Atlas, donde es visitada a hurtadillas por el padre de los dioses olímpicos, Zeus, engendrando a un niño divino que nomás nacer saltará de su lecho y comenzará con sus andanzas veloces, trueques, hurtos, trampas, soplos y conducciones verticales que religan a borbotones cielo y tierra. Pues hay que tener en cuenta, como nos advierte el investigador, que:


"... cuando la infancia de los dioses no se corresponde con la mitología olímpica sino con una mucho más originaria, sus apariciones son las de un niño divino." (pág. 25)


Así es que este infante en realidad procede de la noche de los tiempos, del punto de contacto entre la eternidad y el tiempo, lo que siempre es ahora, y no un pasado remoto, sino un nacimiento actual, un perpétuo alumbramiento en este justo instante.


Por este motivo, Hermes está impregnado de la esencia de la vida y del misterio de lo no creado, va raspando a cada paso la frontera entre el ser y el no ser, y el filo de la navaja que aúna la vida y la muerte, lo que hace que sus epítetos y funciones sean inagotables, y fluyan desde lo más recóndito de los abismos del cosmos:


"El es ciertamente la misma profunda oscuridad de la que también nosotros venimos. Quizá por eso flota Hermes ante nosotros de un modo tan convincente, nos conduce por nuestros caminos, nos muestra tesoros de oro en cada conmovedor instante del espíritu de hallar y robar, porque de nosotros obtiene su mundanidad, o para expresarlo mejor: la alcanza a través nuestro, como se saca el agua desde una fuente; y aún se puede exponer con más exactitud: a través de la fuente procedente de profundidades todavía mucho más hondas que tiene el mundo." (pág. 55)


Adquiere tan pronto la imagen de hombre maduro como la de joven o de niño; va solo o en compañía de cabiros y silenos. Se une con bellas Ninfas, con Afrodita, y durante la noche se mueve cerca de la terrible Hécate. Obedece órdenes; las cumple y las hace cumplir usando miles de artimañas. Ve a través de..., o sea, adivina. Lo suyo es la intemperie, el mundo a cielo abierto, los múltiples caminos.


"Estar abierto en todos los sentidos forma parte de su esencia. (...) Hermes es el dios de aquellos que en este mundo de senderos se mueven con confianza, y es aquí cuando se describe el aspecto más visible de su mundo. Está constantemente en camino, y es hallado en todos los senderos."
(pág. 23)


También se lo encuentra en las encrucijadas, en las puertas y en el eje o centro de la casa. Allí donde hay un ser humano que lo invoca, allí se hace presente su invisible presencia.


"Quizá sea éste el motivo por el que han sido tan escasas las transmisiones sobre las celebraciones de Hermes, por tratarse de la fuente y eje centrales más secretos de la existencia humana. Tampoco había muchos templos de Hermes: justamente porqué aquel centro existía en todos los lugares en los que los hombre vivían y morían. Hermes convertía cada casa en desembocadura y punto de partida de los caminos que proceden de la distancia y conducen hacia la lejanía. Además, sobre una fuente de agua fresca, indicaba la entrada hacia un manantial de la vida y de la muerte, hacia un punto de irrupción de las almas." (pág. 89)


Es el "flotante" en el inmenso espacio del alma, y su guía. El mensajero de los dioses, el mago salvador, el ángelos, el conductor de los sueños, el salteador, el ladrón, el embustero y el despiadado."Hermes no tiene nada que ver con el pecado ni con la expiación" (pág. 55) -recuerda Kerényi. Está más allá de la moral y de cualquier juicio de valor. Es un insolente y perjuro, y a la vez inocente, inteligente y tenaz acompañante. Inventor e intérprete. Anunciador de la luz y derramador de la simiente fecunda que engendra el alma, de ahí el símbolo del falo que lo representa, así como el de la Herma, arquetipos de lo masculino. Siente atracción por lo húmedo, por las aguas, por los cursos que discurren.


"Tales relaciones de Hermes con las aguas representan, por otra parte, que pronto tendrá como amante a la diosa originaria, en su figura de Hécate, y pronto también a Tritón con cuerpo de pez. No obstante Hesíodo, nuestra fuente más antigua, allí donde más enaltece a Hécate menciona a Hermes junto a ella (Teogonía 444) y adquiere pleno sentido que precisamente los miembros de esta pareja se pertenezcan el uno al otro." (pág. 69)


Kerényi le sigue la pista por doquier, no sólo en la Ilíada y en la Odisea o en el Himno de Hermes y en la Teogonía; lo encuentra en otras fuentes, como en Cicerón, que recogiendo una antigua tradición dice que es hijo de Urano (el cielo) y Hemera (el luminoso día) y hermano y amante de Afrodita. También, según "transmisiones más secretas", o en palabras de Cicerón, escuchando a "investigadores de manuscritos secretos", Hermes es padre de Eros (el más antiguo de los dioses según Hesíodo); de hecho es padre del primer Eros con la primera Artemisa, y del segundo Eros con la segunda Afrodita. ¿Qué són estas genealogías? ¿Qué querrá decir que Hermes es el padre del dios más antiguo? ¿Qué simboliza esta preexistencia a todo y todos? Además:


"... Hermes fue, según una transmisión, el que engendró con Daeira -una presencia enigmática de la diosa originaria- a Eleusis, el fundador del lugar de los misterios." (pág 81-82)


O sea, que este dios también está en el centro de los misterios más importantes de la antigüedad, los de la diosa Deméter y su hija Perséfone, e igualmente comparece en los misterios cabíricos de Samotracia, y participa en los de Dionisio y sus bacantes, pero de él en sí, no se conoce un culto especial, ni unos ritos iniciáticos que le pertenezcan. ¿No será el omnipresente en cualquier iniciación? El guía secreto, invisible e innombrado pero siempre presente, el más cercano al Innombrable, superviviente al tiempo, y por ello siempre vivo... M. V.


Primavera 2012


En esta ocasión ofrecemos en primicia un pequenísimo extracto de una obra que está todavía por ver la luz, pero su autor nos ha cedido generosamente algunas de las entradas del vasto diccionario que está escribiendo. Se trata de la obra de Federico González Diccionario Enciclopédico de Símbolos y Temas Misteriosos, del cual omitimos por el momento cualquier comentario, dejando que el lector vaya haciendo boca con tres de sus voces, antesala del espléndido banquete que se nos invitará a degustar. Y ya que mencionamos el banquete, no podemos dejar de referirnos al diálogo de Platón titulado El Banquete o del Amor, del que publicamos también una reseña escrita por Marc Garcia.


La palabra emana de la concha.
Teatro de La Colegiata


Federico González, Diccionario Enciclopédico de Símbolos y Temas Misteriosos. (Selección de tres entradas. Para conocer otras, clicar aquí)


LOGOS:
El Logos es la razón intrínseca del cosmos, el cosmos mismo. Por lo que es su intimidad, su interioridad.


En el helenismo el Logos es la palabra que da vida al mundo o sea la razón inmanente.


En el Evangelio de Juan es el Verbo que existía desde el principio.


El neoplatonismo alejandrino le agrega a la palabra el don de la revelación y por lo tanto se hace de Hermes una deidad reveladora pues es el dios de la palabra y subsecuentemente –como Thot– el inventor de la escritura.


La palabra está cargada de vida, no es sólo un concepto, sino que produce un efecto vital, tal como el aliento nos da la existencia; por lo que el mensaje oral, o escrito, es la palabra de vida, convirtiéndose así en una deidad intermediaria.


Logos significa igualmente en el Antiguo Testamento orden o mandato de donde el "Hágase la luz", del Génesis ("y la luz se hizo").


La palabra es el latín verbum y deriva también de ratio, principio, motivo, fundamento y razón.


PALABRA:
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. (Jn. I, 3).


Hay un antecedente evidente en el Génesis, es la palabra de Dios la que ordena "¡Hágase la luz!" (Fiat Lux) y luego sigue siendo la voz de Dios la ejecutora de su plan, ("dijo Dios").


El término palabra era para los griegos desde Heráclito tema muy amplio, aunque debemos siempre tener en cuenta que la palabra crea un discurso, que es el que es, y de allí su identificación con el concepto de logos.


Para todos los pueblos la palabra ha sido siempre mágica. Para la teosofía hermetista la palabra ha sido un ser mediador por el que la deidad trascendente toma contacto con el mundo o contribuye a su creación, o conservación.


Tal es el caso de Hermes, dios de la palabra y la elocuencia y heredero del Thot egipcio inventor de la escritura y él mismo un escriba divino, lo que es lo mismo a como se lo ve a Hermes en el Corpus hermético, revelador de la ciencia divina.


Por eso no es nada extraño que el mismo evangelista Juan, nutrido de la filosofía de su tiempo que toma la palabra como la fuerza que a partir de una idea (idea-fuerza) activa a todo el universo y les da a las criaturas el ser individual signando su función, haya reconocido a ella su poder generador.


De hecho el Verbo existía antes de la Creación, ya que él la genera, y convivía alegremente con Dios. San Agustín aún ha identificado a Cristo con la palabra y por lo tanto con el logos.


Por ser mágica no se puede saber si obra por sí misma o por la boca de quien la pronuncia (individualidad). En Israel es atribuida al poder de Yahvé y también en Egipto es dada como tal porque la pronuncia el faraón, al ser éste mismo una encarnación de la verdad.
En todo caso siempre tiene que haber una estricta relación entre el Verbo y quien la pronuncia, incluso en las circunstancias en que ésta ha sido pronunciada.


La palabra es inmortal, está siempre viva y por ello es que perpetuamente es actuante. Si se comprende, es curativa, porque nos lleva de continuo a la resurrección. Pero no es sólo ella su sentido, sino que su sonido es capaz de dar cuenta de un estado que se produce en nosotros. De allí la reiteración de nombres y palabras en los himnos sagrados, que han pasado, como convención de modo profano, a los estribillos de las canciones populares.


SONIDO:
El sonido conforma las palabras y es el elemento mágico de base que las sustenta.
Para los hindúes el OM es el sonido primordial expresado por la voz humana; el aire transmite ese sonido por vibración.


Hay sonidos que los hombres no oyen pero sí otras especies animales. Igualmente el sol, los astros y las estrellas producen sonidos inaudibles para nosotros.


El silencio es conceptual pues si la característica de lo creado es el movimiento no puede existir una manifestación silenciosa; por ello el comienzo de la creación se debe al sonido para tantas teogonías a las que les ha sido así revelado.



Platón, El Banquete, Ed. Gredos, Madrid

En la vía alquímica se producen coyunturas en las cuales el mixto se ve abocado a una soledad absoluta. En esos momentos, casi asfixiantes, brota del interior del adepto un deseo irrefrenable de unirse con lo que le falta, o mejor dicho, con aquello de lo que cree carecer. Por boca de las hechiceras de Noche de Brujas, de Federico González:


MARIA: Cuando la mente no puede con la mente y no se comprende en absoluto el para qué son nuestras penas y los hábitos cotidianos en un mundo chato y sin ningún sentido, del que hacemos muy bien en estar desilusionadas...


Mª ANGELES: ... Cuando sentimos que no vale la pena vivir, y nos creemos oprimidas y enjauladas en una cárcel arbitraria e injusta, con la que no nos identificamos...


MARIA: ... Entonces es cuando Furor puede romper, con la fuerza de un solo golpe, el nudo en que nos debatíamos aprisionadas.
(Federico González, Noche de Brujas. Ed. Symbolos, Barcelona, 2007)


El iniciado se encarama al caballo de la pasión y se lanza a galopar frenéticamente por todos los senderos del plano horizontal, agotando las posibilidades de la existencia individual...


PATRICIA: Y cuando la pasión ya no puede con la pasión y nos sume en el caos completo...


MIREIA: ... Sumergiéndonos una vez más en la ignorancia...
(ibid.)


Rendido el luchador ante las puertas que no ha conseguido abrir en su combate furioso, en ese instante, inesperadamente,


PATRICIA: (Triunfal) ¡Es cuando surge Amor! Emanación perfecta que la diosa representa, encarnándose en nosotras…


MARGHERITA: … y volviendo a unir, de otra manera, lo que Pasión desató.
(ibid.)


Una unión que queda sellada con el ingreso, de la mano del dios Eros, en una senda desconocida, ascendente y liberadora que conduce “al país celeste donde está nuestro reino; la perdida ciudad de los inmortales, la que no podrá ser hallada por aquellos que no participan del Sabath” (ibid.).


* * *


El Banquete es un diálogo de Platón -quizás el más sublime de todos los escritos por este autor o entidad- en el que se transmiten generosamente enseñanzas de la Tradición Unánime y Universal acerca de la naturaleza de ese dios intermediario que tan profundamente holla nuestra alma y de sus acciones (de las cuales se dice, no porque sí, que son flechas que se clavan en el corazón).


El enraizamiento del Banquete en la Tradición queda subrayado por la forma en que se inicia el diálogo: Glaucón pide a Apolodoro que éste le relate aquellos discursos sobre el amor pronunciados por Agatón, Sócrates y los demás asistentes al banquete de los que ha sabido a través de un amigo desconocido quien a su vez los había oído de Fénix. En respuesta a la petición de Glaucón, Apolodoro le transmite lo que Aristodemo, discípulo y acompañante de Sócrates, había narrado anteriormente a Fénix, una doctrina cuyo núcleo expone Sócrates con nitidez rememorando “el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Mantinea, Diotima, que era sabia en éstas y muchas otras cosas” (Banquete, 201d).


Platón y los personajes del Banquete son, pues, eslabones de una cadena de transmisión a través de la cual se nos revela una doctrina sagrada acerca del dios que preside todas las uniones -esto es, de un aspecto del Ser Universal, a cuya vivencia Eros nos devuelve por su acción unificadora- y de las vías de conocimiento que patrocina. Cada cual lo expresa a su manera en un banquete libre donde “se ha decidido beber la cantidad que cada uno quiera y que nada sea forzoso”, y en el que los comensales resuelven entregarse a la práctica de “mutuos discursos” para celebrar a un dios “tan antiguo y tan importante” por más que “ni siquiera uno solo de tantos poetas que han existido le haya compuesto jamás encomio alguno” (ibid., 176e-177a).


* * *


Estamos en casa del poeta Agatón. Los invitados al banquete, a propuesta del médico Erixímaco, acuerdan pronunciar sus discursos de elogio a Eros (de los cuales vamos a conocer seis a través del relato de Apolodoro-Aristodemo) según un orden de izquierda a derecha, y que sea Fedro quien tome la palabra en primer lugar.


Fedro afirma que Eros es el dios más antiguo, primogénito de Caos junto a la Tierra y dador de los mayores bienes a los hombres. El dios inspira un valor heroico en los amantes, tanto mujeres como varones, los aleja de lo que no es bello y los dispone a morir por lo que aman. Fedro pone como ejemplos la heroína Alcestis y el héroe Aquiles, y concluye que Eros es, de entre los dioses, “el más venerable y el más eficaz para asistir a los hombres, vivos y muertos, en la adquisición de virtud y felicidad” (ibid., 180b).


A continuación, Pausanias objeta el elogio de Fedro “porque, efectivamente, si Eros fuera uno, estaría bien; pero, en realidad, no está bien, pues no es uno. Y al no ser uno es más correcto declarar de antemano a cuál se debe elogiar” (ibid., 180c). Pausanias expone “que no hay Afrodita sin Eros” (ibid., 180d), y que siendo Afrodita una diosa doble -Urania, diosa antigua sin madre nacida del esperma de Urano, y Pandemo, diosa joven hija de Zeus y de Dione-, necesariamente debe concebirse a un Eros Uranio y un Eros Pandemo. “El Eros de Afrodita Pandemo es, en verdad, vulgar y lleva a cabo lo que se presente. Éste es el amor con el que aman los hombres ordinarios” (ibid., 181b), mientras que “el otro, en cambio, procede de Urania, que, en primer lugar, no participa de hembra, sino únicamente de varón -y es éste el amor de los mancebos-, y, en segundo lugar, es más vieja y está libre de violencia. De aquí que los inspirados por este amor se dirijan precisamente a lo masculino, al amar lo que es más fuerte por naturaleza y posee más inteligencia” (ibid., 181c), lo cual, añadimos nosotros, es masculino precisamente por su naturaleza activa y expansiva y no por su genitalidad, por lo que puede ser encarnado tanto por los varones como por las féminas (varones y féminas en cuyo interior anida también el principio femenino, pasivo y contractivo que conjuga al anterior). Tras una exposición acerca de las leyes atenienses sobre el amor, Pausanias finaliza su discurso afirmando que la actitud solícita del amado hacia el amante que “le hace sabio y bueno” (ibid., 184d), es decir “complacer en todo por obtener la virtud es, en efecto, absolutamente hermoso. Éste es el amor de la diosa celeste, celeste también él y de mucho valor para la ciudad y los individuos, porque obliga al amante y al amado, igualmente, a dedicar mucha atención a sí mismo con respecto a la virtud. Todos los demás amores son de la otra diosa, de la vulgar” (ibid., 185b).


Según el turno establecido corresponde intervenir ahora a Aristófanes, pero es presa de un hipo y debe ceder su voz a Erixímaco, sentado a su derecha, quien tras recetar a aquél unos remedios caseros emprende su elogio afirmando que Eros “no sólo existe en las almas de los hombres como impulso hacia los bellos, sino también en los demás objetos como inclinación hacia muchas otras cosas, tanto en los cuerpos de todos los seres vivos como en lo que nace sobre la tierra, y, por decirlo así, en todo lo que tiene existencia”, pues “es un dios grande y admirable y a todo extiende su influencia, tanto en las cosas humanas como en las divinas” según ha podido ver en su oficio médico (ibid., 186a). Erixímaco afirma que “la medicina es, para decirlo en una palabra, el conocimiento de las operaciones amorosas que hay en el cuerpo en cuanto a repleción y vacuidad” (ibid., 186c), del mismo modo que “la música es, a su vez, un conocimiento de las operaciones amorosas en relación con la armonía y el ritmo” (ibid., 187c) y la astronomía es el “conocimiento en relación con el movimiento de los astros y el cambio de las estaciones del año” de tales operaciones amorosas (ibid., 188b). Las artes humanas y divinas y todo el orden del mundo están impregnados de este dios doble, el “Eros ordenado” que armoniza los elementos de manera que éstos “llegan cargados de prosperidad y salud para los hombres y demás animales y plantas, y no hacen ningún daño” y el “Eros desmesurado” que “destruye muchas cosas y causa un gran daño” cuando prevalece (ibid., 188a); por ello, los sacrificios y ritos de adivinación para “la comunicación entre sí de los dioses y los hombres, no tienen ninguna otra finalidad que la vigilancia y curación de Eros” (ibid., 188b-c).


Erixímaco devuelve la palabra a Aristófanes cuando a éste se le ha pasado el hipo. El cómico expone que “los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros, puesto que si se hubiesen percatado le habrían levantado los mayores templos y altares y le harían los más grandes sacrificios” (ibid., 189c), y por ello se apresta a glosar el poder del dios. Pero para poder hacerlo a cabalidad decide explicar antes cuál es “la condición humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente” (id.). Aristófanes cuenta que en la antigüedad “tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre [el andrógino] sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido” (ibid., 189c). Esto era así “porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro” (ibid., 190a-b). El andrógino era esférico y tenía una cabeza con dos rostros opuestos sobre un cuello circular, cuatro orejas, cuatro manos, cuatro pies y dos órganos sexuales. Caminaba con derechura en la dirección que quisiera, “pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho” (ibid., 190a). Los seres andróginos “eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses” (ibid., 190b). Habiendo advertido esta circunstancia, Zeus decide debilitarlos cortando en dos mitades a cada uno y pidiendo a Apolo que vuelva sus rostros para que contemplen su división. El dios hiperbóreo también se ocupa de coser sus vientres, cuya piel ata “como bolsas cerradas con cordel” (ibid., 190e) dejando un agujero en medio. Sigue narrando Aristófanes que “una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros” (ibid., 191a). Zeus se compadece de estas criaturas y traslada sus genitales a su parte delantera para que al abrazarse gocen y al encontrarse varón y hembra generen en su interior. Y añade el poeta al acabar la narración del mito: “Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esa razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo” (ibid., 191d). Así, “Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta integridad” (ibid., 192e).


Y llega el turno del vate Agatón. Se propone elogiar a Eros encomiando ante todo su naturaleza y proclama que, de entre los dioses, “es el más feliz de ellos por ser el más hermoso y el mejor” (ibid., 195a), siendo el más hermoso por ser el más joven y el más delicado como también flexible y elegante. Acerca de las virtudes de Eros, Agatón dice que es un dios justo (pues es ajeno a toda violencia), templado (ya que “ningún placer es superior a Eros”, ibid., 196c), valiente (puesto que domina a Ares y es por ello “necesariamente el más valiente de todos”, ibid., 196d) y sabio; un “dios poeta tan hábil que incluso hace poeta a otro” (ibid., 196e); una deidad por cuya habilidad “nacen y crecen todos los seres” (ibid., 197a); y un maestro en las artes de los hombres y los dioses -pues éstas nacen del deseo y el amor al conocimiento- que ilumina a quien toca. Es Eros “el que produce la paz entre los hombres, la calma tranquila en alta mar, el reposo de los vientos y el sueño en las inquietudes. Él es quien nos vacía de extrañamiento y nos llena de intimidad, el que hace que se celebren en mutua compañía todas las reuniones como la presente, y en las fiestas, en los coros y en los sacrificios resulta nuestro guía; nos otorga mansedumbre y nos quita aspereza; dispuesto a dar cordialidad, nunca a dar hostilidad; es propicio y amable; contemplado por los sabios, admirado por los dioses; codiciado por los que no lo poseen, digna adquisición de los que lo poseen mucho; padre de la molicie, de la delicadeza, de la voluptuosidad, de las gracias, del deseo y de la nostalgia; cuidadoso de los buenos, despreocupado de los malos; en la fatiga, en el miedo, en la nostalgia, en la palabra es el mejor piloto, defensor, camarada y salvador; gloria de todos, dioses y hombres; el más hermoso y mejor guía, al que debe seguir en su cortejo todo hombre, cantando bellamente en su honor y participando en la oda que Eros entona y con la que encanta la mente de todos los dioses y de todos los hombres” (ibid., 197c-e).


* * *


El sexto discurso del Banquete es a cargo de Sócrates. Con sutileza se desmarca de la obligación de un encomio poético a Eros como los realizados hasta el momento -los cuales a su entender han consistido en “atribuir al objeto elogiado el mayor número de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y si eran falsas, no importaba nada” (ibid., 198e)- y se entrega “a decir la verdad sobre el dios a mi manera”, esto es, “con las palabras y giros que se me puedan ocurrir sobre la marcha” (ibid., 199b). Esta “manera” no es otra que el arte de la partera, la extracción del interior del ser humano de un conocimiento que éste ya posee pese a ignorarlo y que traído a la luz de su inteligencia es reconocido como un aspecto de su ser, pudiendo trascender así la imagen absolutamente insuficiente e incompleta que se había forjado de su identidad.


De este modo, Sócrates interroga a Agatón y el poeta acaba concluyendo que, según lo que él ha afirmado en su encomio y las respuestas que ha dado, Eros está falto de cosas bellas y buenas. En este punto, Sócrates pasa a relatar su diálogo con Diotima, “la que me enseñó también las cosas del amor” (ibid., 201d) por medio de la mayéutica. El interrogatorio de Diotima a Sócrates arranca precisamente de la misma paradoja con que ha topado Agatón, cuestionada entonces por el filósofo ante la sacerdotisa. Pacientemente, Diotima va planteando preguntas a Sócrates al objeto de que quede establecida con sus respuestas, y éste pueda reconocer, la verdad sobre Eros:


– ¿Entonces, cómo podría ser dios el que no participa de lo bello y de lo bueno?
– De ninguna manera, según parece.
– ¿Ves, pues, – dijo ella–  que tampoco tú consideras dios a Eros?
– ¿Qué puede ser entonces Eros? – dije yo–. ¿Un mortal?
– En absoluto.
– ¿Pues qué entonces?
– Como en los ejemplos anteriores – dijo –,  algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal.
– ¿Y qué es ello, Diotima?
– Un gran demon, Sócrates. Pues también todo lo demónico está entre la divinidad y lo mortal.
– ¿Y qué poder tiene?
– Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres las de los dioses, súplicas y sacrificios de los unos y de los otros órdenes y recompensas por los sacrificios. Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo. A través de él funciona toda la adivinación y el arte de los sacerdotes relativa tanto a los sacrificios como a los ritos, ensalmos, toda clase de mántica y de magia. La divinidad no tiene contacto con el hombre, sino que es a través de este demon como se produce todo contacto entre dioses y hombres, tanto si están despiertos como si están durmiendo. Y así, el que es sabio en tales materias es un hombre demónico, mientras que el que lo es en cualquier otra cosa, ya sea en las artes o en los trabajos manuales, es un simple artesano. Estos démones, en efecto, son numerosos y de todas clases, y uno de ellos es también Eros.
(ibid., 202d-203a)


Diotima enseña a Sócrates que Eros es hijo de Penía y de Poros, y que como tal, “en primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia” (ibid., 203c-e), posición intermedia que ocupan quienes aman a la diosa Sofía.


La sacerdotisa prosigue su labor mayéutica y revela a Sócrates que el amor es ”el deseo de poseer siempre el bien” (ibid., 206b), por lo que es también “amor de la generación y la procreación en lo bello” (ibid., 206e) así como “amor de la inmortalidad” (ibid., 207a), la cual se hace posible por la procreación “de un ser nuevo en lugar del viejo” (ibid., 207b). Dicha procreación es continua y se da incluso en el propio individuo “que continuamente se renueva y pierde otros elementos, en su pelo, en su carne, en sus huesos, en su sangre y en todo su cuerpo. Y no sólo en el cuerpo, sino también en el alma” (ibid., 207d-e). De este modo, renovándose, lo mortal participa de la inmortalidad.


Diotima culmina su magisterio invitando a Sócrates a iniciarse en los misterios de “las cosas del amor” (ibid., 209e) y transmitiéndole “los ritos finales y suprema revelación por cuya causa existen aquéllas, si se procede correctamente” (id.):


Es preciso, en efecto, que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente, enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos; luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez que haya comprendido esto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso de alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarlo, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas y, fijando ya su mirada en esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia, mediocre y corto de espíritu, apegándose como esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un muchacho, de un hombre o de una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en ilimitado amor por la sabiduría, hasta que fortalecido entonces y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de una belleza como la siguiente.


Intenta ahora prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada.
Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de estos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí.


En este periodo de la vida, querido Sócrates, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos, ni con los jóvenes y adolescentes bellos, ante cuya presencia ahora te quedas extasiado y estás dispuesto, tanto tú como otros muchos, con tal de poder ver al amado y estar siempre con él, a no comer ni beber, si fuera posible, sino únicamente a contemplarlo y estar en su compañía. ¿Qué debemos imaginar, pues, si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni de colores, ni de, en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina belleza en sí, específicamente única? ¿Acaso crees que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo, inmortal también él?
(ibid., 210a-212a)


* * *


Los discursos del Banquete en honor a Eros se interrumpen abruptamente cuando Alcibíades, muy borracho, “coronado con una tupida corona de hiedra y violetas y con muchas cintas sobre la cabeza” (ibid., 212e), acompañado por un coro bullicioso y sostenido por una flautista, entra en casa de Agatón preguntando a gritos por éste pues desea coronarlo con sus cintas. Alcibíades es acomodado a la diestra de Agatón y se sobresalta al descubrir a su lado a Sócrates, a quien habían unido vínculos de amor ahora rotos. Erixímaco pide a Alcibíades que se sume a la cadena de encomios amorosos y éste lo hace emprendiendo un elogio encendido a Sócrates en el que entrelaza alabanzas y reproches y que concluye previniendo a Agatón de que no se deje engañar por aquél que ha rechazado ser su amante carnal.


Desechando la advertencia del despechado Alcibíades, “Agatón se levantó para sentarse al lado de Sócrates, cuando de repente se presentó ante la puerta una gran cantidad de parrandistas y, encontrándola casualmente abierta porque alguien acababa de salir, marcharon directamente hasta ellos y se acomodaron. Todo se llenó de ruido y, ya sin ningún orden, se vieron obligados a beber una gran cantidad de vino” (ibid., 223b). Unos se marchan de la casa y otros van cayendo vencidos por el sueño; habiendo despuntado el día, sólo Sócrates sigue despierto. “Entonces Sócrates, tras haberlos dormido, se levantó y se fue. Aristodemo, como solía, le siguió. Cuando Sócrates llegó al Liceo, se lavó, pasó el resto del día como de costumbre y, habiéndolo pasado así, al atardecer se fue a casa a descansar” (ibid., 223d).


Y así es como acaba el banquete al que hemos sido invitados por amor, un ágape ofrecido por la Tradición para vivificar el recuerdo de las vías que nos permiten reintegrarnos en nuestro Origen. (M. G.)


Primavera 2013


Los textos que presentamos en esta actualización son dos reseñas sobre el libro recientemente publicado La Barcelona subterránea, de Mireia Valls con la colaboración de los integrantes de La Colegiata. La primera es de Beatriz Ramada, miembro del grupo teatral La Colegiata y del Centro de Estudios de Simbología de Zaragoza, y la segunda es de Alberto Pitarch.

 

Mireia Valls. La Barcelona subterránea (Ed. Mediterrània, Barcelona, 2012)



Reseña de Beatriz Ramada:


La novela La Barcelona Subterránea tiene carácter de epopeya, en el sentido que nos describe los viajes y peripecias de unas protagonistas por una geografía aparentemente desconocida, incluso para los propios habitantes de la ciudad, como espacios internos de su propia alma, análoga al Alma del mundo, tal cual eran descritos en los textos clásicos los periplos de Ulises y Hércules, pero eso sí, con un lenguaje actual, mejor actualizado, que hace que en ocasiones pueda ser comparada a una novela policiaca o de aventuras, incluso se acerca al relato o cuento, lo que posibilita su lectura para nuestra mentalidad moderna, y se adapta a este momento como una posibilidad siempre presente de actualizar el mito.


Lo narrado en la novela podemos encuadrarlo en un tiempo (primavera del 2010 al verano del 2011), y en un espacio (la Barcelona subterránea) concreto, y todos los hechos están atestiguados con documentos de diversos tipos y declaraciones de testigos, lo cual permite un discurso narrativo literal, pero permítanme reservar un interrogante a las posibles lecturas de esta Crónica, ya que como la propia autora, Mireia Valls, dice en el prólogo: "se trata de la forma que ha adoptado la experiencia sobre las múltiples dimensiones de la existencia tal cual lo atestiguamos nosotras mismas"…., por eso no se extrañen si en el curso de su lectura se ven arrebatados por su poética a otros tiempos y lugares más reales para el alma que se reconoce en ellos,  ya que este grupo de mujeres se hallan unidas por "un legado permanente de lo que se expresa mediante el Secreto y el Misterio"(1).


¿Pero qué puede impulsar a un grupo de mujeres a adentrarse en esas cavidades internas de una gran ciudad, más si nos cuestionamos los peligros conocidos por todos de las urbes de hoy en día, y no menos la osadía de enfrentarse a lo desconocido?


El punto de partida, un libro que tendría un carácter iniciático para estas mujeres: "Defensa de Montjuïc por las Donas de Barcelona", de Federico González Frías, del cual se dice en el prólogo de La Barcelona subterránea: "dicha novela está cuajada de simbolismo y contiene muchos mensajes cifrados que van desvelando una Barcelona mítica que aún palpita". En la obra de Federico González se describe una ciudad surcada por una red de corrientes subterráneas, cuyo origen puede remontarse incluso a los Pirineos, las que han ido horadando una serie de grutas por el subsuelo conformando un entramado desconocido por el que transita un personaje misterioso: la Pitonisa de Montjuic, la voz de la Tradición, remontándose al origen de la ciudad que precisamente tuvo su primer asentamiento en ésta: la montaña  sagrada o isla primordial, análoga al punto de partida en todas las cosmogonías tradicionales. Ante la amenaza de especuladores y demás energías disolutivas dispuestas a destruirla, y con ella su identidad original, hace reaccionar a un grupo de mujeres de la "La Fraternidad Espiritualista de Cataluña" y comenzar la denominada "Revolución de las Aguas".


El autor de esta novela, al que Mireia Valls nombra o cita en varias ocasiones, bajo el apelativo de "querido escritor", a cuya denominación nos sumamos, ha actualizado y transmitido un Lenguaje del que hoy participamos un grupo numeroso de personas, estructurado en torno a la Simbólica Universal y especialmente a la Tradición Hermética,  y que hemos recibido a través de la audición, la lectura y la actuación en "La Colegiata"(2), conformando todo un "hilo de Ariadna" actual y aprehensible para todos aquellos que quieran y puedan "agarrarse".


Siguiendo este hilo, las mujeres de "La Colegiata" fueron impelidas en un primer momento a buscar a la Pitonisa, para ello tendrían que adentrarse en su ámbito, las grutas del subsuelo de Barcelona, y luego aún habrían de recibir un enigmático mensaje del querido escritor: "-Deben buscar por todos los medios el agua helada de la montaña y beberla".


Así que invocando a Hermes, al dios psicopompo, el cual se les va a ir revelando de varias formas a lo largo  del camino, voluntariosas y bien pertrechadas para sobrellevar los posibles inconvenientes se dispusieron a: "…. seguir pistas, explorar ámbitos y buscar estrategias para adentrarnos en un mundo, el subterráneo, que aunque por momentos se nos abre, también se nos resiste". El Azar  o la Providencia, tal vez la misma cosa, había hecho que recalarán en ese punto central que era la ciudad, hacia un Destino que percibían en el interior de su conciencia, como quien siente la necesidad de responder a un llamado, y del que cada cual se sabe protagonista al transformarse en letra viva del espíritu o en símbolo en acción.


Irán recorriendo distintos espacios, en un permanente asombro ante las posibilidades que se les van brindando. No podemos dar cuenta de todos los nombres citados en la novela, este recorrido queda para el lector, pero dejemos algunas pistas como muestra de sus hallazgos: el hortelano que amablemente se ofreció a mostrar varios lugares en el barrio de la Clota a una de las colaboradoras, y que en un momento dado diría a una de las integrantes:  "-… que él se dedicaba a investigar en los campos de conciencia invisibles, que esa era su principal ocupación", o el señor Juan Guilera, el anciano-niño, y su palacio "Bellesguard" donde se había casado Martín el Humano con su segunda esposa, Margarita de Prades, que parecía estar esperándolas con una "necesidad" de transmitir un legado que a poco se pierde por el tiempo, y las apariciones de las misteriosas ancianas, tal como el "querido escritor" describiera a la pitonisa de Montjuïc, y cuyos mensajes eran siempre fugaces y crípticos, marcando los hitos o etapas de su recorrido. Y por supuesto Gaudí, quien escribiera "… el secreto de la auténtica originalidad está en volver al origen".

 
Se les abría un mundo nuevo, poblado de imágenes, al punto que en un momento llega a ser tal la profusión de datos, lugares, personas, que excedidas por la propia naturaleza de la búsqueda toman conciencia que cabe la posibilidad de perderse en un laberinto de carácter indefinido… esfuerzo innecesario contabilizar todas las opciones en una expansión horizontal que la idea-fuerza ha generado, tal cual de manera análoga ocurre en el orden cósmico. Forzadas a detenerse, y en un aparente movimiento opuesto, concentrarse, situarse en el centro y recuperar la verticalidad, reactualizar la idea que es el origen y el fin de la búsqueda, y desde este punto ya en el eje vivirán una de las experiencias más catárticas de todo el recorrido, el descenso a las alcantarillas, el descenso a los infiernos narrado entre otros por Dante, Orfeo o Virgilio, del cual saldrán renovadas para celebrar como danzantes un despojamiento de todo aquello que no es.


Como colofón la celebración a la que todos somos invitados, "La fiesta es la celebración de la gracia. La gracia misma actuando en el tiempo"(3), invadidas por una alegría serena, por fin las aguas de Montjuïc recibidas como rocío con el favor de la Pitonisa. La autora nos dirá en el epílogo: "Así, sin que casi nadie lo perciba, la 'Revolución de las Aguas' está en marcha. Y la vamos a seguir hasta cumplirla, hasta que las fuerzas nos acompañen, aliándonos con los dioses intermediarios que están cada vez más silentes pero aún presentes, ya que siguen moviendo las fichas del panludo cósmico que está a un paso del jaque mate".


Aviso final al lector: la clave del secreto del agua de Montjuïc y la existencia de la Pitonisa(s) puede ser hallada en este libro. Feliz viaje.

Notas

(1) "Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos", Federico González Frías, cita de la entrada 'Cadena Aurea'. (Retorno a texto)

(2) La Colegiata Marsilio Ficino (http://colegiataficino.blogspot.com.es/) nace en Barcelona el año 2007 en el seno del Centro de Estudios de Simbología bajo la dirección de Federico González como una nueva posibilidad de difundir el conocimiento de los símbolos universales y su significado utilizando como soporte el teatro y las artes escénicas. (R)

(3) Cita de la obra teatral "En el útero del Cosmos", Federico Gónzalez Frías. (R)


Reseña de Alberto Pitarch:


¡Descálzate, coge el cayado y la cantimplora, líbrate de los metales y empieza el viaje de tu vida!


Abrir el libro y comenzar la lectura es disponerse a recibir las sílfides de la mítica ciudad catalana fundada por Hércules, quienes acuden entusiasmadas al encuentro con el lector que inconscientemente está recibiendo una dosis sapiencial perfectamente enmarcada en el espacio y tiempo actual. La sabiduría de la Tradición Hermética y del Árbol de la Vida cristalizado armónicamente en una lectura simbólica con tintes de intriga, detectivescos e históricos.


A través de las páginas van apareciendo enigmáticos personajes que se entrelazan saltando el tiempo de una forma magistral, mostrando la efectividad y la posibilidad real de trascender el tiempo (uno mismo) desde lo manifestado hacia lo no-manifestado así como de la insignificancia de éste en el eterno Aquí y Ahora. El desfile comienza con Júpiter y Hércules y sigue con Deméter, Dioniso, Hermes, Hefesto, y así hasta un sinfín de númenes habitantes de la ciudad que aparentemente se muestran ocultos, sólo dispuestos a recibir a aquellos que actúan sin pretensiones e individualidades, aquellos quienes muestran su copa vacía de personalidades y están dispuestos a sacrificar todo lo aprendido y aprehender a leer de corazón.


De entre todos los personajes, dioses y númenes destaca la presencia de la Pitonisa de Montjuïc, muchísimo más presente de lo que se la pueda nombrar. En cada página, en cada letra; en cada descenso y ascenso, en cada reflexión; ahí se encuentra Ella, dispuesta a guiar el alma en su recorrido laberíntico, el de sus propios recovecos; hacia la esencia, hacia el Centro. Habitante de la montaña, su Luz no es la del Sol sino la de dentro, del Centro. Ella es el eje de unión de este presente y el que anunciaba su aparición, "Defensa de Montjuïc per les Donas de Barcelona", es por tanto la misma Idea la que ha escrito ambos libros. El primero, donde se presenta a la Pitonisa, es la parte activa de esta transmisión. Este, en cambio, es en el que se produce el descenso al mundo sublunar, la parte pasiva de la Palabra. Descenso necesario para que entre en escena Dioniso y arremeta con furor para acudir al continuo vergel del Conocimiento. La unión de ambos forman pues toda posibilidad, el yang y el yin; la Comunión del Cielo y la Tierra; la plenitud.


Pero es gracias al esfuerzo de la autora y las colaboradoras de La Colegiata que ahora sabemos cómo las oquedades de los siete montes hacen de caja de resonancia de los efluvios celestes y cómo estas ondas armónicas son repatriadas a su Origen por finas escorrentías cada vez más sutiles.


De esta manera, tal y como se dice en el libro, un día la ciudad será absorbida por sus propias fauces, pues como en el alma humana, gota a gota el territorio del inframundo ha sido horadado, creando el vacío necesario para poder albergar ahí la semilla del nuevo nacimiento.


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