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Capítulo I
El mito de la primera mujer alquimista:
María la Hebrea
María la Hebrea señalando la quintaesencia,
culminación de la obra alquímica.
Grabado de la alquimista incluido en
"Symbola aureae mensae" de Michael Maier (1617)
Y tú, amigo lector, lee, relee, ruega y trabaja. Opera, recomienza con gran juicio y benévolo espíritu esta obra y, sin duda, alcanzarás el conocimiento de los grandes secretos por medio de la experiencia y de las consideraciones de la Naturaleza...
Bernard Gabriel Pénot de Port. Prólogo al Diálogo entre la Naturaleza y el hijo de la Filosofía.
Todo el quehacer cotidiano es la repetición de actos rituales. Por intermedio del rito se da vida al mito.
Piedra
María la Hebrea o la Profetisa. Un mito. No hay traza de anécdota histórica –tal cual se entiende hoy día la historia como sucesión cronológica de acontecimientos y gestas parciales y sesgadas de ciertos personajes o grupos de poder–, ni huella alguna de individualidad. Sólo un nombre, María, o Miriam en hebreo. Una antiquísima filiación tradicional que la hace hermana de Moisés, por tanto, entroncada con la tradición judía, aunque su influencia se prolongue hasta los alquimistas alejandrinos del s. III de nuestra era que la reconocen como maestra del Arte alquímico y entre los cuales, Zósimo de Panópolis, la cita y parafrasea en numerosos de sus tratados; de ahí en adelante, muchos serán los sabios del Arte Real que incorporan sentencias de la maestra en sus obras. Su misión tiene que ver con la gran gesta de liberación del pueblo judío –en la que María acompaña a sus hermanos Moisés y Aarón–, así como también con la práctica de la Alquimia, Ciencia Sagrada que tiene sus orígenes míticos en las tierras de Egipto. Sondeando la Biblia, rescataremos el latir de este personaje en los libros más antiguos (sobre todo en el Exodo y en Números) que narran la historia arquetípica de la Tradición Hebrea, rama de la Tradición Unánime; estudiando la literatura sapiencial de la Tradición Hermética –otra rama nacida de ese tronco único– descubriremos las obras (pocas) llegadas hasta nuestros días en las que figura como autora, y los sabios y alquimistas (muchos) que citan las sentencias de María la Judía en sus textos, reconociendo su autoridad espiritual y la certeza de la doctrina que lega. Son numerosos los tratados hermético-alquímicos en los que aparece como la primera mujer alquimista, cuyo paredro masculino es nada menos que el mismo dios Hermes –inspirador y transmisor del Arte Real–, o bien está figurando junto a alguno de los más renombrados filósofos u operantes de esta Ciencia Sagrada. Y su impronta, aunque más velada, continúa viva hasta nuestros días, iluminando la senda de aquellos buscadores del Conocimiento que la saben identificar a lo largo de su peregrinar.
Querido lector, de entrada es menester abandonar los prejuicios y programaciones sobre la realidad del mundo, de la historia y la geografía y nacer a otro punto de vista, el que procura la Vía Simbólica, que paradójicamente es tan antiguo y actual como el hombre mismo –y del que sólo el ser humano contemporáneo se ha olvidado o separado–, cuyo rescate ubicará cada cosa en el orden que le corresponde del gran concierto universal. Aquí reivindicamos de pleno la vigencia y realidad del mito, el cual evoca1
el tiempo de los orígenes primordiales y sacros de los pueblos, así como las gestas y las hazañas de los héroes y dioses civilizadores que los crearon. (…) El tiempo mítico es en verdad un no-tiempo, en el sentido al menos que lo computamos de ordinario, lo que quiere decir que está ocurriendo siempre, en este mismo instante, pues en la realidad del Ser Universal también existen orígenes atemporales. (…) Vivir el mito es volver a "recuperar" la memoria de nuestro origen no-humano (la anamnesis o reminiscencia platónica) donde todo es nuevo y virginal, y la idea de anterior y posterior queda anulada por un presente sin duración cronológica posible.
Afirmar que María la Hebrea, hermana de Moisés y maestra de la alquimia, es un mito significa que este personaje revela una serie de pautas esotéricas y de arquetipos universales, los que, reconocidos y vivificados en nuestro interior, devienen un valioso soporte para el Conocimiento y posibilitan la salida del mundo chato y lineal en el que ilusoriamente creemos que se desarrolla nuestra existencia, así como el acceso al no tiempo o eterno presente. Precisamente las gestas que se relatan en el Exodo, análogas como veremos al proceso de la Gran Obra que María nos transmite, insinúan a todo aquél que anhele saber "quién es" la posibilidad de empezar a vivir en su cotidianidad bajo un punto de vista totalmente nuevo y extraordinario, muriendo a la ilusión de lo caduco y renaciendo a la realidad liberadora del Ser Universal.
Desde el punto de vista de la realización espiritual –que es el que aquí siempre destacaremos– el mito y la leyenda son, pues, la "historia verdadera", la que aconteció en los orígenes y que acontece periódicamente cada vez que se actualiza lo que en ella se está revelando2.
Y todo ello no resta un ápice de validez a lo que este ser legendario y remoto simboliza, sino al contrario, nos confirma que en el comienzo de cualquier Tradición y Ciencia Sagrada –en este caso la Tradición Hebrea y la Hermética así como la Alquimia en tanto que reveladoras de los arcanos más profundos del Ser–, está siempre presente el arquetipo femenino complementándose con su paredro masculino y resolviendo toda tensión y aparente dualidad en la unidad esencial; y lo que es aún más importante: que por la práctica del rito sagrado, la vivificación de los relatos míticos y la encarnación de los símbolos, el ser humano –y el universo entero– sigue todavía vivo, ya que no es sino la Verdad eterna que todo lo sustenta la que se actualiza en todos estos gestos.
La Gran Obra
Con ardor nos entregamos a esta labor espiritual pero contando no sólo con el esmero y las fuerzas humanas –siempre insuficientes y limitadas–, sino invocando con este Himno de Hermes a lo más alto en cada instante:
Universo, atiende mi oración. Tierra, ábrete, que la masa de las aguas se abra a mí. Árboles, no tembléis; voy a loar al Señor de la Creación, el Todo y Uno. Que los cielos se abran y los vientos amainen. Que todas las facultades que residen en mí celebren al Todo y Uno. (Poimandrés XIII)
Tratándose del capítulo de la que ha venido a llamarse primera mujer alquimista, emprendemos esta investigación recordando los orígenes ontológicos y metafísicos de los textos sagrados revelados en los que profundizaremos, así como de la ciencia cosmológica que nos guiará a lo largo de todo este estudio, lo cual nos hace repetir con Jacob Boehme que
No hay diferencia entre el nacimiento a la eternidad, la reintegración y el descubrimiento de la piedra filosofal. Todo ha salido de la eternidad y de la misma forma todo debe retornar a ella.
Dando un paso misterioso se sale aparentemente de lo eterno. El No-Ser se determina, se polariza y con el tres sienta la triunidad ontológica. La adición de la unidad al ternario origina el cuaternario, y con él la posibilidad de la Creación entera, es decir, el establecimiento del Orden o Cosmogonía. La Alquimia tiene su fundamento y razón de ser en los principios inmutables del Ser Universal, y reconoce que del Pensamiento divino surge la sutil arquitectura del cosmos, como una vibración que se expande de la Unidad a la multiplicidad. El alquimista, entonces, habiendo experimentado esta certeza íntimamente, emprende desde la periferia de la existencia el camino de retorno al Origen, en un viaje contracorriente que lo conducirá desde la manifestación más grosera hasta la fusión con el Espíritu. Su labor se centrará en el mundo intermediario del Alma y en ella es donde se operarán todas las transmutaciones –con extrema delicadeza y separando lo espeso de lo sutil–, a las que seguirá la transformación que culminará en la extracción de la Piedra Filosofal o Elixir de Inmortalidad, haciéndose efectiva la reintegración de lo múltiple en el Uno, o dicho en otros términos, la conquista permanente del estado de conciencia de Unidad.3 Otro paso misterioso devolverá nuevamente todo al seno de la eternidad, de donde en verdad nada salió sino sólo por un juego de espejos. Por paradójico que parezca, este es el juego que toca jugar, y jugándolo llegar al objetivo: la metafísica.
Adelante, pues, con la partida. Tal como revela cualquier relato cosmogónico todo se origina y sustenta en el Principio uno y único que en apariencia se polariza en un aspecto luminoso, positivo y masculino que se conjuga y equilibra constantemente con otro femenino, negativo y oscuro. Hay diversos símbolos que se refieren a uno y otro cónyuge de esta pareja arquetípica, y justamente el nombre de la mujer de este capítulo nos remite a la faceta femenina. Sabemos que nombrar es velar y revelar simultáneamente la naturaleza interior de la cosa designada. María procede del hebreo Miriam. Las letras de las lenguas sagradas son símbolos portadores de energías fuerza, y en hebreo tienen un valor numérico asociado que también es simbólico y transmisor de esas mismas energías arquetípicas bajo el ropaje de otro código, el aritmético. Las letras que conforman la palabra hebrea Miriam son Mem (40), Resh (200), Iod (10) y Mem final (600); el valor aritmológico de este nombre, obtenido al sumar el de cada una de sus letras, es de 850, y si hacemos la reducción teosófica de esta cifra, 850 = 8 + 5 + 0, obtenemos que su resultado es 13. Precisamente la letra hebrea Mem con la que empieza Miriam es una de las tres letras madres del alfabeto hebreo4, ocupa el lugar decimotercero y simboliza en sí misma al principio femenino del Ser, a la madre y la matriz. Por otra parte, su valor aritmológico es 40, número que como veremos está relacionado con todo ciclo que repite el proceso vida-muerte-regeneración, tan afín a la naturaleza femenina. Además, Mem, Iod y Mem final, letras contenidas en Miriam, es mayim en hebreo, que significa "las aguas", lo que se identifica en su sentido más alto con la Prakriti hindú o con la sefirah Binah del Arbol de la Vida cabalístico5, la Inteligencia divina, el principio receptivo e indiferenciado del Ser capaz de contener y albergar en sus aguas primordiales a todos los gérmenes, tanto los que se manifestarán y pasarán a la creación como los que permanecerán totalmente inmanifestados y devueltos a la unidad principial. Esta energía, siendo absolutamente indistinta, contiene en sí el principio de discriminación que operará en el acto creativo. El agua es también símbolo del fundamento y sustento de la manifestación cósmica; asimismo se la relaciona con la fuente de vida y es el medio de cualquier purificación o regeneración. En otro sentido, se hace corresponder con el Alma, es decir, con el mundo intermediario entre el cuerpo y la realidad del Espíritu, y es por ello vehículo y puente entre ambos. Por esta razón, en muchas culturas se utiliza la expresión de "cruzar las aguas" para simbolizar el recorrido iniciático de aquel ser humano que se aventura a la conquista de su verdadera y plena identidad espiritual. Para terminar con estas sucintas ideas evocadas por el término María en hebreo, vemos que la letra que añadida a mayim origina Miriam es Resh, la cual representa
esencialmente el símbolo de receptividad. El resh es el "principio" que contiene todo lo que procederá de él6.
Ya sólo el nombre de María-Miriam como símbolo y las correspondencias analógicas que sugiere nos han revelado enseñanzas bien interiores, relacionadas todas ellas con esa corriente femenina, de naturaleza receptiva y pasiva que, surgida de la Unidad primordial, signa todo el despliegue del cosmos, complementándose siempre con la faceta positiva o masculina de la Mónada o Unidad.
...este agua se llama también vasija de la naturaleza, vientre, matriz, tierra y nodriza. Es también la fuente en la que el Rey y la Reina se bañan. Es la madre que es preciso colocar y sellar en el vientre de su hijo… es por lo que ellos se aman entre sí como una madre y un hijo; se acarician y se estrechan porque los dos han venido de una misma y única raíz y porque son los dos de una misma sustancia y de una misma naturaleza... (Livre d'Artéphius)
Hijo mío, examina y observa toda la extensión de mi jardín, y piensa en una fuente de agua viva cuyo manantial fluye desde su origen, y sabe que este origen ha sido extraído de las nobles raíces filosóficas y de sus maravillosas flores. Es la fuente del agua viva, es fuente de júbilo y de juventud, de belleza y de salud. El agua que fluye de esta fuente tiene tal virtud que todos los filósofos han hecho de ella grandes alabanzas, pues todos ellos han leído en el Génesis, capítulo primero, que el Espíritu del Señor había sido llevado sobre las aguas en la creación del cielo y de la tierra. Por eso sabemos que todas las cosas han sido hechas del agua. (Georges Aurach. El jardín de las riquezas).
Decíamos al comienzo de esta investigación que María la profetisa está vinculada tanto a la Tradición Hebrea como a la Hermética; cabría preguntarse entonces: ¿Acaso hay dos fuentes y no una sola? ¿Qué estará expresando esta aparente doble filiación, procedencia e influencia del personaje sobre dos grandes tradiciones? Unánimemente, los pueblos y civilizaciones de la tierra acreditan la existencia de una Tradición Primordial depositaria de la Verdad y ubicada en el Centro del Mundo, de la que surgen, como si del tronco de un Arbol único se tratara, innumerables ramas que son las llamadas tradiciones o centros espirituales secundarios, los que expanden a los cuatro vientos esa Verdad única, aunque siempre actualizada bajo su ropaje, en cualquier momento del devenir cíclico. En el lenguaje alquímico que rescatamos en estas páginas, también se expresa de innumerables maneras la idea de una fuente primordial de la que todo mana; he ahí un ejemplo:
Tomad en consideración lo que dijo el sabio: que el Magisterio se acostumbra a hacer de una sola cosa. Imprimid esto, y con fuerza, en vuestro espíritu, pensad en ello y examinadlo bien hasta que ya no tengáis ninguna duda al respecto7.
Y así como de ese único manantial surgen varios ríos (las diferentes tradiciones), en la alquimia también aparece una diversidad de términos con los que referirse a la Gran Obra, por eso los adeptos advierten:
Y puedo asegurar en verdad que nada ha hecho tropezar y errar tanto a quienes han querido hacer el Magisterio como la diferencia y pluralidad de nombres que se le han dado. Pero una vez se haya reconocido que todos estos nombres se le han impuesto sólo por la diversidad de colores que aparecen en la conjunción de las dos materias, procedentes de una sola raíz, ya no será fácil extraviarse del camino que se ha de seguir para hacer el Magisterio8.
Por ello aconsejan:
Abandonad la pluralidad de nombres oscuros y tenebrosos; pues esto no es sino una naturaleza que sobrepasa a todas las cosas, y no se trata en absoluto de diversas naturalezas. Verdaderamente sólo hay una naturaleza que germina y se multiplica por sí misma9.
En síntesis, una sola es la Verdad, la raíz, la fuente y el mensaje que de ella fluye, aunque muchas las formas en que se expresa y manifiesta.
La Biblia nos dice que la hermana de Moisés nace en Egipto, y esta tierra es, en diversos momentos del ciclo de la presente humanidad, uno de esos centros espirituales secundarios de que hablábamos anteriormente, depositario del legado universal de la Tradición Primordial o Unánime y cuyo mensaje es reactualizado y adaptado por los sabios y sacerdotes de la casta sacerdotal egipcia a las circunstancias espacio-temporales en que vivieron. Es en Egipto donde aparece hacia el año 3500 a. J. C. una gran civilización en la que el dios Thoth revela la doctrina esotérica que será el fundamento de la cultura occidental a faraones y sacerdotes, los cuales transmitirán ritualmente estas profundas enseñanzas a los iniciados. No es entonces casual que los pueblos nómadas abrahámicos lleguen desde Canaán a las riberas del Nilo, se instalen allí por un período prolongado y se empapen de las altísimas enseñanzas de los hierofantes egipcios. Todo ello hace que sea precisamente aquí, en Egipto, donde el pueblo caldeo viva una reactualización. Unos siglos más tarde, hacia el I-II d. J. C., Egipto es de nuevo, ahora para todas las regiones bañadas por el Mediterráneo, ese mismo útero primigenio que gestará y alumbrará el mensaje imperecedero de la Tradición Unánime vivificado en esta ocasión bajo el ropaje de la Tradición Hermética.
El arquetipo que María representa –surgido de esa fuente primordial– es universal y eterno, por lo que no debe extrañarnos que su simbólica esté presente en toda cultura o civilización, y en el caso que nos ocupa, que irrigue y nutra tanto a la tradición judía vigorizada en Egipto, como posteriormente a la hermética, nacida históricamente en la ciudad de Alejandría en el s. I de la era cristiana. Sumerjámonos en lo que nos dice la Biblia sobre la legendaria hermana de Moisés y al mismo tiempo desgranemos las enseñanzas de la maestra del Arte que fueron recogidas y adaptadas por los alquimistas alejandrinos. En especial nos fijaremos en el libro Diálogo de María y Aros sobre el Magisterio de Hermes que se le atribuye y que ha llegado hasta nuestros días, así como en otros fragmentos de opúsculos alquímicos que citan sentencias de la maestra, entre los que destacamos El Deseo Deseado de Nicolás Flamel y el anónimo titulado Conversación del Rey Calid y del Filósofo Morien sobre el Magisterio de Hermes. Rescatemos las profundas enseñanzas esotéricas de esos relatos, que más allá de una lectura literal o alegórica, nos evocan un caudal simbólico inagotable en el que el mito y el arte alquímico se entrecruzan mágicamente, tal cual lo hacen las dos serpientes del caduceo de Hermes en torno a la vara áurea central, y veremos que tanto a través del proceso alquímico del que María es maestra como por medio del relato bíblico en que ella participa –una gran gesta de liberación– se expresan ideas idénticas que tienen al plano intermediario del Alma10 como protagonista, como mediador y conductor entre la realidad material y grosera y la verdadera y única identidad espiritual. Hay una lectura alquímica en el Exodo y en los demás libros del Pentateuco, así como un éxodo o camino de salida allende el mundo de la psiqué que la práctica de la Alquimia promueve. El fin es idéntico en ambos casos: ya se trate del peregrinaje y llegada a la Tierra Prometida o a la Comarca Suprema tan anhelada por el pueblo judío, o bien de la obtención –a través de la Gran Obra– del Elixir de Inmortalidad o de la extracción de la Piedra Filosofal, todo ello no son más que diversas maneras de expresar el proceso de cosmización del ser humano que culmina en la conquista de la plena Libertad y en la realización de la Suprema Identidad.
Quien haya reconocido la llamada interior y emprendido esta senda mágico-teúrgica cuenta con el legado doctrinal inestimable de nuestra querida y ancestral maestra; sólo hemos de realizar una actualización del lenguaje críptico de sus escritos o del de las sagradas escrituras que rescatan su impronta11 para descubrir un mensaje totalmente actual, vivo y dirigido directamente al corazón del ser humano del siglo XXI.
Ya hemos visto que el nombre de María nos revela el ciclo que preside cualquier manifestación, que en síntesis repite estas fases: la cópula, la concepción, la preñez, el alumbramiento y la nutrición. Asombrosamente, hallamos correspondencias entre estos cinco momentos del régimen de la transmutación alquímica y la secuencia relatada en el capítulo II del Exodo en sus diez primeros versículos. Juguemos a enlazarlos y a reconocernos en su esencia.
Dice el mito que al poco tiempo de nacer Moisés, su madre, al ver que ya no podía ocultarlo a los egipcios, lo puso en una cestilla de papiro que dejó entre los juncos, a la orilla del río Nilo.
La hermana del niño se apostó a lo lejos para ver lo que pasaba.
Miriam y Moisés forman la pareja arquetípica que se unirá en sagradas nupcias al inicio de la Gran Obra o del viaje hacia la Tierra Prometida. Leemos en El Deseo Deseado de Nicolás Flamel:
De este modo, a decir de María, la hermana de Moisés y profetisa, debes moler una goma y conjuntarla con una goma por un verdadero matrimonio, y la convertirás en un agua corriente. (pág. 16)
En el tratado alquímico atribuido a la maestra (Diálogo de María y Aros sobre el Magisterio de Hermes), ésta explica, siempre de manera jeroglífica, que el inicio del proceso está signado por la cópula sagrada de dos principios:
Coged pues Alum, Goma blanca y Goma roja, que es el Kibric de los Filósofos, su Oro y su más grande Tintura, y juntad por un verdadero matrimonio la Goma blanca con la roja.12
Michael Maier clarifica la simbólica de este apareamiento en el siguiente pasaje:
Une al hermano con la hermana y ofréceles un filtro de amor. No habría ahora en el mundo tal cantidad de hombres, si al hermano no se le hubiera dado como primera esposa a su hermana. Así, pues, une de buen grado a dos hijos de los mismos padres, de modo que sean marido y mujer en el lecho. Dales de beber a ambos en el nectarino licor filtros de amor, y su amor engendrará la esperanza de un vástago13.
Una vez consumada la unión en el jardín alquímico del alma, se concibe una nueva posibilidad, pues a decir de la maestra:
Reducid todo en Agua fluyente y purificad sobre el Cuerpo fijo este Agua verdaderamente divina, sacada de los dos Azufres; y haced que esta composición se vuelva líquida, por el secreto de las naturalezas, en el Vaso de la Filosofía. (pág. 29)
Esto es análogo al regreso ad uterum o al retorno a un estado potencial, pura virtualidad; ser una nueva semilla en el seno de las aguas primordiales contenidas en la matriz cósmica, lo que en el Exodo se visualiza como al embrión de oro (Moisés), abrigado por la cesta (matriz) navegando por la corriente del río Nilo (líquido amniótico).
Y tras la concepción, la preñez: el niño alquímico en potencia, Moisés, crece al calor y cobijo de ese receptáculo que filtra y expulsa los desechos y aporta los nutrientes para el crecimiento intrauterino. La maestra expresa también la fase de la gestación en su tratado:
Conservad el humo, y no dejéis escapar nada de él, y haced vuestro fuego en proporción al calor del Sol en los meses de Junio y de Julio; manteneos junto a vuestro Vaso y veréis en él cosas que os sorprenderán. Pues en menos de tres horas vuestra materia se volverá negra, blanca y anaranjada; y el humo penetrará el Cuerpo, y el Espíritu será fijado. (ibid.)
Se acerca el momento del parto. El Exodo refiere que bajo la atenta mirada de Miriam, Moisés es rescatado de las aguas por unas sirvientas de la hija de Faraón. El Moisés humano ya había sido alumbrado (lo que es análogo a decir que el hombre tiene un nacimiento carnal), y el que ahora se recupera del río es el nacido por segunda vez, el que tras morir a la condición profana renace como iniciado virtualmente en los misterios de la vida y la muerte y está en disposición de trascenderlos participando de la Inmortalidad. Moisés, que según la etimología hebrea significa "el salvado o sacado de las aguas", y según su derivación egipcia procede de moses , o en forma más completa del término Tutmosis, es decir, "ha nacido el dios Thoth"14, es el prototipo del iniciado por Thoth-Hermes, el "hijo de Hermes", el tocado milagrosamente por su áurea varita y que, despierto y consciente de esa energía universal que mora en su interior, decide encarnarla. Pero ello no hubiera sido posible sin la presencia pasiva del matraz, o de la matriz o athanor simbolizado por Miriam, en quien se abre ahora el canal del parto para alumbrar al nuevo hombre.
El recién nacido a la luz de la Verdad necesita alimento y su hermana,
viendo que la cesta fue extraída de las aguas por la hija de Faraón se acercó a ella y le dijo: "Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe al niño?" "Vete", le contestó la hija de Faraón. Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. (Ex. 2, 7)
Miriam representa también, como arquetipo de lo femenino, la que procura el alimento orgánico y espiritual que hará crecer al iniciado. Lo que ha sido depositado virtualmente en el corazón del neófito debe ahora desarrollarse, lentamente y por etapas, gracias al sustento que le aporta su propia madre-hermana, símbolos de la doctrina tradicional. La alquimista expresa esta etapa como sigue:
El todo se hará a continuación como leche, que se hará incerante, fundiente y penetrante. Y éste es el Secreto escondido. (pág. 29)
Igualmente Flamel expresa esta etapa del proceso como sigue:
La nutrición se hace cuando la criatura, al estar fuera del vientre, necesita ser alimentada. El primer alimento es la leche, que debe ser dada con un calor adecuado para que lo que acaba de nacer sea poco a poco confortado y corroborado, y el nutrimento debe aumentarse a proporción del crecimiento (…) Es necesario operar del mismo modo en nuestra obra. (op. cit. pág. 42)
Moisés es entonces alimentado por su madre sanguínea y posteriormente por la adoptiva, la hija de Faraón, con lo que se expresa que éste recibe tanto el influjo espiritual de la tradición hebrea como de la egipcia. Nos dicen las escrituras:
Durante tres meses fue criado en la casa de su padre; después fue expuesto y le recogió la hija de Faraón, quien le crió como hijo suyo. Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras. (Hch. 7, 21-22)
En este ciclo arquetípico, que signa el inicio de la labor de transmutación alquímica y que habrá de repetirse en los diversos momentos del recorrido iniciático del operante, encontramos siempre a Miriam-María como símbolo del soporte y sustento de la obra, y a Moisés como el iniciado que reconoce todo dentro de sí y que habiendo muerto a su condición profana y renacido a la realidad del Ser, decide entregarse consciente y activamente a realizar lo recibido de forma virtual. En realidad, Miriam y Moisés son las dos energías cósmicas latentes en el interior de la conciencia del alquimista que esperan ser desveladas y casadas en los diversos mundos o planos, dibujando así un mapa de ruta en pos de la efectivización del Conocimiento.
La Alquimia, su estudio y práctica, tiene más que ver con la cálida evocación poética que con la fría precisión de una técnica. (Julio Pauls)
Penetremos aún más en los arcanos de esta Ciencia de la revelación y de la realización espiritual. Otra vez el mito nos guía por su senda misteriosa y sobrenatural: Moisés se refugia durante 40 años en Madián, junto al rey Jetró (representante de la Tradición Primordial) y allí recibe la revelación del Nombre divino, la misión de guiar la liberación de su pueblo y el poder para hacer prodigios. Además conoce en su integridad el secreto del régimen de la Gran Obra. Tres son las señales que la deidad le otorga, análogas a los tres colores (síntesis de las tres etapas de la iniciación) que aparecen en el proceso de cocción alquímico; la primera es convertir su cayado en serpiente y ésta de nuevo en báculo (Obra al Negro, toma de conciencia de los estados inferiores del Ser simbolizados por el rep-til que se arrastra por la tierra, y que por la influencia espiritual se endereza de nuevo y tiende a elevarse al cielo). La segunda es que, tras la orden que recibe Moisés de llevar su mano al corazón y volverla a sacar, la ve cubierta de lepra, blanca como la nieve (Obra al Blanco, purga y purificación del alma humana y del alma del mundo, sutilización progresiva), y después de retornarla al corazón se cura completamente. Por último, la divinidad le hace tomar agua del río, y derramándola sobre la tierra, la convierte en sangre (Obra al Rojo, universalización y culminación de la cosmización del Alma, fusión con el Espíritu). Su hermana María también conoce los hitos de este proceso, tal como evidencia esta cita que se le atribuye:
Nada puede quitar al latón su oscuridad o su color, pero el Azoth es como su primera cobertura. Esto se entiende cuando se hace la cocción, pues entonces el Azoth colorea al latón y lo torna blanco. Pero el latón recupera su dominio sobre el Azoth transformándolo en vino, es decir, tornándolo rojo como el vino15.
Y tras el atisbo de la perfección y simultaneidad de los misterios de la Iniciación, Moisés retorna a Egipto identificado plenamente con el eje del mundo que simboliza su cayado y reconociéndose el elegido para realizar la unión permanente entre el cielo y la tierra, lo que le hace asumir con vigor y fuerza la función de guiar o conducir a su pueblo hacia Canaán (no por ningún mérito individual, sino por su total apertura a la gracia derramada por el Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere). Del simbolismo de la Unidad que se manifiesta aparentemente dual en la pareja Moisés-María, vislumbramos ahora –con el reencuentro de Moisés con su hermano y su hermana–, la aparición del ternario16 en Aarón-Moisés-Miriam. Esta tríada se vincula con la triunidad de principios ontológicos del ser y con los tres principios de la Alquimia, a saber: el Azufre, masculino y activo, energía representada por Aarón; el Mercurio, aspecto femenino y pasivo, encarnado por María, y finalmente la Sal que los unifica, el principio neutro o equilibrio entre los dos opuestos, representado por Moisés. Ellos tres seguirán dibujando a partir de este instante el itinerario interno hacia la Tierra Prometida, promoviendo la restitución del estado de Hombre Verdadero y aún más, el del Hombre Trascendente. Pero no nos precipitemos: el trabajo del adepto, signado siempre por lo milagroso y simultáneo, se realiza conforme al orden cósmico, y sin que ello signifique de ningún modo caer en rigideces o sistemas cerrados, sí que contempla transitar por una vía escalonada, con diversas etapas.
A partir de un momento determinado –para el que hay que estar preparado internamente– se produce el comienzo efectivo del proceso de conocimiento. Las pruebas iniciáticas son posteriores a ese punto y se las asimila al paso por el laberinto. Las dificultades que cada aspirante haya encontrado hasta el momento de la iniciación, deben tomarse sólo como circunstancias preparatorias, por graves o significativas que fuesen17.
Obra al Negro
Hay momentos en el proceso del conocimiento que la Alquimia denomina putrefacción y nigredo. Estas son etapas y estados disolventes en donde el adepto visita las entrañas de la tierra y deambula por los corredores de las tinieblas interiores. (Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada)
El primer tramo de las pruebas que efectivizan la realización espiritual se denomina Obra al Negro y se asimila con un ingreso en el interior de la tierra o un regreso a la matriz del cosmos18, lo que implica el retorno a un estado de indiferenciación, análogo en el sentido más alto al Caos precósmico y, en otro, invertido respecto del anterior, al conocimiento de los estados más densos e inferiores del Ser (los que deberán ser transmutados con suma delicadeza), así como también a la posibilidad de desenmascarar los egos, verdaderos obstáculos en el camino del conocimiento que, aunque nunca deben negarse, sólo merecen ser nombrados y llevados a la hoguera. Los tres hermanos que emprenden la salida de Egipto arrastrando tras de sí a todo el pueblo realizan igualmente este viaje de ultratumba, que en la Biblia se expresa con el envío de las diez plagas –las cuales fijan el fin a todo apego e ilusión, la muerte a la dolorosa dualidad, y el desarraigo y la rotura de las cadenas que los retenían en Egipto, al tiempo que simultáneamente promueven la posibilidad de emprender el camino hacia la liberación–, a las que sigue un largo periplo guiados por el cayado divino que ostenta Moisés. Esta prueba de la tierra tiene que ver con el total desprendimiento del expedicionario y se visualiza como un proceso de disolución, de descomposición, negrura o putrefacción de los esquemas caducos y de las falsas identidades. Si en la copa del corazón del adepto, por intermedio del fuego del Amor, no se funden las escorias y no se opera un vacío, el espíritu no fecunda, y nada nuevo puede aprehenderse. Por ello, María la profetisa, maestra del arte, dice al respecto:
Conserva el espíritu, y cuida que nada se vaya con el vapor, temperando y midiendo el fuego en proporción al calor del sol en el mes de julio, a fin de que por una larga y dulce decocción el agua se espese en una tierra negra. (Flamel, op. cit. pág. 18)
Y añade:
Toma el cuerpo, arroja sobre él el mercurio claro, que no se obtiene ni se retiene sino por putrefacción. (pág. 21)
El alquimista, como guerrero que también es, debe mantenerse bien despierto, ya que los pesados egos se quejan, chirrían, e intentan reafirmarse escondiéndose bajo diversas máscaras, y se empeñan en paralizar al neófito en la pequeñez y la insignificancia de la irrealidad. Y si no, veamos lo que dice el pueblo judío a Moisés cuando éste lo saca de Egipto:
¿Acaso no había sepulturas en Egipto para que nos hayas traído a morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros sacándonos de Egipto? ¿No te dijimos claramente en Egipto: Déjanos en paz, queremos servir a los egipcios? Porque mejor es servir a los egipcios que morir en el desierto. (Ex. 14, 11-12)
Esta tierra, siendo el útero en el que se gesta la regeneración de la cultura judía o del nuevo hombre, puede devenir también una prisión si no se abre el canal de parto que permite alumbrarlos. Siguiendo con esta simbólica, el iniciado no podrá avanzar por la senda liberadora si no se desprende de las ataduras del hombre viejo, es decir, si Egipto no abre sus puertas y el pueblo lo deja atrás para siempre; mas si ello se produce, si en un instante de lucidez y valentía el adepto se entrega sin reservas mentales de ningún tipo al conocimiento de su auténtica identidad, no se dejará engañar más por el error o la ignorancia ni por la comodidad del falso confort de lo contingente, sino que seguirá el mandato de la llamada interior, dará muerte a la ilusión y se identificará con las palabras de Moisés:
No temáis; estad firmes, y veréis la salvación que YHVH os otorgará en este día, pues los egipcios que ahora veis, no los volveréis a ver nunca más. YHVH peleará por vosotros, que vosotros no tendréis que preocuparos. (Ex. 14, 13-14)
Si se mata al "yo" pequeño, el Sí mismo se empieza a vislumbrar, y el decisivo primer avance de la batalla se habrá ganado; claro está que muchos son todavía los velos por descorrer, pues nada más salir de las entrañas de la tierra, el iniciado topa con un gran mar por cruzar, el Mar Rojo; pero esta proeza ya no es obra de la individualidad humana, sino de la divinidad (esto es, del Ser), y para la deidad nada hay imposible:
Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano hacia el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. (Ex. 14, 15)
De ahí en adelante el asombro, el prodigio y lo sobrenatural es constante en la vida del adepto, que ya no se reconocerá como una individualidad, sino como el Ser Universal que constantemente se conoce a sí mismo, en sí mismo y por sí mismo a través de todas sus manifestaciones, siendo la humana una de ellas. Quien experimenta esta certeza, ha salido victorioso de la primera prueba. Por eso, tras la salida de Egipto y el paso del Mar Rojo, Moisés entona un cántico a la deidad y María, la profetisa, hermana de Aarón tomó en sus manos un tímpano y todas las mujeres la seguían con tímpanos y danzando en coro. Y María les entonaba el estribillo:
Cantad a YHVH pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro. (Ex. 14, 20-21)
La alquimista igualmente proclama:
Cuando el latón es quemado con el azufre, y cuando la blandura se expande sobre él, se disuelve, de forma que pierde su ardor, entonces toda su oscuridad y negrura es expulsada de él, transformándose así en oro purísimo. (Conversación del rey Calid…, op. cit. pág. 47)
Desprendido el alquimista de las viejas muletas (el caballo y carro de que habla el estribillo que entona la hermana de Moisés) y vencedor del primer tramo del viaje, el alma se regocija, canta, baila y lanza suaves acordes, y se ritma armónicamente con la sutil trama del universo, intuyendo el resplandor puro del sol, fin de la siguiente fase del proceso transmutatorio. Cabe recordar que cada ascenso o elevación de la conciencia por las gradas de esta escala invisible, o por las etapas de este peregrinar hacia la Tierra Santa, repite el ciclo de vida-muerte-renacimiento; el nigredo, simbolizando en un sentido el primer escalón de la Gran Obra, deberá también repetirse cíclicamente cada vez que se muera a un estado y se renazca a otro superior, y así sucesivamente, hasta completar todo el tránsito por los estados del Ser y acceder finalmente a la Comarca Suprema, donde todo movimiento es trascendido por la identificación con la inmutabilidad del Principio. Pero sigamos paso a paso, el camino es largo, y ahora es menester transmutar con la suave cocción del fuego alquímico, esos estados más densos e inferiores del Ser.
Primer nivel: poder –o saber– brindarse. La entrega completa. Locura, calentura y arrebatos. (Federico González. Noche de Brujas)
Obra al Blanco
Si tú no pones e introduces el cuerpo lavado hasta el fondo, si no lo vuelves blanco y no pones en él el alma, entonces no has aprendido nada de este secreto. (Flamel. El Deseo deseado)
Grande es la labor que aún espera al adepto, pero el paso decisivo ya se dio. Ciertamente hay un antes y un después de la muerte iniciática: ésta señala un salto cualitativo sin posibilidad de retroceso; atrás sólo queda el vapor del espejismo y la ilusión de una vida irreal, como si de un sueño se tratara; el después es siempre "ahora", el eterno presente del latir del Ser Universal, que el aprendiz anhela encarnar en su plenitud, en la simultaneidad de todos sus estados, mundos o planos jerarquizados. Y aunque nos dice la Tradición que alcanzar instantáneamente esta conciencia completa del misterio del Ser no es imposible, lo cierto es que para el caído ser humano contemporáneo la realización espiritual se vive como un proceso gradual, lo cual ya hemos dicho que nunca es sinónimo de seguir un sistema de normas fijas para edificar una rígida estructura, sino de reconocerse como un organismo vivo regido por la Inteligencia y Sabiduría divinas que se regeneran y conocen perennemente a través de todas sus emanaciones. Pero lo esencial, que es la ubicación y adhesión al punto de vista sagrado e interno, se ha operado. Después del descenso a los infiernos que acaba de sufrir el adepto,
un viaje de mil millas comienza ante sus pies,
y una geografía de la conciencia plagada de pliegues y vericuetos espera ser traspasada por la punta de la espada que empuña con coraje el guerrero-alquimista. Los paisajes del Alma son todavía enjutos y espesos en este nuevo tramo, y el mito bíblico los asimila a un gran desierto que debe ser atravesado con determinación y generosidad. Los tres hermanos van al frente de la expedición y la conducen a través de una tierra árida, pero jalonada de fuentes que saciarán la sed y operarán purgas: Mará, Meribá, Cadés, Elim y Refidim son altos en el camino, puntos en los que se producen muertes, purificaciones y regeneraciones. Por eso la Alquimia también dice:
Además os advierto que si no limpiáis perfectamente el cuerpo impuro, si no lo desecáis, si no lo volvéis completamente blanco, si no lo animáis haciendo entrar el alma, y si no le quitáis todo el mal olor, de manera que después de haber sido lavado, la tintura que caiga sobre él lo penetre, no habréis hecho nada en el Magisterio por no haber observado bien el régimen. Sabed además que el alma entrará prontamente en su cuerpo, pero no se unirá de ningún modo con un cuerpo extraño. (Anónimo, Conversación... pág. 61)
Y Michael Maier, en el Emblema III de su Atalanta Fugiens revela:
Haz como la mujer cuando lava los paños. Tú que gustas de escrutar los arcanos ocultos, no permanezcas inactivo y toma como ejemplo todo lo que pueda ayudarte ¿No ves acaso a la mujer limpiar los paños de manchas, como suele, añadiéndoles agua caliente? Imítala y así no trabajarás en vano en tu arte, pues la onda se lleva la suciedad del cuerpo negro.
Tiene el Alma una faceta apegada a lo denso y material –próxima al mundo corporal–, tejida con lana gruesa y tupida, un amasijo de formas sutiles que llamamos deseos, emociones, sentimientos, anhelos, imaginaciones, fantasías y pasiones, las cuales difícilmente dejan pasar la luz si no son debidamente ordenadas por el Intelecto superior, facultad suprahumana que sin embargo puede ser experimentada por el hombre. Con demasiada frecuencia, los velos de la psiqué que se agitan continuamente hacen que ésta se encante y encapsule sobre sí misma, arrastrando al alquimista hacia nuevos errores, entre los que destaca la soberbia y el orgullo, cuando no la desesperación y la petrificación. Si el hombre se queda anclado en este punto confundiendo ese aspecto inferior del alma con sus otros planos superiores y universales –e incluso con la realidad del Espíritu–, la realización espiritual se puede ver seriamente obstaculizada y hasta casi detenida. El siguiente pasaje del libro de los Números, que vuelve a tener como protagonistas a las energías encarnadas por los tres hermanos, expresa el peligro que acecha al adepto cuando deja de someterse a la Voluntad del Cielo y se encierra en la caduca y engreída ilusión del alma inferior:
María y Aarón murmuraron contra Moisés por causa de la mujer kusita que había tomado por esposa: por haberse casado con una kusita. Decían: "¿Es que YHVH no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?" Y YHVH lo oyó. Moisés era un hombre humilde, más que hombre alguno sobre la faz de la tierra. De improviso, YHVH dijo a Moisés, a Aarón y a María: "Salid los tres a la Tienda del Encuentro". Salieron los tres. Bajó YHVH en la columna de Nube y se quedó a la puerta de la Tienda. Llamó a Aarón y a María y se adelantaron los dos. Dijo YHVH: "Escuchad mis palabras: Si hay entre vosotros un profeta, en visión me revelo a él, y hablo con él en sueños. No así con mi siervo Moisés: él es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente y no en enigmas, y contempla la imagen de YHVH ¿Por qué, pues, habéis osado hablar contra mi siervo Moisés?". Y se encendió la ira de YHVH contra ellos. Cuando se marchó, y la Nube se retiró de encima de la Tienda, he aquí que María estaba leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba leprosa. (Nm. 12, 1-10)
María es un símbolo del mundo intermediario, de la psiqué tanto en su vertiente inferior como superior, individual y universal, o como dice la Cábala, del mundo de Yetsirah (Formaciones sutiles) y del de Beriyah (la Creación), así como también de todas las purgas que necesariamente deben operarse en el ámbito inferior –llamado también sublunar– para poder ser trascendido, que es lo realmente importante en aras a la plena realización espiritual. La trampa de este mundo más cercano a los sentidos es la de intentar atrapar al adepto en su espejismo, reteniéndolo en el mundo de las formas sutiles como si ellas fuesen realidades absolutas y no ilusiones; lo ilustra bien la murmuración de los dos hermanos contra Moisés porque éste se ha casado con una mujer kusita negra de piel y oriunda de una tierra rica en oro (símbolo de la sabiduría divina, lo cual está manifestando la total identidad de la energía central y neutra que encarna Moisés desde el punto de vista de la unidad del Ser, en contraposición al conocimiento indirecto, mediato y dual que tienen Aarón y Miriam de la deidad, que sólo se les revela en "visión" y en "sueños", o de forma refleja, lo que significa que mientras no se realice la unión de los aparentes opuestos en su unidad esencial, no se accede al conocimiento del "Uno que es Todo", sino que se permanece en un estado dividido). De ahí la necesidad de la purificación, que jamás significa la adscripción a un supuesto y siempre relativo "bien" contrapuesto al "mal", ni la práctica de ciertas "virtudes" contrarias a unos "vicios" situados a su mismo nivel. Por paradójico que resulte a la mentalidad moderna, tan alejada del pensamiento tradicional, el desequilibrio y la enfermedad posibilitan la purga de la psiqué, pues como dice un sabio alquimista:
El desorden es tan sagrado e importante como el orden cósmico. Y ambos emanados de la misma fuente, la deidad, cuyo símbolo más alto es la unidad, que al fragmentarse produce las dos columnas del árbol sefirótico, expresión de dos energías, una positiva y otra negativa que deben ser permanentemente conjugadas por los aprendices del conocimiento, que no pueden sólo aceptar una de ellas con exclusión de la otra, o sea la positiva, negando la opuesta y dejándose engañar por las "virtudes" de la escogida, siempre relativa, lo cual puede ser la más pesada y grave obstrucción en el camino del conocimiento.
Precisamente, la lepra cumple una importante función simbólica en el blanqueo del alma. Urge rescatar una lectura profunda de lo que dicha enfermedad expresa, mucho más allá de la chata interpretación moral-religiosa que siempre le ha atribuido una connotación peyorativa, como si de un "castigo" divino se tratara. La lepra torna la piel blanca, la cubre de pústulas y costras que deben ser bien limpiadas, desinfectadas, e incluso arrancadas, provocando el despellejamiento, o la muda19. Además, el Antiguo Testamento no habla sólo de la lepra que afecta al ser humano, sino también a los vestidos y a las casas, por lo que esta enfermedad se está refiriendo a toda aquella mancha o adherencia que supone un impedimento, un obstáculo o un velo al conocimiento del Sí mismo. De ahí la imperiosa necesidad del albedo,
porque el cuerpo no recibe el espíritu, ni el espíritu recibe el cuerpo, de suerte que lo espiritual no se vuelve corporal ni lo corporal espiritual si antes de su conmixtión no han sido bien limpiados y perfectamente purificados de toda mácula y de toda impureza; pero cuando han sido bien limpiados y bien purgados, el espíritu abraza instantáneamente al cuerpo, y el cuerpo abraza parecidamente al espíritu, y por su abrazo mutuo tiene lugar una perfecta operación de la obra. (Flamel, op. cit., pág. 24)
Y nuestra María dirige estas palabras a Aros, con las que le instruye sobre este punto:
" - Coged hierba blanca, clara, honrada, que crece sobre las pequeñas Montañas. Trituradla toda fresca, como ella es en su hora determinada: pues en ella está el verdadero Cuerpo que no se evapora ni huye al fuego en manera ninguna. – ¿No es de la Piedra de Verdad de lo que habláis? –, dijo Aros. – Sí, Aros, lo es –, respondió María.
- Pero los hombres no saben su régimen porque tienen demasiada prisa y quieren hacer la obra demasiado pronto. – ¿Qué hay que hacer después de eso? –, dijo Aros. – Es preciso –, le dijo María, – rectificar sobre este cuerpo Kibric, y Zubeth, es decir, los dos humos, que comprenden y que abrazan las dos Luminarias, y poner encima lo que los reblandece, y que es el cumplimiento de las Tinturas y los Espíritus, y el verdadero peso de la Ciencia. Después, habiendo triturado todo, hay que ponerlo al Fuego, y se verán cosas admirables. Por lo demás, todo el régimen consiste en saber hacer el fuego moderado. Después será una cosa sorprendente ver cómo en menos de una hora, esta Composición pasará de un color a otro, hasta que venga a la rojez y a la blancura perfecta. Hay entonces que deshacer el fuego y abrir el vaso, cuando se haya enfriado, y se encontrará el Cuerpo claro y luciente, como una perla, del color de la Amapola de los campos, entremezclado en blanco. Entonces es incerante, fundiente y penetrante, y un peso de este Cuerpo irá sobre mil doscientos de Metal imperfecto y lo convertirá en oro. Este es el Secreto escondido." (Diálogo… pág. 31-33)
Así es como se aquieta el alma, se amansan sus aguas turbulentas, y deviene entonces una superficie lisa, bruñida y transparente, tal cual un espejo que refleja nítidamente el fulgor de la luz divina. Así también es como aquélla deviene una copa vacía que se deja fecundar por el Intelecto superior o la Intuición Intelectual, actualizando el rito del Ser que se conoce a sí mismo, en su unidad esencial, en cada mundo o plano, y por tanto también en el mundo sublunar. Este momento de la Gran Obra, plenamente experimentable por el hombre o microcosmos, se refiere a la realización integral del ser humano, y consiste, según expresa René Guénon,
no en el desarrollo aislado de ciertas facultades especiales, sino en el desarrollo completo, armónico y jerárquico de todas las posibilidades implicadas en la esencia de este ser20.
Este grado alcanzado por la conciencia es conocido con el nombre de estado de Hombre Verdadero, a partir del cual se operará un nuevo salto cualitativo, un ascenso vertical por los estados superiores del Ser.
La curación tiene que ver con esta conquista, que conducirá al alquimista más allá de los límites de la individualidad:
Y dijo Aarón a Moisés: "Perdón, Señor mío, no cargues sobre nosotros el pecado que neciamente hemos cometido. Por favor, que no sea ella como quien nace muerto del seno de su madre, con la carne medio consumida". Moisés clamó a YHVH diciendo: "Oh Dios, cúrala, por favor". YHVH respondió a Moisés: "Si su padre le hubiera escupido al rostro, ¿no tendría que pasar siete días de vergüenza? Que quede siete días fuera del campamento y luego sea admitida otra vez". María quedó siete días excluida del campamento. Pero el pueblo no partió hasta que ella se reintegró. (Nm. 12, 11-15)
La regeneración de la psiqué del adepto es vista también como el recorrido por las siete sefiroth de construcción cósmica, energías sutiles de la creación, vivas en el interior de todo ser, y que se corresponden con los siete días de la Creación, los siete días de la semana, los siete planetas, los siete metales, siete notas musicales, siete chakras, siete Artes Liberales, y muchas más correspondencias que aún podríamos enumerar, las cuales el alquimista aspira encarnar, lo que es análogo a decir que se dispone a recorrer la cosmogonía en su plenitud, y por tanto a deificarse.
Conocer una cosmogonía significa vivir el mandala tridimensional del cosmos. Comprender la revelación de un universo y sus leyes, absolutamente diferente del que nos fue enseñado. Donde los valores son tan otros, que únicamente pueden ser percibidos por medio de una total conversión psicológica. Este proceso necesita de un orden y un trabajo. No solo tiene enormes riesgos de desviación de muchos tipos (los cuales, generalmente, son parte del proceso), sino que puede resultar casi imposible de realizar, por indefinidos motivos. Se dice que es difícil, pero no imposible. En el camino pueden quedar, entre otras cosas, la salud, la fama, la honra, es decir, toda seguridad. Pero la recompensa es la identidad, el conocimiento, el ser21.
Tras la purga fuera del campamento que ha operado este salto cualitativo, María se reincorpora a la expedición; el camino no se puede completar sin la alada mensajera, puente hacia las regiones universales del Ser.
A la vista de todo lo dicho, la Alquimia es también una espagiria, palabra cuya etimología viene de spao (yo extraigo o arranco) y de ageiro (yo reúno). Esta Medicina sagrada –que cura los cuerpos, pero principalmente el Alma–, precisa del reconocimiento del des-equilibrio-error y de la aplicación del remedio adecuado, el cual, a veces, consistirá en arrancar la dolencia de cuajo y otras, en someterla a una suave cocción22 (el solve alquímico), con lo que las impurezas se disolverán, se evaporarán o rarificarán, tras lo cual, mediante delicados procesos de enfriamiento y destilación, se separarán las escorias de la esencia, que quedará de nuevo reunida en un todo cada vez más sutil (el coagula de la Obra). María, maestra de la Alquimia, conoce íntimamente estas operaciones a las que el Alma se somete en repetidas ocasiones23, así como también la ciencia de los remedios y de los venenos que, tal como versa la Tabla de Esmeralda, demanda de una gran destreza, habilidad y conocimiento de las simpatías cósmicas por parte del operante:
Separa la Tierra del Fuego, y lo sutil de lo grueso, suavemente y con todo cuidado. Asciende de la Tierra al Cielo, desciende de nuevo a la Tierra, y une los poderes de las cosas de arriba y de las de abajo.
Por eso la maestra también nos transmite que:
El Cuerpo que se coge sobre las pequeñas Montañas es claro y blanco, y ahí están las Medicinas, o las dos Materias de este Arte, de las que una se compra y la otra se coge sobre las pequeñas Montañas. Y os advierto, Aros, que los Sabios los han llamado Obra de la Filosofía porque la Ciencia no puede ser cumplida en manera alguna sin estas cosas, y porque es en ella donde se hacen todas estas maravillas del Arte. (Diálogo…, pág. 35)
Regenerada la psiqué inferior, un nuevo ámbito siempre presentido aunque celosamente velado, espera ser conquistado.
Segundo nivel: recibir y ordenarse. Aún quedan impurezas en el fondo del caldero, pero se aprende a sublimarlas conjugando los opuestos. Se conocen las ciencias y los secretos de los ritmos y los nombres, del número y los ciclos. (Federico González. Noche de Brujas)
Obra al Rojo
Sois afortunada María, porque el divino secreto oculto, siempre alabado, os ha sido revelado. (Anónimo. Conversación del rey Calid...)
Tercer nivel: distribuir y devolver. La cocción ya ha sido preparada y han nacido el arco iris y la estrella… (Federico González. Noche de Brujas)
Con la realización del estado de Hombre Verdadero, se emprende el viaje vertical por las sublimes esferas del Alma superior.
Aquí, habiendo prosternado Aros el rostro contra la tierra, María le dijo:
– Levantaos Aros. Aún voy a abreviaros la Obra. (Diálogo…, pág. 33)
Llegados al centro del estado humano, y abierta totalmente la mirada interior, o el ojo del corazón, se produce el enderezamiento definitivo, el paso de la horizontal a la vertical, o de la orientación solar a la polar, posibilitándose la universalización del ser y la fusión final con la luz increada del Principio.
Tomad el Cuerpo claro cogido sobre las pequeñas Montañas, que no se hace por la putrefacción sino por el solo movimiento. Triturad este cuerpo con la Goma Elzaroh y los dos humos. Pues la Goma Elzaroh es el cuerpo que agarra, que coge el Espíritu. Moled el todo, acercadlo al fuego, todo se fundirá, y si hacéis proyección de ello sobre su Mujer, el todo vendrá como Agua que se destila, y se congelará en el Aire, y no será más que un Cuerpo. (ibid.)
Y la Tabla de Esmeralda agrega:
De este modo poseerás la gloria del mundo entero y toda oscuridad se alejará de ti. Este es el poder de todo poder, pues vence todo lo que es sutil y penetra todo lo que es sólido.
Y María continúa:
Que si lo proyectáis sobre los cuerpos imperfectos, veréis maravillas. Pues ahí está el secreto escondido de la Ciencia. Sabed que los dos humos de los que acabo de hablar son las raíces de este Arte; y son el Kibric blanco y la Cal húmeda, a los que los Filósofos han dado toda clase de nombres. Pero el Cuerpo fijo viene del corazón de Saturno, que comprende la Tintura, y que acaba la Obra de la Sabiduría. (Diálogo…, pág. 35)
Sacrificada la conciencia de lo propiamente humano, trascendida la prisión de la forma, de la mente racional y de los límites impuestos por el tiempo y el espacio, se nace a la posibilidad de concebir otras realidades más interiores y elevadas, universales, una "región" poblada de energías informales, llámeseles seres invisibles, o dioses y diosas que viven gestas titánicas en un no-tiempo o tiempo mítico que no transcurre y es siempre ahora, donde todo resulta mucho más tenue pero real, etéreo pero auténtico; el mundo de las ideas que se sintetizan en la Clemencia o Misericordia –energía expansiva, generadora, fecunda, creadora, benéfica, luminosa y activa–, el Rigor –de carácter contractivo, restrictivo, riguroso, pasivo, oscuro y negativo– y la corriente que las conjuga, el Esplendor o la Belleza, energía neutra y armonizadora. Recurrimos de nuevo a los textos sagrados revelados para insinuar este ámbito del Ser, pues su lenguaje poético es el más idóneo para evocar lo poco que en palabras puede de él ser expresado:
Ordena a tu alma irse a la India, y he aquí que, más veloz que tu orden, allí estará. Ordénale cruzar enseguida el océano, y he ahí, que de nuevo, allí estará inmediatamente, no por haber viajado de un lugar a otro, sino como si ya se encontrase allí. Ordénale incluso que se remonte al cielo, no tendrá necesidad de alas: nada puede obstaculizarla, ni el fuego del sol, ni el éter, ni la revolución del cielo, ni los cuerpos de los demás astros, sino que ascenderá en su vuelo a través de todos los espacios hasta el último cuerpo. Y si todavía quisieras perforar la bóveda del universo mismo y contemplar lo que hay más allá (si es que existe algo más allá del cosmos), puedes. ¡Ve qué potencia, qué rapidez posees! Y si, tú, puedes todo eso, ¿no lo podrá Dios? Es pues de esta manera que debes concebir a Dios: todo lo que es lo contiene en él mismo como pensamientos, el cosmos, él mismo, el Todo. Luego si no te vuelves igual a Dios, no puedes comprender a Dios: pues lo semejante no es inteligible más que a lo semejante. Crece hasta corresponder al tamaño sin medida, mediante un salto que te libere de todo cuerpo; elévate por encima de todo tiempo, conviértete en Eón: entonces comprenderás a Dios. Habiendo puesto en tu pensamiento que no hay nada imposible para ti, considérate inmortal y capaz de comprenderlo todo, todo arte, toda ciencia, el carácter de todo ser viviente. Asciende más alto que toda altura, desciende más bajo que toda profundidad. Reúne en ti mismo las sensaciones de todo lo creado, del fuego y del agua, de lo seco y de lo húmedo, considerando que estás a la vez en todas partes, sobre la tierra, en el mar, en el cielo, imagina que aún no has nacido, que estás en el vientre materno, que eres adolescente, viejo, que estás muerto, que estás más allá de la muerte. Si abarcas con el pensamiento todas estas cosas a la vez, tiempos, lugares, substancias, cualidades, cantidades, puedes comprender a Dios. (Hermes Trismegisto. Poimandrés, cap. XI, 19-20)
Esto ya no es cometido de hombre, y apenas sería necesario repetir que no es con las facultades sensoriales o mentales que se puede experimentar dicho Conocimiento, sino en tanto que en la interioridad del ser humano se alberga la esencia supraindividual y eterna, el Espíritu único del universo, inmanente en toda su creación y simultáneamente trascendente, y el verdadero y único artífice de la Gnosis. Quien haya experimentado la certeza de esta realidad, nada teme ya, ni encuentra ningún obstáculo para saltar hacia estos cielos más interiores y cercanos al Origen; sabemos que el único que podría continuar aferrándose a lo ilusorio es el yo pequeño, que por miedo o soberbia seguiría autocomplaciéndose en su insignificancia; pero el alquimista ya no le otorga ningún crédito, sino que decididamente va plus ultra. Por eso dice también el Poimandrés:
Pero si mantienes tu alma aprisionada en el cuerpo, si la rebajas y vas diciendo: "Yo no concibo nada, no puedo nada; tengo miedo del mar; no puedo subir al cielo; no sé lo que era, ni sé lo que seré", ¿Qué vas a hacer con Dios? Porque no puedes entender con el pensamiento ninguna de las cosas bellas y buenas, en tanto te apegas a tu cuerpo malamente. El vicio supremo en efecto, es no conocer lo divino. Por el contrario, ser capaz de Conocer, y haber tenido la voluntad y la firme esperanza, es la vía directa que conduce al Bien, y una vía fácil. A lo largo de tu caminar, él vendrá por todas partes a tu encuentro, en todas partes se ofrecerá a tu vista, incluso en el lugar y a la hora en que tú no lo esperas, veles o reposes, navegues o camines, de noche y de día, hables o te calles, pues nada existe que él no sea. (ibid. XI, 21)
Lo que se vivifica es de una proporción mucho más grande que lo conocido hasta el momento, supera todo lo que pudiera ser imaginado, trasciende cualquier elucubración, es de otro orden. Urge vaciar de nuevo la copa en este cielo interior (Mundo que la Cábala conoce como el de la Creación) para que el Intelecto o Pensamiento divino lo ilumine y colme con sus bienes; se asiste a la transformación, que como dice la palabra va más allá de la forma y es la plenitud de las posibilidades de la creación aprehendidas como un todo que es uno.
En este sentido Morien dice:"Cuando el cuerpo blanco esté calcinado, pon en su interior la cuarta parte del fermento de oro"; pues el fermento, a saber, el oro, es como la levadura del pan, que convierte a su propia naturaleza toda la masa de la pasta. Cuécela pues en su propia agua hasta que sea hecho una cosa y un cuerpo seco. Pues, como dice María: "Cuando el aire le toque y le golpee, será congelado, y será hecho un cuerpo"; aquí reside el secreto. (Flamel, op. cit. pág. 23)
Son éstos los estados del Alma superior, más despojados de cualquier cosa de la que pudiera decirse que es algo; un ámbito que se vive en el eterno presente. Las indefinidas posibilidades de manifestación del siempre Uno se multiplican en este plano de la Creación cual ideas que se expanden y se contraen, se generan y limitan, se atraen y repelen, inspiran y expiran, como si de las dos fases indisociables de una única respiración cósmica se tratara.
Pero notad que el fermento es el agua fija que tiñe y colorea la piedra, la vivifica, la abraza y la retiene. Por ello dice María: "El cuerpo fijo es de la materia de Saturno, comprendiendo la digestión y separación de tinturas y colores, y sin este cuerpo fijo nuestro secreto no muestra ningún efecto, hasta que el Sol y la Luna se conjuntan en un solo cuerpo". (ibid.)
La Cosmización culmina con las Nupcias de las dos Luminarias, del Sol y la Luna, arquetipos de lo masculino y lo femenino respectivamente, cuya hierogamia es símbolo de la resolución final de toda dualidad –por más elevada y sutil que sea– en su unidad esencial, tal como refleja también este nuevo texto de María:
Si dos no pueden convertirse en uno, es decir, si los (materiales) volátiles no se combinan con los materiales fijos, nada estaría en el lugar que esperamos que esté. Si una cosa no blanquea, y si dos no se convierten en tres con el azufre blanco que blanquea (nada estaría en el lugar que esperamos que esté). Pero cuando una cosa se pone amarilla, tres se convierte en cuatro, por uno que se pone amarillo con el azufre amarillo. Finalmente, cuando se realiza la iosis (se pone el cuerpo azul o de color violeta), todo se convierte en una unidad24.
El mito bíblico refleja también la posibilidad de trascender toda dualidad cósmica a través de la simbólica de la muerte de los tres hermanos y la simultánea resurrección al ámbito de lo supracósmico. En el camino, ya muy próximos a la Tierra Prometida, muere primero María en Cadés, al lado de una roca, y es enterrada antes de llegar a Canaán.
Los Israelitas, toda la comunidad, llegaron al desierto de Sin el mes primero, y se quedó todo el pueblo en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron. No había agua para la comunidad, por lo que se amotinaron contra Moisés y contra Aarón. (Nm. 20, 1-3)
La muerte es aquí el símbolo del último desprendimiento, y aún así el pueblo vuelve de nuevo a rebelarse y se queja de haber dejado atrás la seguridad de Egipto: hasta el último instante acecha el peligro de aferrarse a "algo", pero la atracción del Principio vence toda resistencia. Agarrarse es limitarse y creer que hay "otro" que "uno", cuando en realidad, lo que se adquiere con la plena efectivización de la Iniciación es la posibilidad de conquistar la Inmortalidad y la conciencia de Unidad. Entonces,
tomó Moisés la vara de la presencia de YHVH como se lo había mandado. Convocaron Moisés y Aarón la asamblea ante la peña y él les dijo: "Escuchadme rebeldes ¿Haremos brotar de esta peña agua para vosotros?" Y Moisés alzó la mano y golpeó la peña con su vara dos veces. El agua brotó en abundancia, y bebió la comunidad y el ganado. (Nm. 20, 9-11)
Saciado del Agua de la Vida y aligerado de toda carga, el pueblo, el adepto, el Ser, completa su viaje, su realización integral. Un tramo más adelante muere Aarón en la cima de un montículo.
Moisés hizo como le había mandado YHVH. Subieron a Hor de la Montaña a la vista de toda la comunidad. Quitó Moisés a Aarón sus vestiduras y se las puso a su hijo Eleazar. Y murió allí Aarón, en la cumbre del monte. (Nm. 20, 27)
Cae el último velo, el que separa-une la Creación con su Principio.
Tras cuarenta años de errancia por el desierto y habiendo consumado todos los matrimonios del Alma, muere Moisés en Moab, sin poder acceder a Canaán, pero oteándolo a lo lejos. Las dos energías complementarias equilibradas en su centro (la muerte a la dualidad simbolizada por la defunción de sus hermanos) pueden ser traspasadas.
Moisés subió de las Estepas de Moab al monte Nebo, cumbre del Pigsá, frente a Jericó y YHVH le mostró la tierra entera. "(…) Te dejo verla con tus ojos, pero no pasarás a ella". (…) Allí murió Moisés, servidor de YHVH, en el país de Moab, como había dispuesto YHVH. Le enterró en el Valle, en el país de Moab, frente a Bet Peor. Nadie hasta hoy ha conocido su tumba. (Dt. 34, 1-7)
Se recorrieron y vivificaron en su amplitud, profundidad y altura todas las energías cósmicas simbolizadas por las 7 sefiroth, lo que es análogo a decir que se completó la cosmización o deificación, y reunido todo lo aparentemente disperso en el Uno, la Tierra Prometida (que es un estado de la conciencia) queda sólo a un paso; mas darlo es realizar el último sacrificio: el del Cosmos. Toca entonces el salto al vacío, la tan anhelada fusión con el Ser en sí mismo (Mundo o plano de Atsiluth o de las Emanaciones), y el acceso final al reino de la Metafísica o al Silencio de lo que No es.
El Vaso de Hermes
Muy sabio anciano, hace ya tiempo que busco el Magisterio de Hermes. He preguntado a muchos acerca de él, pero todavía no he encontrado a nadie que haya podido decirme la verdad. Por eso, después de haberte marchado de mi país sin que yo lo supiera, y después de leer las palabras que habías escrito en el vaso del Magisterio que conseguiste hacer, palabras que decían: Quienes tienen en sí mismos cuanto necesitan, no necesitan auxilio de nadie, y después de entender qué significan estas palabras, di muerte a todos aquellos que, durante años, me habían rodeado para trabajar en esta Obra porque falsamente se envanecían de saberla hacer. (Anónimo. Conversación del Rey Calid…)
Dicen unánimemente los adeptos y operantes del Arte que el Vaso es el más grande secreto de la Obra alquímica, y tras esta afirmación no se esconde ninguna especie de ocultismo, secretismo o recelo ante un pretendido poder pequeño y particular. María también lo atestigua:
Todos los Filósofos han hablado bastante de todo lo que hay que hacer para la Obra, salvo del Vaso de Hermes; porque es una cosa divina y Dios quiere que sea desconocida a los Gentiles y a los Idólatras; siendo este Vaso de una tan gran necesidad para la Obra que quienes no lo conocen nunca sabrán el verdadero régimen. (Diálogo de María y Aros…, pág. 39)
Ninguna de las altas enseñanzas doctrinales de la Alquimia será cabalmente comprendida mientras el ser humano continúe encasillado y retenido en la preprogramación impresa por nuestra sociedad desacralizada; pero si por un toque sutil del dios Hermes, o por un rotundo garrotazo, o como dice María
No por mí sino por la gracia de Dios Todopoderoso,
el hombre despierta a la unidad del Cosmos así como a la no dualidad entre éste y su Principio, todo deviene de pronto mucho más simple, verdadero, y se presiente que el secreto del Vaso lo es por su propia naturaleza, ya que no consiste sino en el misterio del Ser Universal visto como el supremo receptáculo sagrado.
En el origen atemporal que es coetáneo al instante siempre presente se signa el mayor Sacrificio, el del Infinito o de la Nada metafísica que por un gesto enteramente misterioso y como saliendo aparentemente de su mismidad, concibe, gesta y alumbra al Ser, vertiendo en su concavidad indefinidas posibilidades, y haciendo de él como el latido del No Ser, o su respiración, el cuenco que acoge el soplo, o la sangre, que al circular y ponerse en movimiento por todos los senderos de este gran organismo da vida a la sinfonía universal. Y acaso también pudiera decirse que el Ser es el símbolo de la faz "visible" de la absolutamente inmanifestada y oculta Realidad metafísica del No Ser.
Los sabios de todo tiempo y lugar han penetrado y se han fusionado con estas altas realidades espirituales, por ello Morien dice:
Pero sobre todas las cosas debéis saber, ¡Oh, buen Rey!, que este Magisterio es el secreto de los secretos del Dios grandísimo, y que Él es quien ha confiado y encomendado este Secreto a sus Profetas, cuyas almas ha puesto en el Paraíso; también debéis saber que, si los sabios que vinieron después de ellos no hubiesen comprendido lo que dijeron acerca de la grandeza del vaso donde se hace el Magisterio, jamás habrían podido hacer la Obra. (Conversación del Rey Calid…, pág. 57)
María, llamada también la Profetisa, nos ha repetido incansablemente a lo largo de todo este periplo que conoce internamente el dictado del compás divino y el Principio inmutable que traza el círculo del Mundo, porque ella misma, arquetipo de la Mujer o de lo Femenino, se ha hecho copa vacía receptora de los efluvios celestes emanados del Uno sin segundo. María es entonces el ánima, el puente, la escala y también, según la simbólica alquímica de los cuatro elementos, el agua y el aire entre la tierra y el fuego, y la esencia que los sintetiza, el éter en el corazón, la quintaesencia hermética, simbolizada por esa planta de cinco flores que germina en la cima de la montaña entre los humos recogidos por dos copas, una invertida respecto de la otra. En este grabado25 tan simple en apariencia atribuido a la maestra, se esconde la más alta enseñanza que pudiera ser transmitida, pues veladamente proclama que:
Hay un quinto elemento que es el éter, al que se suele simbolizar en el centro de una rueda de la cual irradian los otros cuatro principios, y alrededor del cual giran. Es pues su origen al que constantemente retornan y la oculta raíz de todo, un "motor inmóvil" más relacionado con el No Ser que con el Ser, emparentado con Ain y con En Soph: con lo auténticamente metafísico, lo invisible, lo inexpresable, lo verdaderamente desconocido, lo que está por encima de la corona, que todavía apoya sobre la cabeza, emblema del cuerpo mineral26.
En los "Sellos de los Filósofos"27 la divisa de María proclama:
Un humo abarca otro humo y la hierba de la montaña absorbe los dos.
Por eso también en su tratado, a la pregunta de Aros:
Pero os ruego que me digáis qué es lo que es el Vaso, sin el cual la Obra no puede hacerse,
ella responde:
Este Vaso es el Vaso de Hermes, que los Filósofos han escondido y que los ignorantes no sabrían comprender, pues es la medida del Fuego Filosófico. (Diálogo… pág. 37)
Este fuego está directamente vinculado con la labor secreta del Espíritu que se alberga en el Centro del Mundo análogo al corazón del hombre y al Vaso de Hermes, la deidad receptora y emisaria del mensaje perenne. Espíritu, además, que es la verdadera Identidad de Todo, y que siendo absolutamente misterioso e insondable es, paradójicamente, lo único con lo que uno aspira a fusionarse.
¿Qué necesidad hay de tanto discurso, oh, Rey? De vos se extrae esta cosa, vos sois la mina, pues se encuentra en vuestra casa, y para confesaros sinceramente la verdad, se toma y se recibe de vos. Y cuando la habréis probado, aumentará en vos el amor que sentís por ella. Tened la seguridad de que cuanto os digo es verdadero e indudable. (Conversación…, pág. 54)
En síntesis, la alquimia interna acerca de la que nos ha instruido María,
Se trata de una Ciencia admirable que desata y libera a quien la posee de la miseria de este mundo, de forma que lo conduce y eleva hasta el conocimiento de los bienes de la vida eterna. (Anónimo. Conversación del Rey Calid...)
Notas
1 Federico González y cols. Revista SYMBOLOS Nº 25-26: Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Barcelona, 2003, pág. 41. (Retorno al texto)
2 Siete Maestros Masones. Cosmogonía Masónica. Símbolo, rito, iniciación. Ed. Kier. Buenos Aires, 2003, pág. 20. (R)
3 Es preciso decir que tanto la cosmogonía como la cosmización o deificación del hombre son simultáneas en el seno del Ser Universal y que sólo nos podemos referir a ellas en términos de "proceso" con el fin de hacer inteligibles estas ideas al hombre que despierta a su aprehensión. La primera signa un recorrido descendente de la Unidad a la multiplicidad; la otra un retorno al Uno experimentado por el hombre como la divinización, y ambas no son sino como las dos caras de una sola moneda. (R)
4 Nos dice el Sefer Yetsirah: "Las tres letras fundamentales Shin, Mem, Alef significan: Mem es muda como el agua y Shin sibilante como el fuego, y Alef se encuentra en medio de ellas, como un hálito de aire que las reconcilia." (R)
5 Ver en el apéndice el modelo cosmogónico del Arbol de la Vida sefirótico, al que nos referiremos en diversas oportunidades en este libro. (R)
6 A. de Souzenelle. La Letra, Camino de vida. Ed. Kier. Buenos Aires, 1995, pág 77. (R)
7 N. Flamel. El deseo deseado. Ed. Indigo. Barcelona, 1997, pág. 51. (R)
8 Anónimo. Conversación del rey Calid y del filósofo Morien sobre el Magisterio de Hermes. Ed. Indigo. Barcelona, 1997, pág. 44-45. (R)
9 N. Flamel. El deseo deseado, op. cit. pág. 26. (R)
10 Sobre el alma nos dice Marsilio Ficino, director de la Academia Neoplatónica de Cosme de Médici: "Si solamente hubiese intelecto y cuerpo en el mundo, pero no alma, el intelecto no sería atraído por el cuerpo (pues es inmóvil en su conjunto y carece de afecto del movimiento, como si estuviese a una distancia lo más lejana posible del cuerpo), ni el cuerpo sería atraído por el intelecto, ya que es inefectivo e inepto en sí mismo para tal movimiento, y muy remoto del intelecto. Así, si un alma conforme a ambos se sitúa entre uno y otro, cada uno es fácilmente atraído por el otro. Somos fácilmente movidos por el alma, en primer lugar y principalmente, porque ella es la primera cosa móvil, móvil desde sí misma y des-de su propia acción. Esto es a causa, como he dicho, de que contiene en sí a todos los medios de las cosas, y por ello se halla máximemente cercana a cada una. Está conectada a todas las cosas, en medio de esas cosas que están distantes unas de otras, pues éstas no están distantes de ella. Se conforma a las cosas divinas y a las cosas caídas, se acerca a cada una con su afecto, y es en todas partes idéntica". Marsilio Ficino: "Acerca de cómo hacer concordar tu vida con los cielos". En: The Book of Life, Spring Publications, Putnam, CT, USA, capítulo distribuido en versión castellana por Servicio Difusión SYMBOLOS, mayo de 2002. (R)
11 A veces se trata de señales aparentemente anecdóticas, muy simples, paradójicas o incomprensibles, pero que a la luz del punto de vista que rescatamos, a saber, el esotérico, están cargadas de profundo significado y de altas enseñanzas. (R)
12 María la judía. Diálogo de María y Aros sobre el Magisterio de Hermes. Muñoz Moya y Montraveta editores. Sevilla, 1994, pág. 27. (R)
13 Michael Maier. La Fuga de Atalanta. Ediciones Tuero. Madrid, 1989, pág. 73. (R)
14 Etimología referenciada en la Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée de Brouwer. Bilbao, 1975, pág. 70. (R)
15 Anónimo. Conversación del rey Calid y del filósofo Morien sobre el Magisterio de Hermes. Ed. Indigo. Barcelona, 1997, pág. 48. (R)
16 "Para que la dualidad se produzca ha de haber siempre un punto central del que nace la polarización. El tres se corresponde con el triángulo equilátero (símbolo de la triunidad de los principios) y representa a la Unidad en tanto que ella conjuga todo par de opuestos". F. González y cols. SYMBOLOS Nº 25-26, op. cit., pág. 73. (R)
17 Federico González. La Rueda. Una imagen simbólica del Cosmos. Ed. Symbolos. Barcelona, 1986, pág. 104-105. (R)
18 Recordemos la máxima hermética VITRIOL: visita el interior de la tierra y rectificando encontrarás la piedra oculta. (R)
19 Esto debe leerse a diversos niveles, y en el más alto se refiere al proceso de apartar los velos o ropajes que cubren la Verdad. (R)
20 René Guénon. "De la enseñanza iniciática", capítulo XXXI de Aperçus sur l'Initiation. Editions Traditionnelles, París, 1992. (R)
21 Federico González. La Rueda. op. cit., pág. 101-102. (R)
22 El famoso baño María, atribuido también a la alquimista, asegura un aporte continuo de calor para el cocimiento de la Obra. Un defecto del mismo interrumpiría el proceso, y un exceso lo malograría; de ahí la importancia del sutil mantenimiento del fuego del Amor y de la graduación según el momento. "Para blanquearla, tomaréis una parte de la cosa que ha de morir, y coceréis durante tres días, y guardaos de no olvidar o suprimir ninguno de estos días. Es necesario que el fuego arda y que aporte un calor continuo e igual, de modo que ni aumente ni disminuya, sino que siempre sea suave e igual, de lo contrario se seguirá un gran perjuicio". Anónimo. Conversación del Rey Calid…, op. cit., pág. 62. (R)
23 Se dice de María que inventó varios instrumentos (receptáculos) para llevar a cabo la transmutación alquímica, como el tribikos y el kerotakis. Zósimo de Panópolis describe así el tribikos: "He de describiros el tribikos. Porque así se llama el aparato hecho de cobre y descrito por María, la transmisora del Arte. Dice lo que sigue: Háganse tres tubos de cobre dúctil un poco más gruesos que los de una sartén de cobre de pastelero; su longitud ha de ser aproximadamente de un codo y medio. Háganse tres tubos así y también un tubo del ancho de una mano y con una abertura proporcionada a la de la cabeza del alambique. Los tres tubos han de tener sus aberturas adaptadas en forma de uña al cuello de un recipiente ligero, para que tengan el tubo-pulgar, y los dos tubos-dedo unidos lateralmente en cada mano. Hacia el fondo de la cabeza del alambique hay tres orificios ajustados a los tubos y cuando se hayan encajado éstos se sueldan en su lugar, recibiendo el vapor el superior de una manera diferente. Entonces, colocando la cabeza del alambique sobre la olla de barro que contiene el azufre y tapando las juntas con tapa de harina, colóquense frascos de cristal al final de los tubos, anchos y fuertes para que no se rompan con el calor que viene del agua del medio". María la judía. Diálogo de María y Aros…, op. cit., pág. 10-12. Tanto uno como otro, siendo útiles de la alquimia metálica o espagírica, son sobre todo, más allá de la literalidad, símbolos del receptáculo del alma sobre la que opera el Espíritu Eterno. (R)
24 Nuria Solsona. Mujeres científicas de todos los tiempos. Talasa ediciones. Madrid, 199. (R)
25 Ver la ilustración de la pág. 153. (R)
26 Federico González y cols. SYMBOLOS Nº 25-26, op. cit., pág. 378. (R)
27 Consultar este medallón en: Klossowski de Rola, El Juego Aureo. Ed. Siruela, Madrid, 2004, pág. 143.7, pág. 37. (R)
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