Mitologías


El Parnaso de Mantegna

Dioses en el Parnaso, de Mantegna


Hay pueblos para los que la verdadera historia es la de sus mitos cosmogónicos; para otros, al vivir instalados en un eterno presente y experimentar constantemente el rito genésico, transformador y conservador del universo, ni tan siquiera necesitan del relato mítico para conocer su identidad.


Y nosotros, seres caídos de un mundo amnésico, ¿Cómo recuperar la memoria, el recuerdo del Sí mismo, nuestro origen que es también nuestro destino?


El nacimiento de Atenea, la danza de las Gracias, la muerte de Eurídice, el rapto de Perséfone, los encantamientos de Circe, las cabezas de la Hidra, la ira de las Furias, las seducciones de Afrodita, las princesas convertidas en estrellas, las metamorfosis de doncellas, ¿no son acaso realidades reconocibles en nuestro interior referidas a la danza de la existencia que cada uno reproduce en integridad?



Primavera 2009


Tres magas en una: Circe, Pasífae y Medea
como modelo de las Artes Mágicas y Teúrgicas


Estas tres magas de la antigua Grecia tienen una genealogía común. De hecho Circe y Pasífae son hermanas, hijas de Helios y Perses, y Medea es sobrina de ambas. A las tres se les reconoce un profundo conocimiento y dominio de diversas mancias y pueden ser consideradas como una sola entidad que revela distintas facetas de las artes mágicas, desde las vulgares e inferiores hasta sus más altas realizaciones.


Helios en su carro

Helios en su carro


Nos dice la mitología que Circe vive en la isla de Ea, y que sirviéndose de filtros y pócimas transforma en animales a todos aquellos que osan franquear sus dominios. En su viaje de regreso hacia Itaca, Ulises recala en la isla de la hechicera, siendo el único de la tripulación que se salva del maleficio de ser convertido en cerdo. Así lo relata Ovidio en su Metamorfosis:


"Ella está sentada en un hermoso lugar apartado en un trono solemne y, revestida de un resplandeciente manto, se cubre por encima con un velo de oro. Juntamente las Nereidas y las Ninfas, que no tiran de vellón alguno moviendo los dedos ni sacan hebras que los sigan, clasifican plantas y distribuyen sin orden alguno flores esparcidas en los cestos y hierbas que se distinguen por sus colores. Ella en persona supervisa el trabajo que éstas realizan, ella conoce cuál es la utilidad o en qué hoja está, cuál es la mejor combinación para las mixturas y examina, mirándolas con atención, las hierbas que han sido clasificadas. Cuando ella nos vio, tras haber dicho y recibido los saludos, relajó su rostro y correspondió con augurios a los buenos deseos; y, sin tardanza, ordena mezclar cebada de tostado grano, miel, la fuerza del vino puro con leche a la que se le ha añadido el cuajo, y añade jugos que se ocultan disimuladamente bajo este dulce sabor. Recibimos las copas que nos da con su diestra sagrada. Tan pronto como sedientos con boca seca las apuramos y la cruel diosa tocó con su vara la punta de nuestros cabellos (me da vergüenza y lo voy a contar), empecé a erizarme con cerdas y a no poder hablar ya, a emitir en lugar de palabras un ronco murmullo y a inclinar hacia tierra todo mi rostro y sentí que mi boca se endurecía en un encorvado hocico, que el cuello se hinchaba con músculos, y con la parte con la que hacía poco yo había cogido la copa di pasos; y junto con los que habían soportado las mismas cosas (tanto poder tienen las pócimas) soy encerrado en una pocilga y vimos que sólo Euríloco (Ulises) estaba libre de la forma de cerdo: sólo él rechazó la copa que se le había ofrecido; si él no la hubiese evitado, todavía ahora permanecería yo como una parte del ganado provisto de cerdas y no hubiese llegado ante Circe como vengador Ulises, sabedor por él de tamaña desgracia. (Ovidio, Metamorfosis, Libro XIV, canto 261-292)


Circe, Ulises y un tripulante convertido en cerdo

Circe transforma en cerdos a los miembros de la tripulación de Odiseo


Circe retiene a Ulises a su vera durante un año, pero después lo deja partir, proporcionándole los medios para vencer a los monstruos Escila y Caribdis y enviándolo también al profeta Tiresias que le augurará el feliz término de su viaje. Gracias al conocimiento de los secretos ocultos que le revela Circe, el héroe sorteará muchos de los peligros que le esperan, aprendiendo entre otras cosas a aprovechar la fuerza de sus enemigos para proseguir su camino de retorno a Itaca.


La maga Circe

La maga con el fuego teúrgico


La maga pronuncia sortilegios e invocaciones, aplica ungüentos y pomadas para operar transformaciones, para hacer mudar de estado, para atar y desatar, atrapar o liberar. Pueden tomarse todas estas metamorfosis inducidas por la hechicera desde una perspectiva simplemente literal, pero más que una magia fenomenológica y por tanto inferior, interesa concebir sus facetas más altas, o sea reconocerla como la concatenación de los estados del ser universal, con sus grados y modalidades todos ellos vinculados entre sí. Por lo que las distintas formas, entidades, espíritus o númenes que conforman esta trama tan compleja son el símbolo de los diferentes modos en que se manifiesta el ser único, que se reviste de muchos mantos, facetas o apariencias para conocerse a sí mismo, creando y recreando un mosaico multicolor y poliforme, poblado de indefinidas variaciones que son las proyecciones especulares de las ideas y arquetipos informales fruto de su Pensamiento.


Circe y sus amantes en un paisaje de Dossi

Las artes de Circe


Y desde el punto de vista del ser humano que desea conocerse, o sea ser uno con el ser universal, la magia es el arte que hace consciente esta concatenación, estos vínculos y relaciones secretas de todos los mundos o planos, que deben religarse en el interior de la conciencia de la maga desde el momento que emprende el viaje iniciático. ¿Quién no se ha visualizado a sí mismo bajo la apariencia de un cisne, una serpiente, un centauro, un jaguar o un delfín? ¿Y no somos en ocasiones tan etéreos que ni forma poseemos, o a lo sumo encarnamos una brisa, o una llama, aunque también nos vivamos como una piedra tosca o un refulgente diamante? ¿Y en otros instantes, acaso no nos vemos medio humanos medio animales o vegetales, o como seres angélicos o monstruosos? No por serlo literalmente, sino concibiendo que todas estas posibilidades coexisten en el seno del ser humano, microcosmos que reproduce en miniatura la vasta riqueza del universo.


Detalle del Jardín de las Delicias de El Bosco

Metamorfosis


La maga, tal cual Circe, como iniciadora en estos misterios del ser, induce a su alma a adoptar indefinidas formas, subiendo y bajando por la escala de la conciencia, y también provoca escisiones en aquellos que se acercan a sus dominios y quieren franquear la existencia plana, lineal y monótona carente de sentido en la que se hallan instalados. Hay un finísimo velo que separa la magia que nunca busca fines ni resultados concretos, sino solamente ritmarse al ritmo del ser y ser todo lo que es, de la magia intencional, rebajada y ligada al poder individual y a la posesión.


Han abundado y todavía abundan las magas de corto horizonte intelectual, pero las hay también que no son movidas por ningún afán concreto, limitado o material, ni mucho menos por el deseo de revestirse de ciertos poderes psíquicos. Son seres que viven camuflados en medio del mundo, pero abiertos a los embates cósmicos, comprometidos con ritos internos de conocimiento que les llevan a experimentar todo cuanto es y no es, sin contradicción ni dualidad.


Bruja del pintor contenporáneo Tiziano

Maga de Tiziano


Pasífae, hermana de Circe y esposa del rey Minos de Creta, se siente atraída por el toro blanco de Poseidón que su marido recibió del dios, y tanto es su deseo que el ingenioso Dédalo le fabrica una ternera en madera de grandes dimensiones dentro de la cual se intruducirá la maga, consiguiendo de este modo unirse al animal y concebir al Minotauro, ser humano con cabeza de toro que debido a su fiereza será encerrado en el centro de un laberinto diseñado por el mismo Dédalo.


Pasifae y Dédalo

Dédalo y Pasífae


Las uniones contranatura, como ésta de la mujer y el toro, o siglos más adelante la de la bruja con el diablo escondido bajo la apariencia de macho cabrío, engendran seres fabulosos, extraordinarios, y están presentes por doquier en la mitología y en las expresiones culturales tanto de Occidente como de Oriente. Recordemos que el Angel de la Luz, Lucifer, entidad espiritual muy alta, cae de su sitial y deviene un reflejo invertido de su energía emparentada con la luz que emana del intelecto o con la visión de eternidad; pero esta energía seguirá ejerciendo su potente atracción sobre aquellos seres dispuestos a mecerse en el juego de las potencias cósmicas utilizándolas como soporte para recuperar el sentido de eternidad o de inmortalidad olvidado. Las brujas, magas o hechiceras reconocen dicha fuerza ctónica o telúrica de signo invertido, la invocan con todo el temor, copulan con ella en el Aquelarre o como Pasífae escondiéndose en la ingeniosa vaca, y utilizan su empuje para emprender un vuelo vertical ascendente a través de todos los estados de la conciencia que se sintetizan en el de Unidad o Eternidad.


Pasífae entra en el toro de Giulio Romano

Pasífae entrando en la vaca


Los primeros frutos de esas uniones "prohibidas" por la oficialidad suelen ser entidades entre humanas y animales, símbolo de las energías exacerbantes del cosmos, bestiales y destructivas si no son domadas con destreza, pero también profundamente generativas y fecundas si se viven dentro del proceso iniciático y se emplea todo su vigor invirtiendo su sentido descendente y poniéndolo al servicio del vuelo ascendente del alma.


Pasífae y el Minotauro

Pasífae y el Minotauro


Por eso no hay que rechazarlas, sino reconocerlas y mantenerlas circunscritas en un espacio delimitado, como se hace con el Minotauro dentro del laberinto, y darles el nutriente necesario para que no se desboquen y su ira arrase con todo. En este sentido las 7 doncellas y los 7 jóvenes sacrificados cada año para el Minotauro alimentan esa fuerza, deviniendo el fuego necesario para cocer la obra transmutatoria. Hay un Minotauro siempre vivo en el centro del dédalo, como hay un diablo siempre vivo en la entraña de la tierra, o en la caverna del corazón de la maga que atiza constantemente el fuego para, a través de su calor y luz, acceder a otros ámbitos más luminosos de su conciencia.


Esta "cocción" engendra y pare nuevos vástagos. Pasífae no sólo alumbra al Minotauro, sino también a Fedra "La Brillante" y Ariadna, "La de gran pureza", hija que simboliza justamente el alma que se va purificando; ánima receptiva que madeja el hilo dorado de la Tradición, única guía verdadera en el camino de Conocimiento, que le será ofrecida por la doncella a Teseo cuando éste accede al laberinto para luchar contra el Minotauro, y que le ayudará a encontrar de nuevo la salida una vez ha vencido a la fiera.


Ariadna y Teseo de Baccio Baldini

Teseo y Ariadna ante el laberinto


Es Ariadna quien entrega el ovillo a Teseo y lo sostiene hasta el retorno victorioso del héroe. Los jóvenes entonces se unen, los opuestos se conjugan, y se hacen a la mar en pos de nuevas conquistas. El viaje interno no se detiene. Llegan a la isla de Naxos, y aprovechando un instante en que Ariadna es vencida por el sueño, Teseo la abandona. En el largo camino de Conocimiento se producen muchas pérdidas y desprendimientos, la maga se va despojando de velos, de pequeñas o grandes ataduras, pero ella sigue firme en el estudio del símbolo y la práctica del rito.


Ariadna abandonada por Teseo

Abandono de Ariadna en Naxos


Aparece entonces Dioniso, dios de la naturaleza, de la inspiración arrebatadora y el promotor del furor mistérico. El alma de Ariadna aspira a más y se deja raptar por Baco, conocido también como el dios del vino, de la embriaguez y el instigador de las bacanales (anticipo pagano de los aquelarres medioevales y renacentistas), ritos antiquísimos en los que se da rienda suelta a energías transgresoras y por tanto liberadoras, de ahí también el epíteto de "Padre liberador" con el que se conoce a Dioniso, pues en verdad este desenfreno enmarcado en un acto ritual y sagrado corta cadenas mentales y ayuda al alma a emprender vuelos más altos. Ariadna se desposa entonces con el dios.


Baco y Ariadna de Tiziano

Ariadna y el séquito de Baco


El séquito de Baco lo integraban faunos, silenos y ménades, mujeres que lanzaban gritos mientras cantaban y danzaban desmelenadas y con el pecho descubierto provocando el delirio y el éxtasis. Se les atribuía la facultad de hacer manar leche, miel y vino de los árboles. Estos festejos llamados bacanales forman parte del legado greco-romano y son ritos ancestrales de regeneración y liberación, celebraciones que a partir del siglo II d. C. fueron estrictamente vigiladas y reguladas, y más adelante, ya en la Edad Media, cruelmente perseguidas, prohibidas, y quemados en la hoguera los que en ellas participaban.


Triunfo de Baco y Ariadna de Carracci

Los esposos triunfantes


Pero el alma pura, cual la de Ariadna, no teme entregarse a estos ritos catárticos, justamente porque promueven roturas en los estados inferiores de la conciencia, posibilitando así la vivencia de otros ocultos o hasta ahora inadvertidos, que sin embargo pueden ser aprehendidos, experimentados, vividos. Ariadna no se conforma con lo conocido, tan es así que de la mano del delirio báquico es ascendida al Olimpo, donde Dioniso le regala una corona de oro, que tras su muerte se convierte en una constelación, la Corona Boreal, expresión de la culminación de la obra transmutatoria que en todo momento promueve Amor a través de la magia, de ahí que dicha corona le sea impuesta a Ariadna por Afrodita o Venus, la diosa de la energía cohesionadora y unitiva del Cosmos.


Ariadna convertida en la constelación Corona Boreal

Coronación de Ariadna


Y si Circe revela las transmutaciones (vistas como metamorfosis) que se operan en el alma de la maga, y Ariadna hija de Pasífae traza el eje vertical ascendente que recorre el ánima para unirse definitivamente con el Espíritu, guiada siempre por el hilo de la Tradición y dejándose arrebatar por los heroicos furores, Medea, la maga que completa esta trilogía, advierte de los peligros y delitos en que puede incurrir aquélla que se deja tentar y se desvía del camino iniciático. Medea es hija de Eetes, rey de la Cólquide, hermano de Circe y Pasífae, en cuyo reino se custodia celosamente el Vellocino de Oro, zalea de un carnero áureo que estaba clavada en un roble de un bosque de esa región y al que se daba culto, pues a lomos de ese animal sagrado llegó Frixo escapando de quien quería matarlo. En agradecimiento al rey que lo acogió, el joven sacrificó el carnero a Zeus y ofreció el Vellocino a Eetes, que lo consagró a Ares. La expedición de los argonautas encabezada por Jasón llega a esas tierras para hacerse con el Vellocino, y Medea, enamorada ciegamente de Jasón, traiciona a su padre y ayuda al héroe con sus artes mágicas para hacerse con la zalea dorada del carnero. Con un filtro consigue adormecer al dragón que vigila día y noche al Vellocino y se lo entrega a su amado.


Medea y Jasón ante el dragón

Jasón y Medea frente al dragón


Pero además, para ayudar a huir a los Argonautas, Medea despedaza a su propio hermano, de manera que el rey Eetes se va deteniendo para recoger los miembros dispersos de su hijo y así consiguen escapar con el botín sagrado. Medea seguirá poniendo en práctica muchas de sus artes para proteger a Jasón ante los peligros que lo acechan, hasta que consiguen llegar al reino del joven cuya corona ha usurpado su tío Pelias. Pero primero Jasón se encuentra con su padre Esón, ya muy anciano, y le pide encarecidamente a Medea que lo rejuvenezca con sus poderes. Con este rito tan complejo, la maga simboliza la posibilidad de regeneración que se produce al morir el hombre viejo y nacer el iniciado en los misterios. Ovidio así lo relata en Metamorfosis:


"Al llegar se detuvo más acá del umbral y de las puertas, y está cubierta sólo por el cielo y rechaza los varoniles abrazos y levanta dos altares de césped, en la derecha el de Hécate y en la izquierda el de Juventud. Después de que los rodeó de verbenas y de ramos silvestres, en dos fosas con tierra sacada no lejos de allí hace sacrificios y clava el cuchillo en la garganta de negro vellón e inunda las amplias zanjas con sangre. Vertiendo después encima jarras de caliente leche, al mismo tiempo profiere sus conjuros y calma a las divinidades de la tierra y ruega al rey de las sombras y a su esposa raptada que no se apresuren a arrebatar el aliento vital de los miembros del anciano. Cuando los hubo aplacado con sus ruegos y con un prolongado murmullo, ordenó que se sacara al aire libre el exhausto cuerpo de Esón y, tras haberlo relajado con su sortilegio hasta un sueño total, semejante a uno sin vida lo extendió sobre las hierbas dispuestas en capas. Ordena que lejos de aquí se vaya el Esónida, que lejos de aquí se vayan los siervos y les aconseja apartar sus ojos profanos de los misterios. Huyen como se les había ordenado; Medea, con los cabellos en desorden a manera de las Bacantes, da vueltas en torno a los altares que chisporrotean y tiñe en la fosa negra por la sangre las ramificadas antorchas y, una vez impregnadas, las enciende en los altares gemelos y tres veces purifica al anciano con llamas, tres veces con agua, tres con azufre. Entretanto en un caldero de bronce allí colocado está hirviendo el potente brebaje y salta y blanquea de esponjosas espumas. En él cuece las raíces cortadas en el valle hemonio y las semillas y las flores y los negros jugos. Añade piedras conseguidas en el extremo Oriente y las arenas que lava el mar Océano con su flujo y reflujo; incorpora también escarcha recogida bajo la luna que ilumina toda la noche y las funestas alas de un vampiro con su propia carne y las entrañas de un mudable lobo, que acostumbra a cambiar su rostro de fiera en hombre; y no le faltó a todo esto la membrana escamosa de una delgada culebra venenosa del país de los cínifes y el hígado de un ciervo de larga vida, a los que añade además el pico y la cabeza de una corneja que ha aguantado nueve generaciones. Después de que con éstas y otras mil cosas sin nombre organizó la bárbara empresa más que mortal, con una rama, seca desde hacía ya tiempo, de un olivo lo removió todo y mezcla lo de abajo con lo de arriba. He aquí que el viejo madero agitado en el caliente caldero de bronce se pone primeramente verde y poco después se reviste de ramas y de repente se carga de pesadas aceitunas; y, por donde quiera que el fuego ha echado fuera las espumas del cóncavo caldero y las gotas calientes cayeron a tierra, el suelo se cubre de primavera y surgen flores y blandos pastos. Tan pronto como vio esto, Medea empuñando una espada, seccionó la garganta del anciano y, dejando salir la sangre antigua, la llena con sus jugos; una vez que Esón los embebió recibiéndolos por la boca o por la herida, su barba y sus cabellos, despojados de canicie, adoptaron un color negro, huye expulsada la escualidez, se alejan la palidez y la decrepitud y las profundas arrugas se llenan de carne añadida y sus miembros rebosan de vigor; Esón se maravilla y recuerda que él era así en otro tiempo cuarenta años atras". (Ovidio, Metamorfosis, Libro VII, canto 240-295)


Medea y Esón, padre de Jasón

Medea y el padre de Jasón


Más adelante, Medea engaña a las hijas del tirano Pelias haciéndoles creer que hirviendo en un caldero los miembros de su padre lo devolverán a la juventud, sin revelarles empero los secretos de su arte. Descubierto el horror del crimen instigado por la hechicera, la pareja es expulsada y debe refugiarse durante 10 años en Corinto, donde vivirán felices, pero pasado ese tiempo, Jasón, violando el juramento de matrimonio con Medea, la abandona para desposarse con Glauce, y entonces la venganza de la maga adquiere sus tintes más cruentos. Mata a los dos hijos habidos con Jasón...


Medea asesina

La crueldad de la maga


Y huye con un carro tirado por dos dragones regalo de su abuelo Helios. Tras un largo periplo, la maga retorna a su tierra, donde también dará muerte a Perses, que había traicionado al rey Eetes usurpándole su trono. Así Medea restablece la traición a su linaje que había cometido entregando el Vellocino a Jasón y uniéndose a él arrastrada por unas energías compulsivas que la pierden por los recovecos del alma inferior, tan llena de deseos, obsesiones, emociones, fobias y anhelos que de no recibir el soplo del alma superior y del Espíritu conducen a callejones sin salida.


Medea huye en su carro

Medea huye en su carro solar


Diversos peligros y trampas acechan constantemente a la maga; lo más vil, empero, es traicionar el fin último de sus búsquedas y operaciones, que es el de la realización metafísica, sustituyéndolo por la satisfacción de pasiones o deseos demasiado humanos que además nunca llegan a saciarse. La posesión, en cualquiera de sus formas, es otro de los grandes escollos; el afán por ser dueño del otro, el pretender manejar los hilos de la vida propia o de los semejantes, el acaparar poder, saber, dinero, prestigio o fama, es decir la ignorante ceguera de la individualidad prepotente y soberbia que se cree demasiado a sí misma e intenta suplantar al Yo único y supraindividual que no es propiedad de nadie.


Medea sucumbe ante muchos de estos engaños, se deja arrastrar por la ilusión, las fantasías, los anhelos, etc., pero invirtiendo el sentido descendente de estas fuerzas, liberada de su esposo, hijos y ataduras mentales, acaba por retornar a su origen, a la Cólquide, imagen del centro inmutable que le devuelve el recuerdo de su auténtica identidad. Sola y sin nada a lo que asirse, rompe las cadenas de una existencia dual y dividida y se reintegra a su verdadera morada.


Tres magas en una nos han revelado ciertas pautas del proceso cosmogónico análogo al del camino iniciático, y al igual que el gesto de las Tres Gracias, nos indican que la magia y sus leyes se reciben, se aceptan y se devuelven, y que de esta danza reiterativa y siempre renovada se sale por una puerta estrecha hacia el Infinito.


Las Tres Gracias de AAcchen

Las tres Gracias



Otoño 2009


Mitos de las tejedoras del universo


En los panteones de muchas culturas figuran una o más diosas cuyos atributos están relacionados con la tejeduría: las Moiras y Atenea en Grecia y sus análogas romanas, las Parcas y Minerva respectivamente; la diosa Ixchel en la civilización Maya, Izanami en Japón, así como personajes míticos y legendarios, tal la Noemá bíblica, la diestra Aracne y las innumerables hadas, viejecillas o brujas de muchos cuentos populares de todo el mundo.


El hilado y el tejido son oficio de mujer, y esto, lejos de tener una connotación peyorativa, esconde profundas enseñanzas cosmogónicas, o sea que la simbólica de este arte ha sido utilizada por doquier como medio de transmisión del orden, leyes, proporciones, mundos y ámbitos del Universo. Una forma con lenguaje femenino y adaptada a su naturaleza, que aplicada convenientemente también ha constituido un soporte fundamental para el conocimiento y por tanto la realización espiritual de muchas hembras, y aún lo es hoy en día, por ejemplo en países como Guatemala, donde las mujeres siguen tejiendo en base a las enseñanzas ancestrales y reproduciendo en sus tapices y bordados el universo en pequeño.


mujer con tejido maya

La mujer y su tapiz son
una sola realidad con el Cosmos


Empecemos por las Moiras -nombre que en griego significa "la porción asignada"-, que atendiendo a una de sus genealogías son entidades preolímpicas hijas de Nicte (la Noche), por tanto deidades antiquísimas y primordiales. Son tres hermanas: Cloto ("la hilandera"), la que hila y preside los nacimientos,


La Moira Cloto

Cloto


Láquesis ("la suerte"), la que devana y es patrona de los matrimonios,


La Moira Láquesis

Láquesis


y la tercera, Atropos ("la inflexible"), que corta el hilo de la madeja cuando llega la hora, siendo su dominio la muerte.


La Moira Atropos

Atropos


Se vinculan con el Destino, que juntamente con la Necesidad y la Providencia conforman la trilogía con la que muchos sabios, entre los que destaca Platón, explican el orden del Cosmos, su despliegue y su reabsorción. La "videncia" de la mente divina ve, concibe, diseña, gesta y desarrolla el entramado del universo a través del cual éste se conoce a sí mismo. Y si el Ser se torna consciente de sí al "mirarse" en el espejo cósmico, es de necesidad su manifestación, la cual no tiene otra función que actuar como espejo, haciendo así que toda imagen y símbolo retorne siempre a su fuente, al origen, al Principio, cumpliendo entonces con su destino.


Las Parcas o Moiras actúan como señoras del devenir y velan para que éste se cumpla. Una se ubica en la puerta de entrada del cosmos, y preside los alumbramientos de todos los seres, su acceso a la vida, a la manifestación, y por tanto a la idea de la caída con la que se apareja, a la de la encarnación, la solidificación y el consecuente alejamiento de la esencia espiritual. La segunda preside las indefinidas alianzas a todos niveles que acontecen en el seno del Ser: con el hilo que devana realiza los matrimonios entre lo celeste y lo terrestre, lo divino, lo humano y lo infrahumano, o sea, teje la malla cósmica y sus múltiples relaciones y vinculaciones, tanto descendentes como ascendentes, así como las que se expanden en los planos horizontales. Y finalmente, Atropos, abre y cierra la puerta de la muerte, que simboliza la salida del Cosmos, de lo perentorio, y el acceso el "reino" de la Eternidad; hace cumplir el inexorable Destino de la manifestación, pues, ¿cuál seria el destino de este gran organismo cósmico sino ser un símbolo que debe ser traspasado para acceder a lo Infinito y Eterno, que es lo único real?


Las tres Parcas con el huso y la lanzadera

Las tres Parcas o Moiras


Estas entidades, relacionadas como vemos con el tiempo, imagen movil de la eternidad -tal como decía Platón o los textos del Corpus Hermeticum-, guardan también una vinculación con Jano, deidad que abre y cierra las puertas de la existencia, la de la entrada y la de la salida del Cosmos. El dios romano suele tener un rostro mirando al pasado, otro al futuro y uno tercero invisible, aunque a veces también se explicita, el que corresponde al presente, ese eje vertical análogo a la rueca de las parcas, que engarzando todos los mundos o estados del ser por su centro da la posibilidad de salir de la rueda de la vida y conectar con lo que ya no está condicionado por nada.


Jano, de Bronzino en el Palacio Vecchio

El dios romano Jano


Del No Ser nada puede decirse, pues lo infinito es por naturaleza innombrable, inabarcable, ilimitado; mas lo ilimitado contiene en sí la posibilidad de la limitación, cuya máxima expresión es lo que llamamos Cosmos, Universo o Ser Universal. Este sí puede conocerse, a través de sus atributos, los dioses, entidades que ponen nombre o número al reticulado universal, lo ordenan, marcan sus límites y armonizan todas sus facetas o regiones.


Una de las diosas principales relacionada con esta función constructora o cosmogónica es Atenea-Minerva-Palas, nacida de la cabeza de su padre Zeus-Júpiter, la cual es símbolo de la Sabiduría y la Inteligencia divina, además de regir muchas de las artes y ciencias cuyo desarrollo, escenificación y práctica han organizado la vida de nuestra civilización, siendo también la patrona de la guerra, pero no tanto en el sentido de lucha violenta, sino como estrategia y práctica de la justicia. Proclo, el director de la Academia neoplatónica de Atenas en el siglo V d. C. escribió en Lecturas del Crátilo de Platón acerca de esta misión de Atenea, de su simbólica arquetípica, relacionándola con el arte del tejido y con una de sus herramientas fundamentales, la lanzadera.


"... y que dicen que los Cíclopes son causa de toda producción artística, los cuales enseñaron a Zeus, a Atenea y a Hefesto, y que Atenea preside las demás artes y especialmente el arte de tejer, y que Hefesto es éforo de un arte propiamente distinto, y que el mismo arte de tejer tiene su comienzo en la señora Atenea: 'Esta, en efecto, de los inmortales es la más aventajada de todas en tejer el telar e inspirar trabajos de hilar lana,' dice Orfeo (Orph. fr. 178); y dicen que procede a través de la cadena vivificadora de Core (se dice en efecto [Orph. fr. 192] que ésta y todo su coro, cuando ella permanece arriba, tejen el orden de la vida), y que es participada por todos los dioses encósmicos (pues el demiurgo único exhorta (Tim. 41dl-2) a los demiurgos jóvenes a tejer la forma mortal de la vida con la inmortal), y que se termina en los dioses protectores de la generación, entre los que está también la Circe homérica al tejer toda la vida en un cuádruple orden y al hacer a la vez acorde con sus cantos la región sublunar. Así que también Circe es admitida por los teólogos entre esas diosas hábiles en tejer, áurea ciertamente, como dicen cuando muestran la esencia intelectiva de ella, intacta, inmaterial y sin mezcla con la generación, y su acción: distinguir las cosas estables de las que se mueven, y separarlas con arreglo a la divina alteridad. Si alguien, por tanto, como estaba diciendo, al correr de acá para allá conforme a esas analogías, denominara a las potencias de los dioses causas de esas artes, y a sus resultados, resplandores de esas potencias, que van y vienen por todo el mundo, diría correctamente. En efecto, no hay que hacer depender de Atenea sólo el arte de tejer que está entre nosotros, sino, por delante de éste, el que actúa a través de la naturaleza y une lo generado con lo eterno, lo mortal con lo inmortal, lo corpóreo con lo incorpóreo, lo sensible con lo intelectivo, y hay que contemplar primero en las naturalezas el arte constructiva del universo y cada una de las demás artes. De suerte que también la lanzadera será, análogamente, el instrumento que distingue en todas partes los géneros en que se agrupan los seres, para que, aún estando conectados entre sí, permanezca la división y salvaguarde la realidad simple de sí mismos. Por ello es preciso decir que los artesanos que están entre nosotros actúan al amparo de dioses éforos y protectores, pero que no por eso contemplan a los inteligibles. Pues no obran dirigiendo la mirada hacia aquéllos, sino a las formas que hay en ellos y a las razones que tienen de sus productos artesanales, y esas razones las tienen por haberlos descubierto o recibido de otros. En efecto, el primer demiurgo del lecho (Plat., Resp. X 596b6-10) o de la lanzadera ha concebido cómo debe ser la lanzadera, mirando al uso y conducido por éste, y se ha forjado en sí mismo la razón de la lanzadera. Y los que aprenden de ése conocen la forma y con arreglo a ella hacen la imagen de la lanzadera, y así no te extrañarás de que la recuerden, bien porque la han aprendido por azar en otra vida, bien porque la han descubierto en ese momento, ya sea por la capacidad intelectiva del alma, ya a su vez por reminiscencia. Por tanto, cada artesano tiene la razón de la lanzadera, por la que es así y surge por ésa y conforme a ésa modela la materia exterior. Porque, ¿qué otra cosa es el arte sino lo hecho por arte en el alma del artesano fuera de la materia?" (Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón. Ed. Akal, Madrid, 1999, pág. 90-92)


Atenea y Hermes patrones de las Ciencias y Artes

Hermes y Atenea enseñan las artes
y las ciencias a los hombres


Y prosigue el texto desarrollando estas ideas acerca de la operatividad de la mente divina, que adopta el nombre de Atenea, la cual piensa, proyecta, discierne, distingue, establece relaciones analógicas entre todos los órdenes de la existencia y señala al arte y el pensamiento como vehículos de intelección del tejido cósmico :


"Que la lanzadera es imagen de la potencia de los dioses, diferenciadora de lo universal y lo particular; pues imprime en la urdimbre la actividad de aquella potencia y lleva una señal del orden de los dioses diferenciadores. Y siempre que los teólogos reciben lanzaderas de aquéllos, no hablan de una idea de lanzadera, ni se sirven solamente del nombre por convención y a modo de símbolo. En efecto, ¿por qué dicen más bien lanzadera y no otra cosa? Pues, ¿cómo no iba a ser extraño que la ciencia se sirviera de los nombres al azar, dado que esos nombres se refieren a los dioses? Pero a mí me parece que toman tales nombres por analogía. En efecto, lo que es la lanzadera en el arte de tejer, eso es la diferenciación en la demiúrgia de las formas. Y la analogía no es relación de una idea con su imagen, ni es sólo por convención, como cuando Platón llama 'caballos' (Phaedr. 246a8) a tales potencias de las almas, no por casualidad, ni llamando a aquéllas ideas de los caballos perceptibles, sino sirviéndose de la analogía. De donde precisamente también los telestas, por medio de tal propiedad, haciendo acordes a los dioses a las cosas que son de esta manera, utilizan estos instrumentos como señales de las potencias divinas, por ejemplo, la lanzadera, señal de las potencias diferenciadoras, la crátera, de las vivificantes, el cetro, de las hegemónicas, la llave, de las guardianas, y así a propósito de las demás potencias dan nombres sirviéndose de las analogías."
(Proclo, Op.cit. pág. 93-94)


La idea del establecimiento del cosmos no va por un lado ni es ajena a la vida del ser humano. Esta criatura participa de la realidad cósmica, es más, la recrea en su interior, o sea que es un símbolo que reproduce en sí al Ser Universal. Cristina de Pizán, la escritora de finales de la Edad Media embebida del pensamiento analógico y hermético, en su La Ciudad de las Damas, nos presenta a Minerva, una joven griega antiquísima que reunía los atributos de la diosa, encarnándolos:


"Era tan dotada para la ciencia que encontró técnicas desconocidas, en particular, todo lo que se refiere al arte de hilar y tejer. Fue la primera en pensar cómo esquilar las ovejas, carmenar, peinar y cardar la lana con distintos instrumentos, devanar las madejas sobre brocas de hierro y por fin enroscar e hilarla con el huso. También inventó los telares y las técnicas para tejer los paños finos. (...) Esa mujer, que todo lo abarcaba con la inteligencia, se quedó virgen toda la vida. Aludiendo a su castidad tan ejemplar, los poetas imaginaron en sus fábulas que Vulcano, dios del fuego, se enfrentó con ella en largo combate pero que al final fue ella quien se llevó el triunfo. Venció al dios del fuego, es decir el deseo carnal que asalta de modo especial a la juventud. Los atenienses la veneraban y adoraban como a una divinidad, invocándola como diosa de la guerra y del arte de la caballería, así como diosa de la sabiduría en honor a su profunda ciencia.


A su muerte los atenienses levantaron para honrarla un templo, donde erigieron una estatua con la efigie de una doncella que representaba la sabiduría y la caballería. Esa estatua tenía la mirada implacable y aterradora, porque el papel de la caballería es ejecutar las órdenes de la justicia y también porque las intenciones del sabio son misteriosas. Llevaba un yelmo, propio del aguerrido caballero en el campo de batalla, y a su vez porque quedan velados por el secreto los designios de la sabiduría. Iba vestida con una cota de malla, emblema del poder del Estado de la caballería, y para significar también que el sabio va siempre armado contra los hados de Fortuna. Llevaba en la mano un asta o lanza muy larga, figura del caballero, que es punta de lanza de la justicia, y del sabio, que lanza muy lejos sus arrojadizas flechas. Llevaba colgado del cuello un gran escudo o tarja de cristal, el escudo simbolizando la defensa caballeresca y el cristal, la clarividencia del sabio. En el centro estaba pintada la cabeza de la serpiente Gorgona, porque el caballero tiene que ser astuto como la sierpe para desbaratar los planes de sus enemigos, así como el sabio, que sortea todas las trampas. Al lado de la estatua, como vigilándola, colocaron una lechuza, ave nocturna, para significar que de día y de noche el caballero debe andar presto a defender el estado, lo mismo que el sabio a todas horas vigila la verdad. Durante mucho tiempo esa mujer fue objeto de un gran culto y tan lejos se extendió su fama que le dedicaron templos en varios países, varios siglos después; estando su imperio en pleno apogeo, los romanos colocaron la imagen de Minerva junto a los dioses del panteón."
(Cristina de Pizán, La Ciudad de las Damas. Ed. Siruela, Madrid, 2000, pág. 129-133)


Minerva-Pallas, La Ciudad de las Damas

Atenea preside las labores de tejeduría


El ser humano nace para conocer su auténtica identidad; ésta es una necesidad siempre latente, pero no todos los hombres y mujeres la hacen consciente ni eligen el camino de autoconocimiento. Muchos, haciendo uso del libre albedrío, optan por la distración, se conforman con explicaciones cómodas, parciales, fragmentadas; permanecen en el umbral de la puerta o bien amarrados a puerto por el miedo o pereza que les produce emprender el viaje. Otros sí se lanzan a la travesía, pero ante los peligros y tentaciones sucumben y se quedan complacidos o muy frustrados e insatisfechos, tejiendo y destejiendo indefinidamente el tapiz de la existencia, como la Penélope homérica, que de noche deshilaba lo trabajado durante el día para recomenzar la tarea en la jornada siguiente, y así hasta el regreso de Odiseo.



Penélope tejiendo, Palacio Vecchio, Florencia

Penélope en su taller


Pero el quehacer de Penélope tiene una doble significación: por un lado podría leerse como la simple rutina, cada vez más monótona y estéril, un gesto automático que transpuesto a la vida del ser humano convierte su existencia en una prisión sin sentido ni escapatoria, y relacionado con el devenir del universo, en una concepción mecánica y rígida de la "gran máquina del Mundo". Aunque se admite otra lectura: se trataría en este caso de una estrategia que en su dimensión ritual y aplicando las precisas leyes de la cosmogonía, haría que Penélope (y como ella cualquier ser humano) generase y erijiese cada día el mundo, la obra creacional simbolizada por el tapiz, e inmediatamente lo destruyera, repitiendo así el movimiento de expansión y de contracción por el que toda la manifestación retorna a su Principio. Con el albor de una nueva jornada se iniciaría otro ciclo, donde todo sería nuevo y regenarado, pues aunque el modelo y la ley son arquetípicas, su expresión y producciones resultan siempre vírgenes; así es la vida del Ser, que se expresa a través del espacio y del tiempo, los cuales no son algo mecánico ni un fin en sí mismos, sino un espacio y un tiempo vivos, cualitativos, significativos, que al marcar unos límites permiten ser trascendidos. De hecho, Penélope teje y desteje el sudario de su suegro Laertes ritualizando de este modo el gesto o latido prototípico del universo y de sí misma, pero cuando regresa su marido y lo reconoce gracias a la señal secreta que sólo ambos saben, se libera de toda dualidad (simbolizada por el hilado y el deshilado), o sea de la obra demiúrgica, y puede acceder al estado de Unidad.


Penélope esperando el retorno de Ulises, Escuela de Siena

Penélope tejiendo y destejiendo


"'...pues hay una señal en el labrado lecho, y lo construí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifiqué el dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas, habilidosamente trabadas. Fue entonces cuando corté el follaje del olivo de extensas hojas; empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtiéndolo en pie de la cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillan de púrpura.


Esta es la señal que te manifiesto, aunque no sé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si ya lo ha puesto algún hombre en otro sitio, cortando la base del olivo.'


Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el corazón al reconocer las señales que le había manifestado claramente Odiseo. Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo..."
(Homero, Odisea. Ed. Catedra, Madrid, 1998, pág. 376)


Y aún pueden ir más allá. Hay una salida de este telar cósmico. Como se sabe, el olivo sobre el que Odiseo levantó el lecho nupcial que ha permanecido intacto durante su ausencia es el árbol de Atenea, el mismo que crece en lo alto del puerto de la isla de Itaca al lado de la cueva, que es una imagen del Cosmos. Esta cueva tiene dos puertas. Una adentra en la manifestación; otra es la de los dioses, el umbral que atravesado da acceso al reino de la Inmortalidad.


Pero este proceso de retorno al origen que se abre a lo Eterno es muy largo, implica lo que se denomina "deificación", o sea ir traspasando todos los velos de la manifestación a medida que son conocidos o nombrados; despojarse de ropajes, "separar lo espeso de lo sutil, suavemente y con todo cuidado" como dice la Tabla de Esmeralda de Hermes Trismegisto. La mitología esta cuajada de imágenes que evocan estas transmutaciones, realizadas de maneras insospechadas, tal cual aquel pasaje de los amores adúlteros de Venus y Marte, que descubiertos por el Sol, son atrapados en una fina red tejida por Hefesto. Si vemos en Marte el símbolo de la fuerza irracional y la corporalidad y en Afrodita el símbolo del alma que cuando se encarna anida en un cuerpo y es desde esta ubicación que puede iniciar el retorno a su origen en la medida que se va purificando, entonces esas redes de Hefesto que inmovilizan a los amantes, permiten separarlos y hacer que cual retorne a su hogar. Marte al mundo material e irracional, y el alma, liberada de los nudos de la concreción y solidificación, emprende entonces la escalada hacia su auténtica morada.


Venus y Marte sorprendidos en la red de Vulcano de Cedini, Palacio Emo, Padua

La red de Hefesto atrapa
e inmoviliza a los amantes


"Se cree que este dios vio el primero el adulterio de Venus con Marte: este dios ve el primero todas las cosas. Se afligió con tal hecho y mostró al marido hijo de Juno el adulterio de su lecho y el lugar del adulterio. Y a él se le fue el pensamiento y el trabajo que sostenía su mano de herrero: al punto, pule unas finísimas cadenas de bronce y redes y lazos que puedan engañar a la vista (ese trabajo no lo superan los más delgados hilos, no las telarañas que cuelgan de lo alto de la viga) y hace que actúen al más ligero contacto y al más pequeño movimiento, y con su técnica las coloca rodeando el lecho. Cuando la esposa y el adúltero llegaron al lecho para unirse, por el arte del marido y por las ataduras preparadas con una desconocida técnica, quedaron quietos ambos apresados en mitad de sus abrazos."
(Ovidio, Metamorfosis. Ed. Catedra, Madrid, 2001, pág. 321-322)


La lanzadera sube y baja. Su descenso, como hemos visto, señala el camino de la manifestación, la encarnación, la humanización y toda su organización que da nacimiento a una cultura. Cuando el ser humano aplica las leyes cosmogónicas a su vida y quehaceres, todo deviene un rito y un soporte de conocimiento. En este sentido, hay otro mito significativo que tiene como protagonistas a Atenea y Aracne. Esta joven es el prototipo de la mujer inteligente e industriosa que cumple con una función ordenadora y civilizadora. Diestra artesana, trabaja con las manos y se suma así a la obra creacional, lo que recuerda la simbólica del arcano XI del Tarot, la Fuerza, de la que Federico González en su libro Tarot (mtm-editores, Barcelona, 2008) dice:


"Vemos aquí a una bella mujer, que sin esfuerzo aparente, y sin ejercer ninguna violencia, abre las fauces de un león, dominándolo. Simboliza a la fuerza de la inteligencia capaz de dominar las pasiones gracias al fuego interno del amor y de la voluntad. El hecho de representarlo con una figura femenina nos indica que no se trata de una fuerza bruta o física, sino más bien de una energía sutil, como la de la mente, muy superior en calidad y elevación. Esta carta significa el influjo espiritual que penetra los cuerpos, transformándolos. La materia alquímica ya está preparada, y el fuego de la pasión se enciende para dar inicio a la obra de la transmutación; ésta podrá lograrse si el fuego permanece encendido. Se relaciona también con el quehacer manual y con la industria, y nos enseña a aceptar la responsabilidad que implica el trabajo interior."


La Fuerza


En cuanto a la Aracne mítica, señala Ovidio:


"Su ingenio era prodigioso; inventó el procedimiento de teñir las madejas de lana de distintos colores para tejer tapices como si se tratara de pintar, gracias a la técnica del lizo, es decir, dividiendo el estambre en finos hilos. Era muy hábil en el arte de tejer, y cuenta la fábula de su rivalidad con Palas, que por despecho la transformó en araña.


Esta mujer descubrió unas artes más útiles aún como las del cultivo y recogida del lino y del cáñamo: como dejarlos enfriar en la alberca, como agramar y rastrillarlos para separar las fibras y luego, por fin, hilar con la rueca y tejer la tela. Me atrevo a afirmar que estas técnicas resultaron indispensables para la humanidad aunque haya hombres que desprecian a las mujeres por practicar estas artes.


A Aracne también se le debe el invento de las redes de pescar y de los lazos y las trampas para el venado y otras fieras de caza mayor, así como las destrezas para coger pájaros, conejos, y liebres con unas técnicas antes desconocidas. Me parece que no fue poco el servicio prestado por esa mujer a la humanidad, dotándola de las artes de la caza y la pesca, tan placenteras como provechosas."
(Cristina de Pizán, Op. cit. pág. 138)


Atenea y Aracne de Tintoretto

La diosa y la mortal


Pero cuando lo humano se mide con lo suprahumano, por soberbia, estupidez o ignorancia tiene las de perder. Lo suprahumano no es un "derecho" que el hombre pueda reclamar, ni mucho menos comprar o exigir. Es cierto que lo supranatural habita en el ser humano, lo conforma, pero tomar conciencia de ello y conocer esos estados de conciencia superiores, universales y arquetípicos, implica desapegarse de concepciones limitadas y erróneas que tienen un comun denominador: el punto de vista de una dualidad irresoluble. Se trata, pues, de acallar la razón y reconocer su limitación, de dejar de acreditar en la psicología (y el ego individual), de no confundir lo suprahumano con todas las variantes de lo fenomenológico: la parapsicología, la telepatía y cualquier magia de intenciones posesivas, etc. O sea, nacer a una nueva concepción.


Aracne se niega a reconocer esta procedencia divina de todo saber y conocimiento, y por ello la diosa Atenea la reta:


"Insiste en su intención y, con el deseo de una estúpida victoria, se precipita a su destino; pues la hija de Júpiter no se niega, ni le hace más advertencias ni aplaza ya la contienda.


Sin dilación, ambas colocan dos telas de fina urdimbre en lugares apartados y las tensan: la tela está sujeta con el rodillo, el peine separa la urdimbre, se mete en el centro de agudas lanzaderas la trama que los dedos preparan y llevada entre los hilos la apisonan los serrados dientes del peine contra el que golpean. Las dos se apresuran y, ciñendo el vestido al pecho, mueven sus hábiles brazos con un afán que burla el cansancio. (...) Palas borda en la ciudadela cecropia el peñasco de Marte y la vieja disputa por el nombre del territorio. Doce dioses celestiales, con Júpiter en el centro, se asientan en altos sitiales con augusta gravedad; a cada uno de los dioses lo distingue su propio aspecto..."
(Ovidio, Op. cit., pág. 387-388)


Atenea coloca luego en las cuatro esquinas de su tela la derrota de los mortales que habían osado medirse con los dioses. Por su parte, Aracne teje muchas de las metamorfosis de diversos dioses, sobre todo las de Zeus, y los artificios para poder unirse con diosas y mujeres:


"No podría Palas, no podría la Envidia denigrar aquella obra; la rubia doncella varonil se dolió del éxito y rasgó las ropas bordadas, acusaciones contra los dioses, y, según sujetaba una lanzadera procedente del monte Citoro, golpeó tres o cuatro veces la frente de la idmonia Aracne. No lo soportó la desventurada y, llena de valor, se ató la garganta con un lazo. Palas, compadecida, sostuvo a la que colgaba y le dijo así: '¡Manténte viva aún, pero cuelga, desvergonzada, y que este mismo tipo de castigo, para que no estés libre de preocupación por el futuro, sea dictado para tu linaje y tus lejanos descendientes!'.


Después, apartándose, la roció con los jugos de una hierba de Hécate, y al punto sus cabellos, tocados por la funesta poción, se desvanecieron y junto con ellos la nariz y las orejas, y su cabeza se redujo al mínimo y también es pequeña en la totalidad de su cuerpo; en su costado están clavados unos endebles dedos en lugar de piernas, el resto lo ocupa el vientre, del que, sin embargo, ella deja salir el hilo y como una araña trabaja las antiguas telas". (Ovidio, Op. cit. pág. 392-393)


Aracne, La Ciudad de las Damas

Aracne pende de la soga


Hay que sacrificar lo humano (y no caer en la literalidad del asunto) para experimentar lo suprahumano y ni que hablar de lo supracósmico. Muerta Aracne, se perpetúa su enseñanza en la araña, animal que teje telas en círculos concéntricos entorno a un centro inmutable e invisible, con un hilo que fabrica y sale de sí misma, y que le permite realizar un recorrido axial, pues tan pronto la vemos descender como ascender rápidamente hasta el techo, tal cual el recorrido del alma, que al entrar en el cosmos, cae y cae hasta su encarnación, y de ahí inicia el camino contracorriente a la conquista de su libertad, que la llevará, si es valiente, generosa, paciente y sabia, a rasgar la clave de bóveda, produciéndose el despertar en su auténtica morada, como expresa la leyenda de la Bella Durmiente del bosque. Ya que es posible ver al alma como sumida en un sueño, el de la existencia, a la que se precipita cuando la joven princesa se pincha con el huso, abismándose cada vez más en el olvido... del que despierta cuando Amor la besa. Así recupera la memoria del Origen y la posibilidad de salir de los estrechos límites del Universo. Con lo cual se trata de redireccionar la visión, o como apunta Federico González en la Carta al Lector de la Revista Symbolos Nº 31-32, de realizar un viaje contracorriente:


"O sea, que habiendo puesto nuestra Voluntad (libre albedrío) al servicio de la Providencia -interviniendo en ello la fe- accedemos a un Destino que ha sido nuestra Necesidad. Pero una vez que comprendemos ese Destino, es cuando se traduce en términos de Voluntad -a ese Destino- y éste es capaz de llevarnos nuevamente a su fuente inspiradora, es decir a la Providencia Divina -que lo es todo-, y ser absorbidos por su Inteligencia, en íntimo contacto con su Sabiduría. Esta inversión nos daría una pauta, tal vez sorprendente para quienes consideran la historia sólo desde un punto de vista lineal y de desarrollo indefinido. Es decir, que pudiéramos estar condicionados por nuestro futuro, tanto como por el pasado. Igualmente esta actitud capaz de liberarnos de la pesada carga de una concepción falsa podría ser liminar en cuanto a una nueva visión de lo simultáneo".



Fresco con Atenea de Luca Giordano, Palacio Medici Riccardi, Florencia

Atenea corre y descorre el manto celeste,
vela y desvela la realidad metafísica


 

Primavera 2010


Diosas tutelares de la fertilidad,
los nacimientos, muertes y renacimientos


"La Primavera", Sandro Botticelli, Galeria de los Uffizi, Florencia

El círculo de la Vida en el lienzo
"La Primavera" de Sandro Botticelli


Todas las diosas son facetas de la diosa, energía complementaria a la del dios, pareja arquetípica con la que se expresa la polarización de la Unidad, del Principio del cosmos, al que no se dará el nombre de "Dios" dado los equívocos a que se ve sometida hoy en día esta palabra.


La diosa simboliza al principio femenino del Universo. La suya es una energía pasiva, receptiva y a la vez restrictiva. Es la substancia indiferenciada que al ser fecundada gestará y dará vida a todos los seres de la manifestación, y a ella le pertoca instaurar los límites imprescindibles para que todo sea. La fecundidad y la generosidad la caracterizan, y también el rigor, la destrucción y la muerte.


Todo lo manifestado está sometido a la ley cíclica, -una ley universal-, que se expresa por un nacimiento, crecimiento, madurez, senectud y muerte, la cual se abre inexorablemente a un nuevo ciclo. En esta rueda de la vida, a la energía femenina le corresponde la función matricial: ser un receptáculo que acoge las semillas y les da cobijo, las nutre y desarrolla y una vez completado su desarrollo, las alumbra a un nuevo estado. Da la vida, pero también la muerte, pues ya se sabe que todo lo que nace, muere. La diosa es pues virgen, esposa, y madre; hija y nodriza; comadrona y portadora de la guadaña. Todo simultáneamente, tal su función cósmica.



Carta III de los Arcanos Mayores del Tarot de Marsella

El arcano de la Emperatriz simboliza
al principio femenino del cosmos


Desde esta perspectiva, ¿tendría algún sentido empezar a hacer un inventario de las diosas de aquí y de allí, y de sorprenderse de los innumerables puntos de contacto entre sus atribuciones y gestas míticas? La propuesta en estas páginas es la de abandonar la visión analítica, comparativa y partidista y abrirse a una concepción mucho más amplia y universal.


La pura potencialidad femenina no daría ningún fruto de no ser fecundada por el principio masculino; a su vez, la semilla activa no se desarrollaría sin un receptáculo que la recibiera. He aquí la simbólica de la cópula sagrada, de la unión del dios y de la diosa que operada a los distintos niveles de la manifestación engendrará las innumerables producciones cósmicas.

La diosa egipcia Nut cubriendo a Geb

La diosa Nut (cielo) cubriendo al dios Geb (tierra)
dispuesto a penetrarla


Papiro erótico de Turín

Inseminación cósmica


Michael Maier, Atalanta Fugiens, epigrama XXXIV

El Sol y la Luna,
como símbolos de los principios masculino y femenino,
copulando en la caverna matricial


Fresco de una casa de Pompeya

El hombre y la mujer reproducen el acto cosmogenésico


Afrodita, Venus o Ishtar son distintos nombres de la diosa del amor; Core, Perséfone o Proserpina simbolizan la virginidad; Artemisa-Diana e Ilitía, siendo también doncellas, presiden paradójicamente los partos y los nacimientos. Gea, Cibeles, Tlazolteotl, Caguana, Hathor, etc. son representantes de la fertilidad y la fructificación, así como también Deméter-Ceres e Isis, que además simbolizan al arquetipo de la madre. Deidades que reúnen todas las cualidades de lo femenino, y que bajo un disfraz u otro acentúan alguna de sus facetas, aunque en realidad se sintetizan en un único arquetipo. El poeta Orfeo, en uno de sus "Himnos", invoca y canta con estas palabras a la diosa de muchos nombres:


"Oh Naturaleza, diosa creadora de todas las cosas, madre fértil en recursos, celestial, venerada, multicreadora deidad, soberana, que todo lo dominas, indomable, conductora, toda resplandeciente; todopoderosa, honrada y excelsa entre todos, inmortal, primigenia, desde antaño celebrada, ilustre, nocturnal, experta, portadora de luz, incontenible, que trazas en silencio la huella con la articulación de tus pies, sagrada, ordenadora de los dioses e inacabado fin. Común a todos y única que no admite comunicación; autoengendrada, sin padre, amable, jocosa, augusta, florida, entrelazadora, amistosa y compleja, industriosa, guía y señora vivificadora, nutricia doncella de todos, autosuficiente, justicia y renombrada persuasión de las Gracias, soberana etérea, terrenal y marina. Amarga para los malévolos y dulce para los dóciles, sapientísima, bienhechora, cuidadora, soberana absoluta, promotora del crecimiento, efectiva resolutora de las maduraciones. Tú eres padre, madre, criadora y nodriza de todos, activadora del parto, bienaventurada, fértil, impulso perfeccionador de las cosas; beneficiosa para todas las artes, modeladora, multicreadora, deidad marina, eterna, engendradora de movimiento, expertísima y prudente, que haces girar, en perenne remolino, el rápido curso de agua, y por todas partes discurres. Redondeada, que te renuevas por tus cambios de forma, de hermoso trono, apreciada; sola finalizas tus proyectos, poderosísima, que bramas por encima de los reyes, intrépida, que todo lo domas, destino fijado, inflamada. Vida eterna e inmortal previvión. Tú eres todo, pues tú sola produces todo esto. Por ello te suplico, diosa, que, con suma felicidad y en momento oportuno, traigas paz, salud y el progreso de todas las cosas". (A la Naturaleza, Himnos Orficos, Ed. Gredos, Madrid, 1987)


Isis tal como la describe Apuleyo. A. Kircher, 1652

Isis, la gran diosa madre que las reúne a todas:
Minerva, Venus, Juno, Proserpina, Ceres, Diana, Hécate...


De hecho, la Isis egipcia adoptada en toda la ribera del Mediterráneo con otros nombres, es también un símbolo del principio femenino y sus funciones, por eso Plutarco en su Ethika dice:


"Isis es, pues, la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda generación. Este es el sentido en que Platón la llama 'Nodriza' y 'Aquella que todo lo contiene'. La mayor parte la llaman 'Diosa de infinitos nombres', porque la divina Razón la conduce a recibir toda especie de formas y apariencias. Siente amor innato por el primer principio, por el principio que ejerce sobre todo supremo poder, y que es idéntico al principio del bien; lo desea, lo persigue, huyendo y rechazando toda participación con el principio del mal. Aunque sea tanto para el uno como para el otro materia y habitáculo, se inclina siempre voluntariamente hacia el mejor principio; a él se ofrece para que la fecunde, para que siembre en su seno lo que de él emana y lo semejante a él. Se regocija al recibir estos gérmenes y tiembla de alegría cuando se siente encinta y llena de gérmenes productores. En efecto, toda generación es imagen en la materia de la substancia fecundante, y la criatura se produce a imitación del ser que le dio la vida."


No hay pueblo, cultura o civilización que no invoque a la fecundidad con sus cantos, himnos, danzas o amuletos, en definitiva a través de símbolos y ritos que actualizan esta energía, necesaria para que la rueda de la existencia se perpetúe en un movimiento siempre renovado. En el Antiguo Egipto, y en innumerables culturas, se buscaba atraer la fertilidad y la protección sobre todo aquello relacionado con el reciclaje de la vida, tal los instantes de tránsito de un estado a otro, como el del nacimiento de una nueva criatura, que se ponía bajo la advocación de entidades que reunían en sí lo gracioso y benéfico con lo terrible y desgarrador del alumbramiento. De ahí el aspecto grotesco, provocativo y a la vez simpático de muchos de estos símbolos condensadores de la poderosa energía de la vida y de la muerte, los cuales ejercían una acción facilitadora y protectora, ahuyentando a su vez las influencias nocivas.


Estatuilla en arcilla de Bes

Bes, amuleto egipcio de la fecundidad y la sexualidad,
es además el protector de los alumbramientos


Lo mismo cabe decir de los lares y penates, entidades protectoras del hogar entre los romanos, a los que dedicaban un lugar especial en la casa, un pequeño templo o altar donde se depositaban las estatuillas o bien se las pintaba en frescos. Entre ellos queremos destacar a los relacionados directamente con el período de embarazo de la mujer, el parto y el primer crecimiento del niño. Así tenemos a Carmenta, la protectora del parto, juntamente con sus hermanas Antevorta y Posvorta (con la misma función aparece la Lucina sabea o la Ilitía griega). Alemona, diosa encargada de alimentar al niño en el vientre materno; Decima, la diosa que protege a la madre y al hijo en el último mes de embarazo; Diespiter, dios que conduce al niño hacia la luz, justo en el momento de salir del vientre materno y Candelífera, la diosa a la que se enciende una candela de cera llegada la hora del parto. Cuva y Cunina, diosas que cuidan al niño en la cuna; Genita Mana, diosa del nacimiento y de la muerte; Intercidona, diosa provista de un hacha que vigila la puerta de la casa para evitar que Silvanus atormente a la madre durante el sueño; Rumina, la diosa que enseña al niño a mamar, y les siguen un largo etcétera de entidades que presiden cada una de las habilidades y capacidades que se van desvelando y desarrollando en el niño, desde los primeros balbuceos, hasta la articulación de palabras, el fortalecimiento de huesos y músculos, así como el aprender a andar, a cantar, a calcular, a contar, a salir y volver solo de la casa y muchas y muchas más; actividades y procesos que están estrechamente vigilados, protegidos y auspiciados por las energías invisibles que pueblan el universo sagrado.

Capilla con lares en una casa de Pompeya

Lararium pompeyano en el que figuran
Hestia, Hermes y otros dioses protectores


Pero tal fertilidad y fecundidad no sólo se expresa en la tierra produciendo toda clase de mieses y frutos, o favoreciendo la reproducción y crecimiento de los animales y de los seres humanos, sino también en las manifestaciones culturales, intelectuales y artísticas. Y sobre todo se trata de despertarla y abonarla en el alma. De hecho, el ánima puede ser un campo yermo y muy estéril o bien una "tierra" apta para ser fecundada por los efluvios del intelecto, los que la harán nacer a otras posibilidades de sí misma.


Diosa de la fecundidad de la cultura Valdivia, Ecuador

Diosa de la fecundidad
de la cultura Valdivia, Ecuador


Diosa Caguana de la cultura de los Taínos

Diosa Caguana de la fertilidad,
indígenas taínos


Venus de Grimaldi, Museo de Antigüedades de la Nación, St. Germain en Laye

Venus de Grimaldi,
c. 2000 a. C.


Y no nos referimos sólo al alma del microcosmos o del hombre, sino también a su análoga, el alma del mundo, esa realidad invisible que a modo de bisagra entre lo concreto o material y el espíritu, es un campo fértil, dúctil y maleable si se deja inseminar por las influencias celestes. En el alma se expresa la vida del cosmos. Y en este universo todo lo creado está signado por el ciclo cuaternario.


¿Cómo opera el ciclo? ¿Cómo lo transmite el mito? ¿Cómo se vive en el alma? ¿Cómo no quedar atrapado en la reiteración que engarza un período tras otro? A través de la Iniciación. Nacer al estado humano es el primer nacimiento. Desde este momento, se puede vivir una existencia lineal, anecdótica y cronológica sin salir de los estrechos márgenes de lo simplemente humano, siempre sometido a cambios y vicisitudes sin que en realidad nada cambie y todo termine al agotarse esa corporalidad, o bien se puede despertar a otras posibilidades latentes en el interior del ser humano.


Este es el segundo nacimiento. No hay cultura que no conserve sus ritos iniciáticos, incluso en la actualidad, aunque hoy se hallen despreciados y se intente confundirlos con pseudoiniciaciones y desviaciones de todo tipo. Los cultos mistéricos de Isis y Osiris en el antiguo Egipto, los de Mitra y Cibeles en el Próximo Oriente, los de Eleusis y Dioniso en Grecia, así como los de los Cabiros en Samotracia, etc., por referirnos sólo a algunos de los más cercanos, han abierto las puertas al segundo nacimiento a miles de seres humanos atraídos por el conocimiento de su identidad y de la del cosmos.


En el rito iniciático y su posterior efectivización, el iniciado revive en el alma los mitos arquetípicos protagonizados por los dioses y las diosas. Ellos ejemplifican su propio proceso regenerador y liberador. Y aquí en Occidente, los de la diosa Deméter, su hija Perséfone y su esposo Hades, así como los de Dioniso y otras entidades, fueron, y son, los relatos míticos entorno a los cuales se articuló la transmisión de la enseñanza tradicional, que al operar sobre el alma de los hombres y mujeres que libremente los acogían, experimentaban una auténtica transmutación interior.


Todo el proceso empieza imprescindiblemente por una muerte. Sin muerte no hay renacimiento. Se trata de dejarlo todo, todo lo que uno creía ser, aquello en lo que acreditaba, las convicciones, creencias, fantasías, ilusiones; la inmensa amplitud de la ignorancia. Vaciar la copa. Devolver el alma a su estado virginal.


Mosaico de una casa de Pompeya

Las alas del alma entre
la rueda de la vida y la muerte


Eso es precisamente lo que simboliza Perséfone (o Core o Proserpina), la que danza alegre por los prados en compañía de las ninfas y las Gracias recogiendo flores, sin ningún prejuicio, ni preocupación, ni apego. La virginidad, no como una cuestión física o teñida de moralinas sino como un estado del alma. Pero de pronto irrumpe Hades, el rey del inframundo que la rapta y conduce con su carro hacia sus dominios, convirtiéndola en su esposa.


El rapto de Perséfone de Bernini. Villa Borghese, Roma

El rapto de Perséfone


Como la semilla, que cae dentro de la tierra y se pudre para germinar como nueva planta, el alma simbolizada por la joven doncella se sumerge en las profundidades de sí misma y transita por los corredores de la oscuridad, donde deberá disolverse y retornar a un estado de indiferenciación. Y es justamente en el seno de la Mater Genitrix, análoga a la matriz de la mujer o del cosmos, donde es iniciada en los misterios de la sexualidad, de la cosmogénesis. Este no es un proceso suave, sino brusco y violento, y no exento de temor, como bien lo simboliza el rapto. Perséfone se aterroriza ante lo desconocido. Se sabe también que en los ritos dionisíacos, las jóvenes contemplaban el falo primordial escondido tras un velo, tal como está reflejado en uno de los frescos de la sala de los misterios de una villa de Pompeya.


Fresco de la sala de los misterios

Una joven está a punto de desvelar el falo


El culto al falo, al eje axial emisor de las semillas que penetrarán en el receptáculo vacio fecundándolo, está extendido por todos los rincones del Mediterráneo. Príapo es la deidad que lo simboliza; de hecho a éste se lo invocaba en los ritos de fecundidad y se lo ubicaba en huertos y jardines para atraer su poder. Formaba también parte del cortejo de Dioniso y se lo representaba con el miembro viril erecto y de dimensiones desproporcionadas. Hipólito de Roma, en su obra Refutatio, habla también de un Hermes de origen egipcio en estos términos:


"Los griegos recibieron este misterio de los egipcios y lo custodian hasta el día de hoy. Lo veneran como el intérprete y artífice de lo que era, es y será, y se levanta representado bajo esta forma, esto es, con el miembro viril mostrando el impulso de las cosas inferiores hacia las superiores. En el templo de Samotracia se levantan dos estatuas de hombres desnudos, con ambas manos extendidads hacia el cielo y erecto el miembro viril al igual que la estatua de Hermes en Cilene. Dichas imágenes representan al hombre primigenio y espiritualmente regenerado, en todo consubstancial a aquel hombre". (Refutatio, V, 8.10)


Ofrendas a Príapo


Y ya se sabe que Hermes es el promotor de la iniciación, el que acompaña en la muerte iniciática y en el renacimiento del nuevo ser, del "neófito" o nueva planta, que es justamente lo que significa la etimología de esta palabra. En lo más recóndito y oculto del interior de la tierra, el alma cumple sus esponsales, se libra a la fecundación del espíritu. El fuego que Hades o Plutón simboliza es el fuego del espíritu en sus dominios más inferiores, entendido como el fuego del amor, de la pasión, que tiene la fuerza necesaria e imprescindible para impulsar al ánima hacia su origen, en un viaje que a partir de ahora será ascendente, buscando siempre la luz y su origen increado. Hermes se encuentra siempre en las encrucijadas de este viaje para guiar todo el proceso.


Cumplidas las nupcias subterráneas, la planta empieza a germinar. El gallo, animal asociado a Hermes, anuncia la próxima salida del sol, análoga a la salida del tallo por encima de la tierra para seguir ahora su recorrido aéreo. Igual para el alma: muerta a su condición profana, renace integrada en su ser, en el seno del Ser Universal, e inicia entonces un proceso que la ha de llevar gradualmente a la experiencia o vivencia de los distintos estados de conciencia, en los que se reconocerá, universalizándose, hasta su total reintegración al Principio de donde en verdad nunca ha salido.


Perséfone y Hades, Locri, Italia, c. 480 a C.

Perséfone y Hades con sus ofrendas:
las espigas, las granadas y el gallo


Durante el tiempo de reclusión, muerte y celebración de las nupcias secretas previas a la regeneración y eclosión, el mito explica que Deméter, la madre de Perséfone, la busca desconsoladamente atravesando la inmensidad de la tierra, y tal es su cólera y tristeza al no encontrarla que a su paso todo deviene estéril y yermo; los campos, árboles y plantas dejan de fructificar. Todo parece haber muerto. Peligra la vida sobre la tierra. La diosa consigue averiguar gracias a Helios el paradero de su hija, y tras rogar a Zeus que interceda por la liberación de Perséfone, finalmente el dios del rayo envía a Hermes con la misión de rescatarla. Lo consigue, pero antes de que Hades acceda a devolverla a su madre, le hace comer algunos frutos del granado, con lo cual queda sellada su unión para siempre. Es por ello que Perséfone se verá siempre obligada a retornar con su esposo cada invierno, lo que es el garante para que todo se regenere, pues como decíamos es imprescindible pasar por la muerte y putrefacción para que renazca cualquier nueva posibilidad.


"Retorno de Proserpina", Frederic Leighton, 1891

Reencuentro de Perséfone y Deméter
facilitado por Hermes


El Himno Homérico a Deméter es uno de los testimonios tradicionales que relata con más precisión todo este proceso arquetípico, y así dice cuando finalmente se reencuentran madre e hija:


"De repente, a Deméter, mientras tenía a su hija querida entre sus brazos, el corazón le presagió un engaño y le hizo temblar terriblemente, cesando en sus muestras de cariño, interrogó a su hija con estas palabras:

'Hija, ¿has tomado algo de alimento mientras estabas abajo? Dímelo, no lo ocultes, para que lo sepamos las dos; si no ha sido así, habiendo ya regresado del terrible Hades, habitarás junto a mí y junto a tu padre el Cronión, que amontona negras nubes, honrada por todos los inmortales. Pero si has probado algo de comida allí, tendrás que regresar a los dominios ocultos bajo tierra y vivir allí una de las tres estaciones, año tras año; las otras dos, junto a mí y los demás inmortales. Cada vez que la tierra se llene de flores fragantes de la primavera, ascenderás nuevamente de la negra oscuridad; ¡Gran maravilla para los dioses y los mortales hombres! Dime con que treta te engañó el poderoso Aidoneo que a muchos recibe'.


Respondió a su vez la hermosísima Perséfone:


Pues bien, Madre, te contaré todo lo sucedido. Cuando se presentó Hermes, rápido y benéfico mensajero, de parte de mi padre Cronida y de los demás dioses celestiales, a rescatarme del Erebo, para que tú, al verme con tus propios ojos, depusieras tu ira y tu terrible cólera contra los inmortales, en seguida, salté de alegría, pero él, furtivamente, me obligó a tomar una semilla de granada, dulce manjar, contra mi voluntad y a la fuerza."
(Himnos Homéricos, A Deméter, Akal, Madrid, 2000)


De esta manera, el mito revela el ritmo con el que se sella todo ciclo: muerte, nupcias secretas, fecundación, germinación de posibilidades latentes, nacimiento a un nuevo estado, crecimiento, fructificación, madurez, plenitud y una imprescindible muerte para que todo se recicle, no de forma idéntica sino análoga, en un nuevo período que a su vez llevará impresa su manifestación circular.


Pero, ¿cómo salir de la inexorable rueda de las renovaciones? Primero conociéndola, viviendo de verdad este proceso en el interior del alma; y segundo o simultáneamente, no identificándose con la periferia de la rueda sino con el centro inmutable, que aún siendo el origen del movimiento, no participa de él, lo cual se traduce en ubicarse, -ser-, el centro uno y único de donde todo emana. El mito de Deméter dibuja esta rueda, y también representa la idea de la enseñanza como vehículo para liberarse de la cadena de los mundos. Hay dos momentos del mito en los que se ve claramente esta función transmisora, tan es así que los antiguos misterios de Eleusis fueron durante más de dos milenios la puerta de entrada a la iniciación y a realización espiritual para miles de hombres y mujeres de Occidente.


El primero es cuando la diosa, vagando por toda la tierra en busca de su hija, llega al palacio del rey Céleo y la reina Metanira y ambos le encomiendan la educación del príncipe Demofonte. Dice el canto Homérico:


"Deméter lo ungía con ambrosía, como si hubiera nacido de un dios, mientras soplaba dulcemente sobre él y lo estrechaba contra su pecho. Por las noches, lo escondía en el vigor del fuego, como si fuera un tizón, a escondidas de sus padres; ellos estaban profundamente admirados, al ver cómo iba creciendo, lleno de vida, y se asemejaba en su aspecto a los dioses.


La diosa lo hubiera hecho inmune a la vejez y a la muerte si Metanira, la de bella cintura, con su necedad, no lo hubiera descubierto, espiando por la noche desde fuera de la olorosa habitación".
(A Deméter, op. cit.)


El miedo y la ignorancia humana pueden interrumpir el proceso de deificación; son peligros que siempre acechan al iniciado, pero la diosa no cierra las puertas definitivamente al que se entrega de corazón, al contrario:


"Pero ¡ea! que todo el pueblo me levante un gran templo y, en él, un altar, cerca de la ciudad y de la inaccesible muralla, por encima del Calícoro, sobre un saliente de la colina. Yo personalmente os instruiré en los misterios para que, después, vosotros, realizándolos con toda pureza, aplaquéis mi espíritu". (ibid.)


Triptolemo con las espigas rodeado de las dos diosas

Triptólemo, uno de los primeros iniciados
en los misterios eleusinos


Otro momento del mito en el que ha quedado grabado que su función instructora es el camino hacia la liberación es el siguiente:


"La diosa, poniéndose en camino, fue a mostrar a los reyes que administran justicia, a Triptólemo, a Diocles, domador de caballos, al fuerte Eumolpo, y a Céleo, caudillo de pueblos, las normas del ritual sagrado, y les dio a conocer los solemnes misterios, venerables, que no se pueden, en modo alguno, profanar, indagar, ni divulgar, pues el gran respeto por los dioses enmudece la voz. ¡Dichoso, entre los hombres que están sobre la tierra, el que ha contemplado los ritos!, pues el no iniciado en estos misterios, el que no participa en ellos, nunca tendrá un destino semejante, ni siquiera después de muerto, bajo la sombría tiniebla". (ibid.)


Ciertamente, la salida de la rueda de las mutaciones, de la existencia, de los mundos que se engarzan, de los ciclos que se encadenan, pasa por encarnar el Conocimiento. Conocer la cosmogonía, el orden interno del cosmos, sus leyes, sus grados, escalar los círculos del pensamiento hasta el principio. Ser lo que se conoce. Es imprescindible para iniciar este viaje estar dispuesto a traspasar un umbral: el que separa la concepción profana de la sagrada. Y aquí, en esta primera puerta, la guardiana es Artemisa o Diana, conocida también con el epíteto de Ilitía y Protirea (palabra que significa "la que está delante de la puerta"). No es de extrañar que se nos presente como virgen, pues ya se ha dicho que es imprescindible promover esta cualidad en el alma para nacer a una nueva realidad, pero paradójicamente es la entidad que facilita el parto, o sea, el alumbramiento.


Estatuilla de Artemisa

Artemisa, patrona de los partos


Protirea reina sobre la noche, regula los fluidos y mareas, el crecimiento de las plantas, de los miembros, de las uñas, los pelos, los frutos... Provoca las crecidas y las roturas de las aguas (las acumuladas en las nubes, en los ríos, las matriciales, etc.), y ya se sabe que allí por donde corre el agua hay vida, y fecundidad, por eso se la ve como una intercesora, una facilitadora, un puente. Orfeo la canta con estas palabras:


"Escúchame, venerable diosa, deidad de múltiples advocaciones, protectora de los partos, dulce mirada a los lechos en el alumbramiento, única salvadora de las mujeres, amante de los niños, amable, que apresuras los alumbramientos, que ayudas a las jóvenes mortales, protirea, guardiana acogedora, complaciente nutridora, afectuosa con todos, que habitas en las mansiones de todos y disfrutas en sus banquetes, y asistes a las mujeres en parto, invisible aunque te muestres a toda empresa. Sientes compasión de los partos y te alegras con los felices alumbramientos, Ilitía, que resuelves las fatigas en los duros trances, porque a ti sola invocan las parturientas como alivio de su alma; pues, con tu intervención, las molestias de los nacimientos quedan resueltas, Artemis Ilitía, venerable Protirea, escúchame afortunada, y, puesto que a ello ayudas, concédeme descendencia y sálvame, dado que por naturaleza eres protectora de todo". (Himnos Orficos, A Protirea, Ed. Gredos, Madrid, 1987)


Artemisa Efesina, copia romana, Museo Capitolino, Roma

Artemisa de Efeso,
representada con múltiples senos nutricios
y cuadrillas de caballos


Artemisa es también la reina de la naturaleza virgen y salvaje. Su cortejo está formado por ciervos, conejos, leoncillos, perros y también caballos, como se ve en esta estatua de la Artemisa de Efeso, siendo el caballo uno de los símbolos por excelencia del vehículo, del soporte que conduce de una realidad conocida a otra desconocida pero más real. Además, esta diosa es la hermana gemela de Apolo, y como la luna, a la que se asocia íntimamente, refleja la luz de su hermano sol en medio de la noche. Alumbra, y esa ténue luz es la que el iniciado reconoce y sigue, o mejor, se reviste de ella, pues acaba de saber que su túnica de piel es caduca, y que su verdadera naturaleza es mucho más afín a la cualidad de lo luminoso. No porque sí, cuando se habla del camino iniciático se lo simboliza como un recorrido por las esferas planetarias (cada planeta emite un matiz de la luz), luego por el cielo de las estrellas fijas, hasta la conquista de la Luz increda del Principio.


Artemisa y Afrodita parecen ser dos diosas antagónicas, más en verdad sus energías son complementarias. La primera es casta, fría y virgen, la segunda simboliza la voluptuosidad, la atracción, el fuego del amor. El lienzo que pintó Botticelli con el que empezábamos este escrito describe un círculo en el que están vivas todas estas energías: Céfiro, el viento del espíritu, insufla el hálito vital sobre la ninfa Cloris, la naturaleza virgen, que la fecunda y se expresa en Flora, la primavera, cuyos frutos madurados se perciben en el vientre de Venus, mientras las tres Gracias bailan la danza de dar, aceptar y devolver, y Mercurio recoge toda esta sabiduría y la retorna al Principio invisible e increado del que emanará un nuevo ciclo. Todo presidido por Cupido, personificación del Amor, de la energía que cohesiona el Cosmos, equilibra las tensiones, atrae los aparentes opuestos, armoniza los contrarios y nunca muere, porque nunca ha nacido.


Venus Physica, Pompeya

Venus Physica o Naturista
en una casa de Pompeya


Link al artículo Algunos aspectos de Venus de Lucrecia Herrera


Otoño 2010


Las diosas oraculares y las ninfas


Fuente Ribas

Fuente de Ribas
Sierra de Collserola


La Teogonía de Hesíodo anota que,


"Ciertamente, en primer lugar, existió el Caos. Después Gea de amplio seno, asiento seguro de todos... Gea engendró en primer lugar al estrellado Urano, igual a sí misma, para que la cubriera por todas partes y fuera sede siempre segura para los dioses felices. También dio a luz a las grandes montañas, placenteras moradas de las diosas, las Ninfas que habitan en las montañas llenas de senderos. Ella engendró también al estéril piélago, agitado por sus hinchadas olas, sin ansiado amor.


Luego yació con Urano y dio a luz a Océano de profundos remolinos, a Ceo, Crio, Hiperión, Jápeto, Tea, Rea, Temis, Mnemósine, Febe de dorada corona y la amable Tetis. Después de ella nació el más joven, Crono, de mente tortuosa, el más terrible de los hijos y concibió odio contra su vigoroso padre."
(Hesíodo, Teogonía, Ediciones Akal, Madrid, 1990)

En esta genealogía divina, se dice que la primera profetisa fue la Tierra, a la que sucedieron las titánides Temis y Febe, ésta última abuela de Apolo; y ya en la saga de los olímpicos, Apolo, dios por excelencia de la adivinación, es el que emite sus oráculos en el santuario de Delfos, haciendo de las pitonisas sus intermediarias.


Omphalos de Delfos

El Omphalos de Delfos


He aquí una cadena de transmisión desde el origen, visto como una piedra imán que atrae a cada uno de los eslabones que se hacen conductores de la Sabiduría Perenne, de la voz inarticulada del Dios que se va tornando inteligible a través de esos elementos de la cadena, cual piedras imantadas a la piedra nuclear que van soltando a borbotones el manantial de agua generadora y regeneradora que brota de la fuente original. Los ancestros son Gea y Urano, a los que suceden los Titanes, y luego los dioses olímpicos.


Según lo visto, la Tierra es la primera profetisa, la primera voz, que se expresa por el estruendo de sus cataclismos, por los estertores de sus fuegos y la explosión de las aguas que discurren por enormes cauces. Nada podemos decir de ese estado tan próximo al origen, casi indiferenciado, salvo que corresponde a la generación y al alumbramiento del Cosmos. Cuando todo se ordena, se asigna un lugar a cada entidad gobernadora; los Titanes entran en escena. Temis es la encargada de instaurar la Justicia y el Orden y de emitir los vaticinios. Justamente a ella se dirigirán Deucalión y Pirra, los dos únicos seres humanos supervivientes después del gran diluvio, del que da cuenta Ovidio en su Metamorfosis. Retrocedidas las aguas, la pareja se vuelve hacia Temis buscando su consejo. Estos son los primeros oráculos recogidos en los mitos de la cultura griega en los que se narra el origen de la nueva humanidad:


"Cuando alcanzaron las gradas del templo, uno y otro cayeron postrados a tierra y con miedo besaron la helada piedra, y hablaron así: 'Si vencidas con súplicas justas se ablandan las divinidades, si se doblega la cólera de los dioses, di, Temis, con qué artificio puede repararse el daño de nuestro linaje y, con tu mayor indulgencia, socorre a un mundo sumergido.' La diosa se conmovió y dio esta respuesta: 'Alejaos del templo y cubrid la cabeza; desatad los vestidos ceñidos y arrojad tras la espalda los huesos de la gran madre.'


Se quedaron atónitos durante algún tiempo y Pirra, la primera, rompió el silencio con su voz y rehúsa a obedecer las órdenes de la diosa, le pide perdón, suplica con rostro aterrorizado y tiene miedo de ultrajar las sombras de la madre arrojando los huesos. Entretanto intentan alcanzar el significado de las palabras ocultas del oráculo concedido en sombríos escondrijos y les dan vueltas consigo entre sí. Después el Prometida (Deucalión hijo de Prometeo) aplaca con suaves palabras a la Epimétide (Pirra) y le dice: 'O es engañoso mi ingenio o (los oráculos son respetuosos y no aconsejan ningún crimen) la gran madre es la tierra: pienso que las piedras son llamadas los huesos en el cuerpo de la tierra; se nos ordena que arrojemos éstas a nuestras espaldas.'


Aunque Pirra se conmueve por el vaticinio de su esposo, sin embargo, su esperanza está en duda: hasta tal punto ambos desconfían de los consejos divinos. Pero, ¿qué daño hará intentarlo? Se alejan y cubren su cabeza y desatan las túnicas y envían las piedras tal como se les había ordenado tras sus pasos. Las piedras (¿quién creería esto, si no estuviera de testigo la antigüedad?) empezaron a despojarse de su dureza y rigidez y a ablandarse con el paso del tiempo y, una vez ablandadas, a tomar forma. Después, cuando crecieron y les correspondió una naturaleza más suave, pudo verse una cierta figura de hombre, aunque no clara, sino como empezada en mármol, no suficientemente completa y muy parecida a las toscas estatuas. Sin embargo, la parte de ellas que fue húmeda a consecuencia de algún líquido y de tierra, se convirtió en cuerpo; lo que es sólido y no puede doblarse, se transforma en huesos; lo que hasta hace poco fue vena, permaneció bajo el mismo nombre; y en poco tiempo, por voluntad de los dioses, las rocas enviadas por las manos del hombre tuvieron aspecto de hombres, y la mujer tomó forma de nuevo gracias al lanzamiento de la mujer. Por ello somos un linaje duro y que soporta las fatigas y demostramos de qué origen hemos nacido".
(Ovidio, Metamorfosis, Ed. Cátedra, Madrid, 2001)


Enigmáticas palabras las del mito, que describen el proceso de solidificación al que se ve sometido todo aquello que entra en la manifestación, incluido el ser humano, cuya conciencia está cada vez más apartada del esclarecimiento original. Cuanto más alejado del principio, más tosco su recuerdo, y ahora son símbolos como los de la piedra, la gruta y la humedad de sus paredes los que evocan ese estado primigenio del Cosmos, del que Temis es la reveladora de sus misterios. Así lo explica Orfeo en uno de sus Himnos:


"Invoco a la casta Temis, hija del ilustre Urano y de Gea; joven doncella de suave tez como capullo de rosa, que fue la primera que enseñó a los mortales el oráculo sagrado, sirviendo a los dioses con el anuncio de sus oráculos en el santuario de Delfos, en el suelo pitio, donde reinaba Pitón. También enseñó al soberano Apolo el sentido de la justicia, pues tú, que te mueves en la noche, en tu espléndida belleza, con la reverencia y el honor que todos te tributan, fuiste la primera que descubriste los sagrados misterios a los mortales, lanzando los gritos rituales a tu soberano en las noches de delirios báquicos. Porque de ti provienen los honores de los bienaventurados y los sagrados misterios. Mas, ea, afortunada doncella, ven, te lo ruego, contenta y con buena voluntad a tus piadosos y místicos rituales." (Himnos Orficos, Ed. Gredos, Madrid, 1987)


Y más adelante, esos sagrados misterios se siguen transmitiendo a través del dios de la adivinación y la armonía, Apolo, el promotor del furor profético, que es un estado que se despierta en el alma por el que ve en forma de imágenes realidades siempre presentes. Es en Delfos donde se erige su santuario, y durante centurias será centro de peregrinación y culto al que acudirán miles de hombres y mujeres para "oir" la voz del dios a través de sus emisarias, las pitonisas.


Medalla con Apolo y Pitón

Medalla con Apolo, el trípode
y la serpiente Pitón


Extrañas mujeres anónimas, cuyo nombre procede de la serpiente Pitón con la que Apolo se enfrentó en Delfos, y finalmente venció, instaurando sobre ese suelo su oráculo, que sin duda está afiliado a su fuente primigenia, el de la profetisa Gea, simbolizada por esa enorme serpiente, entidad telúrica que mora en el mundo subterráneo. La Pitonisa encarna esa energía, y reúne en sí el poder de la diosa Madre, el de sus hijas Temis y Febe, y el del brillante Apolo, dios de la luz que fecunda las tinieblas y las ordena; de la luz que hace aparecer las imágenes y las formas, de la luz que al tocar los sentidos hace ver la gran ilusión caleidoscópica del mundo. La Pitonisa deja pasar a través de sí el misterio de la cosmogonía y su vaticinio es un sendero para remontarse de nuevo al origen. Un camino de ida y vuelta, convulso, peligroso, paradójico, lleno de encrucijadas, senderos cada vez más estrechos, que concurren finalmente ante una puerta estrecha, la salida a lo supracósmico, al Misterio Absoluto.


Grabado de Leto escapando de Pitón con Apolo y Artemisa en sus brazos

Latona o Leto, con los gemelos Apolo y Artemisa, huye de Pitón
Johann Blaschke, Latona, 1786


Pero para alcanzarlo, entidades de diversa naturaleza vienen a socorrernos, entre ellas las Ninfas, que nos conducirán hasta fuentes y manantiales y nos introducirán en las grutas de donde manan las aguas, lugares privilegiados para recibir y emitir oráculos. Ellas siempre acompañan la adivinación, desde los albores de este mundo, pues ya cohabitaban con Gea y Urano, y están presentes en todos los momentos del ciclo, incluso ahora perviven, y acaso en un bosque silencioso se las oiga, danzando alegremente a la vera de una fuente. Pero, ¡cuidado con sus mañas!, pues en el fondo son sólo una ilusión. Ya lo advierte la ninfa Maya, la madre de Hermes, cuyo nombre revela que la Manifestación Universal es una gran ilusión, o el sueño del Dios desconocido.


Fuente de Ribas, Collserola

Fuente de Ribas
Sierra de Collserola


En el estudio de Walter F. Otto titulado Las Musas y el origen divino del canto y del habla (Ed. Siruela, Madrid, 2005), el autor dedica un primer capítulo a las Ninfas, y es tan significativo lo que explica sobre estas entidades que transcribiremos íntegramente el texto sin agregar nada más por nuestra parte.


1


Las diosas benefactoras, a las que los griegos creían encontrar en la soledad de bosques y montes, tampoco han perdido para nosotros su encanto. Creemos tener la intuición de que tales apariciones son posibles. Así como a veces nos sentimos cautivados por la belleza de la naturaleza, así ella se manifestó a los griegos, sólo que su sentimiento de la naturaleza fue mucho más intenso cuando se estaba en condiciones de poblar las más hermosas comarcas con figuras antropomórficas. Sin embargo, nos engañamos cuando nos creemos muy cercanos al hombre antiguo. Nuestro sentimiento de la naturaleza es una mezcla de bienestar físico, estremecimiento espiritual y placer estético. Incluso en la más alta meditación de este sentimiento nunca podría llegarse al conocimiento de un encuentro con las apariciones divinas. Porque el conocimiento es una forma completamente diferente de lo que nosotros pensamos cuando hablamos del sentimiento. Nuestro sentimiento de la naturaleza se revela ya a través de su "locuacidad", en tanto que los antiguos eran tan extremadamente lacónicos que habrían tenido poco sentido para esta belleza de la naturaleza. Eso sin duda sería un error, pero no tan grande como la ingenua seguridad con la que se transmite nuestro sentimiento de la naturaleza. Su sentimiento de la naturaleza no fue insensible, sino, por el contrario, una evidencia de cómo se ha manifestado más que de cómo se nos ha dado. Era el reflejo de un silencio divino.


Para aludir a él la lengua griega tiene la palabra que nosotros traducimos por vergüenza o pudor. Hay pues una vergüenza no sobre algo de lo que se deba tener vergüenza, sino respeto por lo sagrado y lo secreto. El prudente detenerse delante de lo desconocido, lo tierno y lo respetable, que es extraño para todo indiscreto; el admirarse y el aquietarse delante del milagro de la pureza, esto es la sagrada quietud en sí misma. La deidad misma se manifiesta tanto en esa quietud como en la pacífica luz del mundo. La diosa Aidós se apodera de los hombres siempre que éstos se encuentran con una aparición llena de nobleza (v. Eurípides, Ifigenia en Áulide, 821). Pero también fuera, en el encanto de la naturaleza no profanada por la mano del hombre, experimenta la devoción de su sosegado gobierno. Allí, Hipólito entrega a la joven Ártemis una tierna corona trenzada con flores de una pradera intacta "en la cual ni el pastor tiene por digno apacentar sus rebaños, ni nunca penetró el hierro; sólo la abeja primaveral recorre este prado virgen. La diosa del Pudor (Aidós) lo cultiva con rocío de los ríos" (Eurípides, Hipólito, 73 ss.; v. Himno Órfico, 51, donde se dice que las Ninfas vierten "salutíferas aguas en las estaciones de maduración de los frutos"). Ártemis se llama a sí misma Aidós (en la bandeja de Titio, Furtwängler-Reichhold, lámina 122). Ella, la reina de los campos y montes solitarios, es el espíritu más sublime de la quietud divina. Si bien se percibe a menudo el tumulto de su caza en los montes, también en la tormenta y en los estrépitos puede estar presente como la más profunda quietud.


Ninfa Egle, Volkamer, 1708

La ninfa Egle
J. Ch. Volkamer, 1708


A su alrededor se agrupan las excitadas figuras de las Ninfas, cuyos nombres se traducen por el de muchachas o novias. Cada una de ellas podría también llamarse Aidós. En presencia de Aidós, la diosa serena conjura en grutas rocosas el eco de Andrómeda, para no perturbar su canción de lamento con sonora resonancia (Eurípides,  fr.,118). No puede verse a las diosas propicias cuando no quieren mostrarse. De igual modo tampoco Hipólito vio a Ártemis, de quien es justo que sea su acompañante, pero escucha su voz: "Yo soy el único de los mortales que poseo el privilegio de reunirme contigo e intercambiar palabras, oyendo tu voz, aunque no veo tu rostro" (Eurípides, Hipólito, 84 ss.). También a menudo se perciben las voces de las Ninfas. Como Odiseo que, despertado por los chillidos de las acompañantes de Nausícaa que jugaban a la pelota, creyó oír a las Ninfas, "que habitan las escarpadas cumbres de las montañas y las fuentes de los ríos y los prados herbosos" (Odisea 6, 123). Algunas inscripciones nos hablan de piadosos fundadores que "por mandato" de las Ninfas han decorado las grutas (IG 1, 778 ss.). Se dice que una mujer de la Fócide manifestó que "había oído" a las Ninfas y que fue atrapada por ellas (Supplementum Epigraphicum Graecum, 3, 406). También se sabe que eran hermosas, desde luego no comparables con Ártemis, su señora, a la que destacaban con el nombre de "la hermosa", "la más hermosa".


Que a los genios femeninos de la sosegada naturaleza se les haya llamado hermosos es más que un obvio homenaje. La hermosura pertenece a su esencia porque es un nacimiento del sosiego en su perfección. "Quizá pronto madure nuestro arte al sosiego de la belleza", dice Hölderlin al joven poeta y añade: "Sé sólo piadoso, como era el griego". A la mirada piadosa la calma se manifiesta con su hermosura. También el canto y la danza de las Ninfas pertenecen a esta esfera plena de bendiciones. La calma de la naturaleza ya no es un silencio hueco, sino tan sutil como es la paz de la inmovilidad. La quietud tiene su propia voz maravillosa: esto es su música. Cuando Pan sopla su flauta, se escucha el silencio primigenio."Mientras entonaban un hermoso canto", las Ninfas se pasean par el monte Ida (Ciprias, 5, 5): su caminar y su danza son música, tonos apenas perceptibles de sus miembros en movimiento. La danza ha surgido del mismo misterio que la belleza. Su emoción es una quietud completa de los órganos en la unidad de sus movimientos congénitos. Ella descansa en sí misma y es elevada precisamente en la armonía del ser, de la alegría, y al mismo tiempo compañera de la danza invisible de toda la naturaleza. En la magia de los orígenes, las cosas no tienen peso; el cuerpo viviente, libre y liviano. Así como el viento pasa sobre las hierbas y roza las hojas de los árboles, así danzan los seres invisibles y las muchachas griegas los imitan en su ronda, en la que, una a otra, con un ademán "pst" y con la invocación del nombre de las Ninfas, se incitan a la celeridad (Pólux, 9, 127).


Estatua de una ninfa

Ninfa
Putxet, Barcelona


El sentimiento de la proximidad de esta esencia divina ha encontrado su más hermosa expresión en el Fedro de Platón. La conversación se desarrolla en las riberas del arroyo Iliso, bajo un alto plátano, donde mana una fresca fuente y el aire está impregnado de fragancias y del canto de las cigarras. Se sabe, por un conjunto de estatuillas e imágenes, que es un lugar consagrado a las Ninfas (230b). Su presencia experimenta Sócrates en su entusiasmo, quien lo transmite en el transcurso de la conversación: "Pues en verdad parece divino el lugar, de suerte que, si al avanzar mi discurso quedo poseído por las Ninfas, no te extrañes" (238d). Y no puede abandonar ese lugar sin orar: "Oh Pan querido, y demás dioses de este lugar, concededme el ser bello en mi interior" (279b). En la sagrada paz de la plegaria pide de los dioses la belleza que le pueden conceder porque ellos mismos son belleza.


2


Se distinguen Ninfas "celestes", "terrestres", "fluviales", "marítimas" y "oceánicas" (v. Escolios a Apolonio de Rodas, 4, 1411, según Mnasímaco de Faselis). Las terrestres eran imaginadas como procedentes de una fuente subterránea. Así, se dice, en el Himno Órfico, 51, que "habitan en los recónditos cursos de agua de la tierra". En tanto que genios de las aguas se las llama también hijas de Océano (Apolonio de Rodas, 4, 1414; Himno Órfico, 51), o de la Oceánide Doris (Simias de Rodas, fr., 13); se habla de Ninfas como hijas de Helios y de la Oceánide Neera (Odisea,12, 133), o como hijas del Simunte y del Janto (Quinto de Esmirna, 11, 245; 12, 460).


Sin embargo, desde siempre se supo que en realidad habitaban las más altas cumbres (Ilíada, 20, 8; Odisea, 6, 123). De igual modo, donde nacieron las grandes Montañas, se dice en la Teogonía de Hesíodo (v. 130), allí moraban las Ninfas. En el monte Sípilo, la Ilíada (24, 615) narra que, "donde dicen que están los cubiles de las divinas Ninfas que en las riberas del Aqueloo brotan". De ahí que en Homero, Hesíodo y autores posteriores sean llamadas Montaraces. En grutas y cuevas naturales están sus viviendas y santuarios donde los pastores depositan sus dones, y peregrinos piadosos que han encontrado a las diosas y han sido atrapados por ellas dejan a menudo ricas ofrendas. Un santuario de este tipo se encuentra en el monte ático Himeto junto a Vari. Wilhelm Vischer en Erinnerungen und Eindrücken aus Griechenland (2ª ed., 1875, pp. 59 ss.) las ha descrito gráficamente. En el rincón occidental mas profundo de la gruta mana un fresco manantial y de su techo cuelgan grandes estalactitas. En una de las paredes hay una impresionante imagen arcaica de la señora divina esculpida en medio de las húmedas estalactitas. Varias inscripciones (IG, 2, 778 ss.) nos informan de sus juramentos y donaciones. Así explica un tal Arquedamo de Tera (s. V a. C.) que, atrapado por las Ninfas y por orden de ellas, ha decorado una gruta, un jardín y un sitio de danza para las diosas. En la concavidad de una roca de Parmes hay una gruta de las Ninfas y de Pan en la que se han encontrado innumerables lamparitas ofrecidas por pastores, así como muchos de los conocidos relieves con rondas de Ninfas danzando bajo la dirección de Hermes, además de Pan que sopla la flauta (v. Wrede, Attika, p. 13).


cascada natural, casa Bertán

Gruta y cascada
Putxet, Barcelona


A la gruta se asocian siempre las fuentes, los árboles y las floridas praderas. En un poema de Íbico (fr., 2) oímos hablar de "los membrillos, regados por las aguas corrientes de los arroyos, allí en el jardín intacto de las vírgenes". En torno a la cueva de Calipso (Odisea , 5, 57 ss.) crece un frondoso bosque en el que anidan aves de todo tipo, se extiende una viña, cuatro fuentes manan en diferentes direcciones y en torno hay floridos prados. Más arriba del puerto al que llegó la nave feacia con el adormecido Odiseo (Odisea, 13, 102 ss.) se encuentra un olivo de amplio follaje y cerca de allí está la gruta de las Ninfas en la que anida un enjambre de abejas y corre perenne agua. Las abejas recuerdan también a Hipólito cuando habla de la sagrada pradera con flores de Ártemis (Eurípides, Hipólito, 75). En una narración popular se habla de la abeja como mensajera de amor de una Ninfa, a la cual había de regresar más tarde. Finalmente recuérdese que el padre de esas Ninfas a las que es entregado el hijo de Zeus se llama Meliseo (Apolodoro 1, 1, 6).


Árboles, prados, grutas, todos ellos señalan el milagro de la humedad, que es el elemento propio de las Ninfas. Donde están las Ninfas, allí susurran manantiales y arroyos, mensajeros de su esencia y de su clemencia, conmoción del corazón y melodía de la vida de la naturaleza. También reciben el nombre de Náyades, "hijas de la humedad" e innumerables fuentes llevan el nombre de una Ninfa. Son los espíritus del agua, presentes en ella. En la lengua itálica su nombre como linfa ha llegado a ser directamente indicio de agua. Y sin embargo tienen al mismo tiempo su propia vida libre de movimientos. No tenemos derecho a preguntarnos como esto es posible. En la lengua de los dioses no hay límites, sino que es nuestro pensamiento objetivo el que los establece. Allí, fuentes y bosquecillos y flores y aromas y rayos solares, todos juntos están entrelazados en un ser inexpresable y en sus luces juega el espíritu divino, su encanto une en sí a todas las cosas.


Ninfa. Palacete Albéniz, Barcelona

Ninfa
Fuente del Palacete Albéniz
Montjuïc,
Barcelona


Donde, empero, el agua que brota sirve para uso humano, se disfruta con respeto al conocerse la sacralidad de su origen. Junto a una fuente, en la cercanía de la ciudad de Ítaca, se elevaba un altar donde los caminantes que allí se refrescaban hacían sacrificios (Odisea, 17, 205 ss.). Todas las fuerzas benditas del agua que surgía de lo profundo de la tierra se atribuían a la esencia divina, cercana, purificante, fecundante de las Ninfas. El baño de bodas recogido de un manantial vincula a la novia con diosas del mismo nombre, a las que se ofrecen sacrificios por el nacimiento feliz y el crecimiento de los niños (compárese, por ejemplo, Eurípides, Electra, 626). Junto a la fuente Cisusa, cerca de Haliarto, en Beocia, donde, como se decía, las nodrizas de Dioniso, es decir, las Ninfas, lo habían bañado recién nacido (Plutarco, Lisandro ,28), la novia ofreció antes de su boda el sacrificio preliminar (Plutarco, Narraciones de amor, 1 ). Se decía de las Ninfas que educan al niño para que sea hombre "con la ayuda de Apolo y de los Ríos" (Hesíodo, Teogonía, 347). También dioses y héroes han sido educados por ellas; incluso se nombra a muchos héroes como hijos suyos.


Gruta de Dioniso

Gruta de Dioniso
Filóstrato, Imágenes


En especial, las múltiples fuerzas divinas de las aguas las recuerdan, de modo que a veces se las denomina (Hesiquio) "médicas". Próxima a la desembocadura del Anigro, (ponzoñoso) en Élide, había una gruta de Ninfas "Anígradas", donde uno se liberaba de las erupciones y de toda clase de impurezas, y al bañarse en sus ríos se recobraba la salud (Estrabón, 8, 346; Pausanias, 5, 5, 11). Cerca de Olimpia había un santuario de Ninfas Jónides junto a las cuales se buscó un lugar de curaciones por medio del agua curativa. Sobre los nombres personales de estas Ninfas y del poder sagrado de sus fuentes nos informa Pausanias (6, 22, 7).


3


Estas jóvenes divinas no son las únicas habitantes de las soledades de los campos. También allí se manifiesta el espíritu con salvaje y exuberante masculinidad, ante cuyo apremio las Ninfas escapan, aunque a veces se muestran amables o son vencidas por una fuerza superior. Allí está la especie de los Sátiros inútiles, incapaces de trabajar, que según Hesíodo (fr., 123) son parientes cercanos de las Ninfas, diosas de los montes.


Sátiro. Palacete Albéniz, Barcelona

Rostro de Sátiro
Palacete Albéniz, Montjuïc


Allí están los Silenos, de los que el Himno homérico a Afrodita (262) dice que se unen en amor a las Ninfas "en lo profundo de encantadoras grutas". Allí está, ante todo, Hermes, su jefe de danzas y amante. EI Himno homérico a Pan (31 ss.) explica que Hermes se enamoró de una ninfa, la más hermosa de las hijas de Dríope, mientras apacentaba un rebaño junto a su padre, y de esa unión nació un alegre niño, Pan. Este Pan es de entre todas las formas antropomórficas la más poderosa aparición de la libre naturaleza. Cuando se manifiesta en Hermes su espiritual secreto, en los semianimalescos sátiros y silenos muestra de nuevo su salvajismo y su desnudez llenos de lujuria; así enseña a través del divino Pan, en el que lo animalesco es sobrehumano, su rostro tan espantoso como algo que produce un miedo semejante al de la muerte. Él es el polo opuesto masculino de las amorosas formas divinas de las Ninfas, que le temen cuando las desea, pero no podrían estar sin su danza etérea y sin su música maravillosa. "Va y viene por las arboradas praderas junto con las Ninfas, habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, invocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabellera", se dice en el Himno homérico. Y al atardecer, entonces, "acompañándolo las montaraces Ninfas de límpido canto, moviendo ágilmente sus pies sobre el venero de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del monte. El dios, de una parte a otra de los coros, a veces deslizándose al centro, los dispone, moviendo ágilmente los pies". Se le llama, pues, "el más perfecto bailarín" de los dioses (Píndaro, Partenio, 99, 1).


El dios Pan

El dios Pan
Giuseppe Cellini, 1902


En el monte Menalio, en Arcadia, especialmente consagrado a Pan, en la más remota antigüedad los aldeanos creyeron oír su siringa (Pausanias, 8, 36, 8). Un hermoso epigrama, que se atribuye a Platón, (Antología Palatina, 9, 823), dice: "Callen los profundos bosques de Dríadas y las fuentes que se deslizan a través de las rocas, y el confuso balar de las ovejas, porque el mismo Pan toca su melódica siringa mientras en torno a él, con ligeros pies, las Ninfas Hidríadas (de las aguas) y Hamadríadas (de los bosques), forman un coro". Pero ellas huyen espantadas delante de su impetuoso amor. En la Elena de Eurípides (179 ss.)  el coro escucha el lamento de la desdichada mujer y canta "semejante a una Ninfa o a una Náyade que, mientras huye por los montes, deja oír tristes melodías, y, junto a las grutas de piedra, denuncia con sus gritos los amores de Pan".


estatua de un sátiro

Sátiro
Putxet, Barcelona


4


Aunque las Ninfas suelen aparecer invisibles incluso para los ojos de los hombres, aun así, no se puede partir de la leyenda popular, especialmente de tipo agrario, para hablar de escogidos a los que se encuentra caso a caso y que han sido honrados con su amor ("apareciendo y desapareciendo" dice de ellas el Himno Órfico, 51, 7).


Con frecuencia se canta al hermoso pastor Dafnis uniéndose en amor con una Ninfa (Nomia, la Pastora), pero como una única vez le fue infiel, no sólo perdió su amor, sino que incluso debió pagar con su vida. Cerambo (o Terambo), según explica Nicandro (en Antonino Liberal, Metamorfosis, 22), era un pastor que por medio del canto, la flauta y la música deleitaba a las Ninfas de los montes hasta tal punto que se dejaron ver y danzaban ante su música. Pero una vez, cuando usó palabras indecorosas, sintió su venganza. A través de Dríope, hija de Dríope, que apacentaba los rebaños de su padre en el monte Eta, refiere el mismo Nicandro (en Antonino Liberal, Metamorfosis, 32) que las Ninfas, que la amaban, la hicieron su compañera de juegos y le enseñaron los himnos a los dioses y la danza. Más tarde, como había dado un hijo a Apolo y éste, cuando creció, había erigido un santuario a su padre divino, las Ninfas, llenas de amor la sacaron de allí, la escondieron en un bosque e hicieron crecer un álamo negro junto al que brotó una fuente; las Ninfas hicieron a Dríope inmortal.


También, como agradecimiento, las Ninfas han ofrecido sus favores a algún mortal. Carón de Lámpsaco (Escolios de Apolonio de Rodas, 2, 477) cuenta que Reco apuntaló una vieja encina para que no se cayera, por lo que las Ninfas del árbol le permitieron que les pidiera un deseo. Les pidió su amor y lo complacieron con la condición de que evitara toda relación con mujeres. Una abeja servía entre ellos como mensajera de amor. Un día, la abeja lo encontró jugando a los dados y él la apartó impaciente, por lo que las Ninfas se irritaron y la abeja le picó en los ojos y lo dejó ciego.


Fuente de la Rabassada

Fuente de la Rabassada
rodeada por tres enormes tilos.
Sierra de Collserola


Alguna leyenda de amor de las Ninfas es ampliamente conocida a través de la Odisea. Atrapado Odiseo en la isla de Calipso conoció el amor de ésta, que quiso convertirlo en su cónyuge y hacerlo inmortal; pero el muy experimentado, aun en brazos de la hermosa diosa, añoraba su tierra natal y a su esposa; siempre habría permanecido allí si los dioses no hubieran intervenido y no le hubieran ordenado a Calipso que lo dejara marchar.


Más conmovedoras y misteriosas son las historias del amor mortal de las Ninfas hacia hermosos niños, que, a causa de este amor, fueron arrebatados de su comunidad espiritual. En inscripciones funerarias, leemos con frecuencia el lamento de los padres por ese arrebato. El rey de los elfos de Goethe nos deja percibir una vez más un escalofrío sobre lo fantasmal de este amor espiritual.


Los poemas sobre el hermoso joven Hilas nos conducen a un bosque durante una noche de luna llena, con el maravilloso brillar de un manantial y con seductoras voces que parecen llamarnos y que resuenan ante una oscura ladera. El joven se acerca a la fuente para coger agua justamente cuando las Ninfas danzan en coro y cantan para honrar a Ártemis cuyo rostro lunar brilla desde el cielo. Entonces, la Ninfa de la fuente emerge de las aguas, se enamora del joven cuya belleza se acrecienta todavía más con el brillo de la luna y cuando él se inclina con su cántaro, ella enlaza su brazo izquierdo alrededor de su cuello para besar su boca y con el derecho tira de él hacia abajo en un remolino donde se va ahogando su grito de socorro (Apolonio de Rodas, 1, 1207 ss.). Otra versión habla de tres Ninfas que en el agua danzan en coro y atraen hacia las aguas burbujeantes al joven que recoge agua y las ha encantado. Conducen al fondo al joven que llora y tras sentarlo en su regazo, tratan de consolarlo, mientras él, inútilmente pues el agua ahoga su voz, responde a la llamada de Heracles que lo busca (Teócrito, 13). En otro pasaje (Nicandro en Antonino Liberal, Metamorfosis, 26) se dice que por temor a Heracles transformaron en eco la voz del joven que repetía su nombre a Heracles cuando éste lo llamaba. Lo mismo se cuenta también de otros hermosos jóvenes (v. Ateneo, 14, 619). La búsqueda y el llamar al joven desaparecido permanecen en el culto hasta mucho tiempo después (v. Estrabón, 13, 564 y en otros pasajes) y se usan tradicionalmente en funerales; de ese modo, conducido por las Ninfas, de una manera divina se convierte en un ser sagrado para el reino de los mortales (v. también Calímaco, Epigrama, 22).


Rapto de Hilas por las Ninfas

El rapto de Hilas por las Ninfas
Panel romano del s. IV


También otro tipo de enloquecimiento como consecuencia del contacto con las Ninfas muestra lo peligroso que es para los hombres encontrarse de repente con las fuerzas de la naturaleza. El aliento de las Ninfas produce un sacudimiento espiritual que puede llevar a la demencia. "Atrapado por las Ninfas", se dice de un especial tipo de enajenación que se utilizará especialmente para los que están fuera de sí. Algunos testimonios de inscripciones de esta conmoción ya se han mencionado anteriormente. Se cuenta también que una persona a la que las Ninfas se le aparecieron en una fuente llegó a enloquecer (Paulo en Festo, p. 120).


Sin embargo, la proximidad de las Ninfas puede también producir un entusiasmo poético en el alma, tal como hemos visto a propósito de Sócrates en el Fedro de Platón. Se puede poner de manifiesto el más elevado conocimiento en la conmoción provocada por las Ninfas. En la antigüedad, la humanidad atribuía al agua el espíritu de la verdad y el poder de la profecía.



Fuente de la Sibila Triburtina. Villa d'Este

Fuente de la Sibila Triburtina
Villa D'Este, Tivoli


A Nereo, el viejo del mar, se le llama "infalible" (Hesíodo, Teogonía, 235), y Nemertes es precisamente el nombre de una de las Nereidas, la más próxima a su padre (Hesíodo, Teogonía, 262) mientras que otras, por sus voces claras y hermosas, se llaman Leágora y Evágora. Además, los videntes (Hesiquio) son "atrapados por las Ninfas". Al profeta Bacis las Ninfas le revelaron sus conocidas sentencias (Aristófanes, La Paz , 1070); él era un "poseído" o "atrapado" por las Ninfas (Pausanias, 4, 27, 4,). En general, una fuente pertenece a los oráculos de la ciudad a causa de la presencia de las Ninfas. Bajo las ruinas de Hisias, en Beocia, Pausanias (9, 2, 1) vio un antiguo e inconcluso templo dedicado a Apolo y un manantial del que se decía en la antigüedad que se bebía para obtener oráculos. Más tarde, en Delfos, del agua sagrada saldrán profecías. En tiempos remotos, Gea, colocó una Ninfa de los montes llamada Dafnis
como profetisa, y oyó el oráculo délfico (Pausanias, 10, 5, 5). En la gruta de las Ninfas Esfragitias en lo más alto del Citerón había antiguamente un oráculo en el cual muchos de sus habitantes fueron "atrapados" por las Ninfas (Plutarco, Arístides, 11). De un santuario arcadio dedicado a Pan se dice también que antiguamente el dios profetizaba y que su profetisa era la ninfa Erato, de la que entonces se conocían profecías (Pausanias, 8, 37, 11).


5


Las Ninfas son diosas y como tales fueron consideradas desde siempre. Por mandato de Zeus, Temis convoca una reunión general de dioses y no faltó "ninguna de las Ninfas que moran las hermosas forestas, los manantiales de los ríos y los herbosos prados" (Ilíada, 20, 4 ss.). La ninfa Calipso puede hacer inmortal y joven a Odiseo (Odisea, 7, 256 ss.). En su esencia, ellas también son inmortales. Su divinidad la atestiguan numerosos santuarios, sacrificios que les fueron ofrecidos, regalos consagrados, oraciones dirigidas a las mismas (v. Odisea, 17, 240 ss.; Esquilo, Euménides, 22; Sófocles, Traquinias, 215; deidades son llamadas en la plegaria de Orfeo según Apolonio de Rodas, 4, 1411). Más tarde, de acuerdo con la enseñanza de la mortalidad por parte de los "demonios, durante mucho tiempo se les confirió una vida muy larga pero limitada (v. Pausanias, 10, 31, 10), por lo cual en unos versos de los que se valió Hesíodo, se pone de manifiesto, como él mismo señala, que las Ninfas viven diez veces más que el longevo fénix (Hesíodo,  fr., 304; sobre esto, Plutarco, La desaparicion de los oráculos, 11; v. Reinhardt, Hermes 1942, p. 234). De un modo primitivo y natural vale esto de las Ninfas, cuya vida fue pensada inseparable con la unión de un árbol. Se las llamó tardíamente Hamadríadas y es característico que Ausonio en su recreación de los versos hesiódicos emplea justamente esta denominación. En torno al sepulcro de Alcmeón en Psófide se elevaban altísimos cipreses, a los que los del lugar llamaban "Doncellas" (Pausanias, 7, 24, 7). En Olimpia crecía un olivo salvaje que fue considerado sagrado y con cuyo follaje se entretejían coronas para los vencedores. Junto a él se elevaban un altar para las Ninfas y un olivo que fue llamado "de hermosas coronas", (Pausanias, 5, 15, 3). Apolonio de Rodas (2, 476 ss.) habla de un hombre quien, al querer derribar un roble, no prestó atención a las súplicas de las Ninfas, por lo que él y su descendencia recibieron un pernicioso destino. Este tipo de solidaridad de las Ninfas con su árbol se pone a menudo de manifiesto (Escolios a Apolonio de Rodas,2, 477, con cita de Píndaro, fr., Bowra).


Apolo y Dafne

Apolo y Dafne
convirtiéndose en laurel


A propósito de esto leemos extensamente en el Himno homérico a Afrodita (263 ss.): "Al tiempo que ellas (las Ninfas) vinieron al mundo, nacieron los abetos y las encinas de alta copa sobre la tierra nutricia de varones, árboles hermosos, que prosperan en los elevados montes. Se alzan inacesibles y se les llama sacro recinto de los inmortales. Los mortales no los abaten con el hierro, sino que, cuando les llega la hora fatal de la muerte, se secan primero sobre la tierra estos hermosos árboles y en redor se les pudre la corteza y se les caen las ramas. A la vez el alma de éstas abandona la luz del sol". Éstas están también muy íntimamente unidas, como Ártemis o Pan, con las criaturas de la naturaleza. Y sin embargo son igualmente libres, como el viento que sopla en torno a las copas de los árboles y encrespa el espejo de las aguas, y son sensibles y afectuosas como sólo podrían serlo mujeres divinas.


Erato se llama en Hesíodo (Teogonía, 246) una Nereida. Sin embargo, conocemos también este nombre como el de una Musa. Así también el nombre de la musa Talía volvemos a encontrarlo en una Nereida (Ilíada, 18, 39; también una de las Cárites se llama Talía: Hesíodo, Teogonía 909). Encontramos una Urania como Ninfa entre las compañeras de juego de Perséfone (Himno homérico a Deméter, 423) y como hija de Océano y de Tetis. Esto nos revela el parentesco de las Ninfas con las Musas. También cantan, como aquéllas, y son maestras en ese arte (Teócrito 7, 92  y otros).


Polifilo y las ninfas

Polífilo y las ninfas en la Fuente de la Vida
El sueño de Polifilo, Venecia, 1499


Primavera 2012


Notas acerca de Venus


Afrodita, Can Garí
Mataró


¿Quién es Venus?


Los mitos que dan cuenta de su presencia, que nos relatan su extraño nacimiento, sus correrías por el empíreo uniéndose con varios dioses (de los que uno solo es su esposo y los otros sus amantes), sus relaciones con los seres humanos, sus hijos divinos y semidivinos, o sea, toda su estirpe -difícil de reconstruir pues son diversos los árboles genealógicos-, nos adentran en un mundo, el Mundo, a la luz de una de las facetas de la deidad bajo el paradigma de la Belleza y del Amor que son las dos ideas que relumbran en esta diosa, llamada también Afrodita por los griegos, o Ishtar por los mesopotámicos, Hathor en Egipto, Astarté entre los fenicios o Aserah entre los cananeos, lo que denota con claridad su impronta universal y perenne.


Según Hesíodo, Afrodita nació sin participación de madre, directamente del semen derramado por Urano en las aguas del océano cuando su hijo Crono le mutila los genitales y de entre una blanca espuma surge la diosa, que llega a una isla navegando sobre una concha. Este es el relato:


"... En cuanto a los genitales, tan pronto como los cortó con el acero y los arrojó lejos de tierra firme al ponto batido por las olas, el piélago los transportó durante mucho tiempo.


En torno, una blanca espuma salía de la piel inmortal. En medio de ella se formó una doncella. Primero se acercó a la divina Citera y desde allí se dirigió a Chipre rodeada de olas. De allí salió a tierra la venerada y bella diosa, y al paso de sus pies delicados iba creciendo la hierba. A ella los dioses y los hombres la llaman Afrodita (diosa nacida de la espuma, y Citerea de hermosa corona), porque brotó de la espuma, y Citerea, porque se dirigió a Citera (Ciprogénea, porque nació en Chipre, batida por las olas y Filomédea porque nació de los genitales).


La acompañó Eros y el bello Hímero la siguió desde que nació y se encaminó hacia la tribu de los dioses. Y este honor posee ella desde el principio y tiene asignada esta parte entre los dioses inmortales: charlas de doncellas, sonrisas, engaños, dulce placer, amor y ternura". (Hesíodo, Poemas Hesiódicos, Akal, Madrid, 1990)


El nacimiento de Venus
Odilon Redon, 1912

Sin duda una concepción y un alumbramiento que contravienen las leyes de la naturaleza, lo que es una característica común de la irrupción de las deidades en el gran escenario de la cosmogonía. Recuérdese la salida de Atenea de la cabeza de su padre Zeus cuando Hefesto se la abre con un hacha; o Dioniso, que comparte gestación entre su humana madre y su divino progenitor, el cual lo completará en su muslo y lo hará nacer por segunda vez, y muchos otros ejemplos de la mitología que refieren el carácter extraordinario con el que las fuerzas vitales del universo emanadas del origen único e increado inician su circulación cósmica y tras completar el rondo, retornan inexorablemente al Principio.


Así, Afrodita precede a los dioses olímpicos, destacándose su carácter más primordial, anterior a la creación propiamente dicha simbolizada por Zeus y todos sus vástagos. Tirando del hilo de la filiación de esta diosa encontramos a su único antecesor, el Cielo (Urano, principio masculino del cosmos), que a su vez es engendrado por Gea, símbolo del principio femenino; y antes de Gea, ¿quién? "Ciertamente, en primer lugar, existió el Caos. Después Gea de amplio seno... y Eros, el más bello de los inmortales dioses...", anota Hesíodo al comienzo de su Teogonía.


En realidad es una misma energía cuyo primer o último nombre es Caos según el poeta helénico, la cual va adoptando distintas denominaciones, pero en sí misma es siempre una y sola, sin otro, indivisible, que todo lo piensa, todo lo contiene, todo lo abarca, comenzando por la idea de la polarización (Gea - Urano) de cuya conjugación se generarán los indefinidos seres de la manifestación universal. Este ámbito del ser en sí mismo es muy desnudo, y los números son los símbolos que revelan más directamente ese misterio de la unidad que desdoblándose en dos y nombrando al tres retorna al punto original, a la vez que sienta la estructura básica presente en el despliegue del universo. ¿Quién asegurará la cohesión del armado cósmico, el vínculo de todas sus facetas entre sí y con este ámbito de la triunidad reflejo del Principio uno y único?


Afrodita es la fuerza encargada de esa función unitiva y a la vez generativa.
Quizás sea Platón el filósofo de nuestra tradición que más ahondó en la meditación de esta poderosísima energía, no con el fin de definirla y encerrarla en unos estrechos márgenes, sino exponiendo en uno de sus más bellos Diálogos, -El Banquete o del Amor-, sus multifacéticas manifestaciones en distintos planos de la realidad. Si nos apoyamos en el simbolismo de la rueda, es tal el alcance del amor que atraviesa como un rayo todo el espacio desde el punto central (con el que se identifica) hasta todos y cada uno de los indefinidos puntos de la periferia, y a su vez es el camino de retorno al centro inmutable. Esto sería lo mismo que decir que es el vínculo entre el Espíritu, el Alma y el Cuerpo, o entre el Cielo y la Tierra, siendo el ser humano el intermediario en cuyo interior podrá aprehender y vivenciar la auténtica y plena naturaleza del amor.


No se trata entonces de conocer desde una supuesta exterioridad qué es esta energía sino de ser la plenitud de lo que se oculta en su interior. Dejemos, pues, que la bellísima diosa irrumpa en el gran escenario del mundo; de hecho ya se aproxima a la isla primordial surcando las aguas desde su origen oculto en un ámbito de la conciencia atemporal y siempre presente, el mundo de Atsiluth según la Cábala o plano de la Ontología. Impelida por el soplo del Espíritu, Afrodita arriba desnuda a la costa, simbolizando la transparencia y luminosidad de la Sabiduría e Inteligencia divina con la que el Uno piensa, diseña e impregna a toda su obra, que ella, la joven nívea, tiene por encargo mantener completamente religada; desnudez que es también la que el alma debe recuperar para devenir el vínculo nítido entre la realidad grosera y material del Cosmos y la del Espíritu; entre una y otra, el alma es el plató en el que se representa la Gran Obra que ya comienza...


Sandro Botticelli ilumina con su lienzo titulado El nacimiento de Venus la primera escena. Una doncella blanca y brillante como la Vía Láctea toca la orilla de una ribera verde y arbolada. Dos seres alados la han empujado con su soplo desde su patria celeste, y tras cruzar el ancho mar que simboliza el mundo intermediario antes señalado - ¿volando o navegando? En realidad se diría que las dos cosas al mismo tiempo-, la pechina que la transporta está a punto de posarse sobre la tierra. A su izquierda, Céfiro y Cloris, el viento del oeste y la brisa respectivamente, aunados en un abrazo, dejan caer una lluvia de rosas sobre la diosa. Una de las Horas, de nombre Primavera, se le acerca con un manto rosado bordado con mil flores para cubrirla. Movimiento e inmovilidad se armonizan en el juego de colores y proporciones de esta composición de belleza sencilla, serena, símbolo de la Belleza sin atributo de la que emana dicha cristalización pictórica.


El Nacimiento de Venus de Botticelli


Afrodita adviene al mundo tal cual una perla ya formada. Nada relatan los mitos de su misteriosa gestación, ni se menciona una infancia, ni unos instructores, salvo que Eros la acompañó siempre, y el bello Hímero la siguió. Eros es reconocido por Hesíodo como la deidad que está junto a Gea antes de que ésta engendre a Urano. Es por tanto antiquísimo, aunque otros sabios y filósofos lo presentan como el más joven de los dioses, versiones que no se excluyen sino que se conjugan en esta energía presente desde el principio de la cosmogonía y permanente hasta el fin, como la de su compañera Afrodita, que en otras versiones tradicionales figura como su madre, como veremos más adelante. Este aparente intrincado enredo no es tal si se comprende, si se experimenta en el interior de la conciencia, que todo es Uno, y que este Uno es capaz de adoptar indefinidas posibilidades formales e informales, ideales y arquetípicas, transmutando incansablemente para mantener el inestable equilibrio del universo. Infatigable tarea que sólo el poder de esta energía logra. Sus heraldos, Afrodita y Eros, son necesarios para tal cometido y de ahí su relación con la Necesidad.


Prosigamos con la escena, acompañados del himno que Orfeo entona para invocar a la diosa que ya toca tierra firme, sin dejar de estar enlazada con el mar y el aire:


"Celestial y por muchos himnos celebrada, sonriente Afrodita, nacida de la espuma marina, diosa engendradora y venerada amante de la noche; emparejadora de enamorados nocturnos, madre de la Necesidad, tejedora de engaños. Pues todo parte de ti, y pusiste bajo tu dependencia el orden universal; ejerces tu poder sobre las tres partes y engendras todo cuanto existe en el cielo, en la fértil tierra y en las profundidades del mar, venerable compañera de Baco. Que se complace en las festividades, propiciadora de las bodas, madre de los Amores, Persuasión que se complace en el lecho, arcana, dispensadora de gracia, visible e invisible, de hermosas trenzas, hija de ilustre padre. Comensal nupcial de los dioses, soberana, loba, prolífica, apasionada por los hombres, muy ansiada, vivificadora, que enlazas a los mortales por necesidades que no admiten freno y a muchos pueblos los cautivas por la desenfrenada fuerza de la pasión amorosa".(Himnos Orficos, Ed. Gredos, Madrid, 1987)


He aquí descritas sus dos grandes misiones: por un lado despertar el deseo, promover la atracción de los opuestos y la unión de la que se engendrarán los innumerables entes, asegurando así la renovación y perennidad de la vida. Y por el otro, mantener el vínculo de toda la manifestación con su Principio, insinuando la escala de conocimiento que conduce a la más alta esfera del Origen. Es por esta doble función que se menciona en muchos textos sagrados la presencia de dos Venus, o de dos facetas bajo las cuales se revela la diosa: la Venus Pandemos y la Venus Urania. Marsilio Ficino, renovador del pensamiento de Platón en el Renacimiento, en su opúsculo De Amore. Comentario al Banquete de Platón, escribe acerca de esta idea en los siguientes términos:


"Ahora disputaremos brevemente de los dos nacimientos del amor. Pausanias, según Platón, afirma que Cupido es el compañero de Venus. Y piensa que es necesario que haya tantos amores como Venus. Así, menciona dos Venus, a las que acompañarían dos amores. Dice que una de estas Venus es celeste, y la otra, vulgar. La celeste ha nacido del cielo sin madre. La vulgar engendrada de Júpiter y Dion.


Los platónicos llaman cielo al sumo Dios por esto, porque así como el cielo, cuerpo sublime, rige y contiene todos los cuerpos, así el sumo Dios se eleva por encima de todos los espíritus. Y dan muchos nombres a la mente. La llaman a veces Saturno, a veces Júpiter, a veces Venus. Y puesto que la mente es, vive y entiende, solieron llamar a su esencia Saturno, a su vida Júpiter, y a su inteligencia Venus. También al alma del mundo la llamaron igualmente Saturno, Júpiter y Venus. En cuanto entiende las cosas divinas, Saturno; en cuanto mueve los cuerpos celestes, Júpiter; en cuanto engendra los inferiores, Venus.


La primera Venus, que está en la inteligencia, se dice que ha nacido de cielo sin madre, pues, según los físicos, la madre es la materia. Y la mente es ajena a todo trato con la materia corporal. La segunda Venus, que está situada en el alma del mundo, ha nacido de Júpiter y Dion. De Júpiter, esto es, de aquella virtud del alma que mueve los cuerpos celestes, puesto que ésta crea la potencia que genera los cuerpos inferiores. También le atribuyen una madre, pues infusa en la materia del mundo se piensa que tiene trato con la materia.


Finalmente, y para resumir, Venus es doble. Una es aquella inteligencia que situamos en la mente angélica. La otra es aquella capacidad de engendrar que se atribuye al alma del mundo. Y una y otra tienen como compañero un amor semejante a ellas. Aquélla es arrastrada por el amor innato a comprender la belleza de Dios. Esta, por su amor, a crear la misma belleza en los cuerpos. Aquella comprende en sí primero el fulgor de la divinidad y después lo transmite a la segunda Venus. Esta irradia las chispas de este fulgor en la materia del mundo. De este modo, por la presencia de tales chispas, cada uno de los cuerpos del mundo se muestra bello, en la medida de su naturaleza. La belleza de estos cuerpos es percibida a través de los ojos por el espíritu del hombre que posee dos fuerzas, la fuerza de entender y la potencia de engendrar. Estas dos fuerzas son en nosotros dos Venus, que van acompañadas de dos amores. Tan pronto como la belleza del cuerpo humano se presenta ante nuestros ojos, nuestra mente, que es en nosotros la Venus primera, la venera y ama como una imagen del ornamento divino, y a través de ésta es incitada a menudo hacia aquel. A su vez, la fuerza para generar, o Venus segunda, desea engendrar una forma semejante a ésta. En ambas, entonces, hay amor. Allí deseo de contemplar la belleza, aquí de generarla. Y estos dos amores son honestos y merecedores de elogio. Pues uno y otro siguen la imagen divina...".
(Marsilio Ficino, De Amore. Comentario a El Banquete de Platón, Ed. Tecnos, Madrid, 2001)


Arcano VI del Tarot de Marsella


Ataviada ahora con el manto florido con que la ha cubierto Primavera -símbolo de la generación y fecundidad que esparcirá allí por donde se la invoque-, Venus inicia sus correrías hasta los confines de los tres dominios del cosmos. No va sola, sino que como decía Pico de la Mirandola "la unidad de Venus está desplegada en la trinidad de las Gracias", esas tres beldades que con su gesto trino de dar, aceptar y devolver expresado en su perenne danza, imprimen el carácter cíclico en la manifestación, y dibujan el geométrico desarrollo de la vida a cualquier escala que se presente. Todo repite esta ley circular universal que tan sutilmente ejecutan esas tres diosas pintadas también por Botticelli en otra obra que tiene a Afrodita como hilo conductor del relato cosmogónico y que este artículo de Lucrecia Herrera con el que enlazamos desde aquí explica con tanta belleza.


Las tres Gracias, mosaico romano
Museo Arqueológico de Barcelona


Las uniones de Venus no se hacen esperar, tanto las que ella protagoniza como aquéllas de las que es incitadora. Júpiter la casa con Hefesto, el dios cojo que forja y transmuta los metales y que conoce el secreto del mantenimiento del fuego, vinculado también con la edad de hierro en la que vivimos actualmente. He aquí un primer lazo que religará lo más profundo de la tierra, el nivel más bajo del cosmos si pudiera decirse, con los otros órdenes que Venus engarzará con sus chanzas y aventuras, además de simbolizar que incluso en la época terminal que nos toca vivir sigue intacto el ligamen de los dos polos del universo, el del zénit con el nadir. Por otra parte, si el poder de Hefesto es tamásico, descendente, tendente a la materialización, Venus pone a su favor toda esa energía gravitatoria para invertir su sentido y emprender el viaje de retorno al origen.


Afrodita en la fragua de Vulcano
Frans Floris


La bella, bien pronto engaña a su marido y se enamora de Adonis, el joven nacido de una madre incestuosa convertida en el árbol de la Mirra. Venus lo sigue por todas partes y se lo disputa con Perséfone, de tal manera que Júpiter deberá terciar en el asunto estableciendo que Adonis pase un tercio del año bajo tierra, en el país de los difuntos con Perséfone, otro tercio con Afrodita, y el último con quien él elija, siendo la diosa del amor la preferida. Un mito universal que ejemplifica el reciclaje de la vida, con su germinación en primavera, crecimiento, fructificación, recogida de las mieses, muerte, ingreso en el hades, viaje por el reino de los muertos y renacimiento con la llegada de la nueva primavera, en el que también se expresa el despertar del ser humano al conocimiento de sí mismo por el toque del amor, que así como da la vida, da también la muerte.


Venus y Adonis de Tiziano


Notemos por otra parte la similitud del nombre Adonis con el hebreo Adonai (mi señor) y con el fenicio Adôn (señor), éste último dios de la regeneración de la naturaleza junto con Ishtar. Efectivamente, Afrodita lo hace su señor durante dos tercios del año, pero el círculo que dibuja esta historia ejemplar no se cierra sobre sí mismo, sino que abre una brecha hacia otro nivel. Y la muerte es la puerta a ese otro estado (Adonai = alef, dalet, nun, iod, contiene la palabra "ain" = alef, iod, nun, que significa "sin" referida a lo que no tiene fin, al infinito; y a su vez estas mismas letras conforman "ani" = alef, nun, iod = "yo", en el sentido de la primera determinación del ser, de la esencia única o el espíritu que es no dual respecto a "ani"; lo que une y a la vez separa el "yo" del "infinito" es la "puerta", palabra simbolizada por la letra "dalet" con la que se completa Adonai). Penetrar los misterios del Amor implica, pues, cruzar el umbral de la muerte, conocerla y vencerla.


La escena nos traslada ahora a un bosque frondoso donde Adonis está cazando, y aunque Venus ya le había advertido que nunca se enfrentara a un animal que no mostrara miedo, el muchacho es sorprendido por un enorme jabalí que no se retira ante su presencia sino que lo ataca. El cazador resulta cazado. Muere Adonis y alertada Afrodita por los aullidos de los perros ya lo encuentra yacente; su sangre derramada se transforma en roja anémona y en rosas del mismo color. Desde entonces Afrodita dice que el amor irá de la mano del dolor y de la muerte.


La muerte de Adonis de Ribera

"Al levantarme de la muerte mato a la muerte que me mata. Resucito los cuerpos que he creado y viviendo en la muerte me destruyo a mi mismo", podrían ser las palabras de quien ha pasado por esta experiencia real y abre sus ojos a un nuevo ámbito de la conciencia. Los ojos de Adonis se han cerrado, pero el alma que se entrega a la muerte iniciática, al tránsito por el país de los difuntos, resucita a una nueva posibilidad de sí misma si no sucumbe al miedo y a la parálisis y se deja guiar, con entrega y coraje, por la estrella venusina. No es un tránsito fácil, sobre todo porque no se trata de una alegoría, sino de una experiencia que fulmina la ilusión de los sentidos y la razón y se adentra en un espacio otro desconocido pero más real.


Carta de Tarot
Rueda de la Fortuna


En esta representación teatral que se desarrolla en el alma del ser humano se abre paso una nueva escena. Ahora es el sabio Apuleyo quien a través del mito de Eros y Psique incorporado en su obra El Asno de Oro, anuncia las duras pruebas iniciáticas que le esperan al alma arrebatada por el furor de Amor.

Psique es una bellísima princesa a la que muchos hombres pretenden y ninguno ha conquistado, pero es tanto el interés que despierta en toda la tierra que se han dejado de atender los templos y sacrificios a la diosa del Amor y la Belleza. Afrodita, enfurecida por su competidora humana, le encarga a su hijo Cupido o Eros una cruel venganza: debe terciar para que el más vil y horrible de los seres devenga el esposo de la joven doncella. Mientras, el padre de Psique, viendo que sus otras dos hijas ya consiguieron marido, consulta el oráculo de Apolo para conocer el destino que depara a la pequeña, obteniendo esta respuesta:


Sobre la roca de encumbrado monte
coloca a tu hija, ¡oh rey!, bien ataviada
con el ajuar de un tálamo de muerte.
Tú no esperes un yerno procedente
de una estirpe mortal, más bien un monstruo
despiadado, salvaje y venenoso
que, volando en sus alas por el aire,
todo lo aflige y lo quebranta todo
a golpes de su antorcha y de su espada
y que es temido por el mismo Júpiter,
tiemblan ante él los dioses y los ríos
y las sombras Estigias se horrorizan.

(Apuleyo, El Asno de Oro, Ed. Akal, Madrid, 1988)


Psique no opone resistencia al dictado divino, se libra entera con estas palabras: "Ahora es cuando me doy cuenta, ahora es cuando veo que muero sólo por el nombre de Venus". Pero una vez abandonada en lo alto del roquedal a merced de su destino, un viento suave, Céfiro, la transporta hasta un valle donde en medio de un frondoso bosque aparece un palacio edificado "no con procedimientos humanos sino con divino arte". No hay cadena, ni cerrojo ni guardián que le impidan acceder en su interior, y allí contempla todas las maravillas del mundo entero y conoce la totalidad de lo que puede ser conocido. Unas voces sin forma ni figura la sirven con solicitud. Es un lenguaje nuevo el que escucha, pero que comprende admirablemente. La joven, prototipo del alma, ha conocido en un instante todos los tesoros del mundo, la cosmogonía completa. Tras agasajarla con viandas y cientos de atenciones, las voces la conducen a la cámara nupcial, y la princesa, "temiendo por su virginidad, dada la profunda soledad en que se encontraba, se hecha a temblar y se horroriza, y más que cualquier desgracia lo que teme es lo desconocido". Pero de nuevo no se opone, ni huye, sino que acepta esa irresistible atracción hacia lo desconocido.


Llega su misterioso y oculto amor y la hace su esposa, y en adelante la visita cada noche hasta rayar el alba. Ella nunca lo ve, solamente oye su voz embriagadora y siempre fecunda. Más poco a poco, el recuerdo de sus hermanas y la falta de trato con los trajines mundanos la sumen en la añoranza, ante lo cual su esposo, aún a sabiendas de que los deseos de la joven serán su propia perdición, accede a que se reúna con ellas. Psique abandona ese estado de gracia permanente en que vive, y se va contaminando con los engaños, mentiras y odios de sus dos parientas, que envidiosas de su situación privilegiada le insuflan el aguijón de la duda y le infunden el miedo por un esposo que supuestamente debe ser un monstruo horripilante.


Eros y Psique, Mosaico romano S. III d. C.
Samandagi, Museo de Antakya, Turquia


Psique sucumbe ante la persuasión que la quiere alejar del camino de su divinización y mantenerla atada a los bajos fondos de la ignorancia. Opta por atender con más solicitud la realidad material y sensorial, y pone en marcha una treta ideada por sus hermanas con el fin da dar muerte a su "serpentino" esposo, del que ya está embarazada. Una noche, tras la unión ritual, ilumina con una lámpara de aceite que tiene escondida bajo una olla el rostro dormido de su amor, y cuando ya le va a clavar la daga en el corazón, descubre a Eros en su lecho. Reconociendo súbitamente su gran error y tras contemplarlo por un espacio prolongado de tiempo, quiere apagar la luz, pero ya se ha despertado Eros y con el sobresalto una gota del líquido ardiente lo ha malherido cerca de un ala. Cupido se marcha volando y la muchacha le agarra con ambas manos la pierna derecha dispuesta a acompañarlo en su viaje ascendente hasta el punto más alto del empíreo; pero agotada cae a tierra, y antes de ser abandonada por Cupido éste le confiesa que contravino las órdenes de su madre Venus y que en lugar de entregarla al más vil ser, fue él mismo el que se prendó de sus ojos. Su único castigo será la huida.


Ha llegado la hora de la verdad. Cegada por la ignorancia y el error, Psique no sabe qué hacer, y ante la proximidad de un caudaloso río, se lanza en sus aguas que la arrastran corriente abajo. Solo quiere morir, acabar con esta vida que no es vida. Pero el dios Pan y Eco la rescatan y le reavivan la memoria de su auténtica identidad, que ya ha conocido en ese palacio secreto, pero que debe reconquistar en su fuero interno, hacerlo vivo en su conciencia, dejando de lado por siempre más su humana vida. Psique pasa a la otra vereda, e inicia entonces el largo viaje de retorno al Origen, atraída por una fuerza superior que no tiene parangón con los débiles y siempre volubles empeños humanos. Somete su voluntad a la Voluntad divina.


Libra entonces su primera batalla, que es la de deshacerse de sus dos hermanas, símbolo de sus egos, con las que será implacable. Ayudándose del engaño les cerca el cerco y las deja reducidas a la nada que son; les revela que su misterioso marido es Eros, y les hace creer que el dios la ha repudiado porque las prefiere a ellas, por lo que deben dirigirse a la roca del sacrificio y lanzarse al abismo, donde serán recogidas por Céfiro que las llevará hasta el espléndido palacio de Cupido. La vanidad, el orgullo y la estupidez precipitarán a una y otra a una muerte sin renacimiento.


Y Psique sigue su solitario peregrinaje en el que de entrada buscará el auxilio de las diosas Ceres y Juno, pero ninguna de las dos accede a asistirla, pues no quieren enfurecer más a su parienta Venus, que llena de cólera al conocer el engaño de su hijo con la mortal Psique, está retirando toda la gracia, el encanto y las uniones del mundo, y el desaliño, la sordidez y el descuido campan por doquier. Psique mantiene entonces este soliloquio:


"Caída en tantas redes, ¿a dónde dirigiré de nuevo mis pasos, y bajo qué techos, incluso en qué tinieblas me esconderé para escapar de la ineludible mirada de la gran Venus? Así las cosas, ¿por qué, finalmente, no te armas de un espíritu varonil, renuncias con valor a tus migajas de esperanza, vuelves por propia iniciativa a presencia de tu soberana y con sumisión, aunque sea tardía, tratas de mitigar sus duros ataques? ¿Quién te dice que al que andas buscando desde hace tiempo no lo puedas encontrar allí, en la casa de su madre?" (El Asno de Oro, op. cit.)


Tras largo periplo se presenta ante la diosa, que la espera con ánimo de someterla a los más difíciles exámenes. Los rigores y la gracia de los misterios del Amor y de la Muerte no se hacen esperar. Psique es cruelmente azotada por las sirvientas de Venus -Costumbre, Preocupación y Tristeza son sus nombres-, y muy malherida es arrojada a los pies de la diosa, que arrancándole los cabellos le exige la primera prueba con estas palabras:


"Supongo que, esclava tan deforme como eres, la única manera que tienes, y ninguna otra, de ganarte a tus amantes, es con tu eficaz dedicación..."


Entonces hace mezclar ante sus pies unos montones de granos de trigo, cebada, mijo, garbanzos, lentejas, habas y semillas de adormidera y le ordena a la joven que los separe mientras ella se ausenta a un banquete celeste. Psique, en lugar de afanarse diligentemente como ha sido siempre su hábito, permanece estupefacta y silenciosa. Pero la gracia celeste se manifiesta bajo la forma de un enorme ejército de hormigas que en un santiamén cumplen la misión, y aunque Venus cuando regresa sabe que no ha sido obra de la muchacha ese prodigio, le arroja un mendrugo de pan y la deja tendida en el suelo hasta el día siguiente en que la vuelve a probar. En esta segunda jornada la envía a buscar los mechones dorados de unas ovejas que pacen en un prado cercano, aun a sabiendas de que se trata de unos animales violentos. Psique se encamina de buen grado, pero no con la intención de hacerse con el pedido, sino con la de poner fin a su existencia. Una verde caña, materia originaria de la sutil música, la disuade y le aconseja acercarse a los peligrosos animales una vez el sol se haya escondido, pues entonces los hallará amansados y podrá recoger los vellones sin dificultad. Psique vuelve a obedecer, pero su éxito no logra el reconocimiento de la diosa, que la enfrenta a un tercer eslabón.


Esta vez se trata de conseguir llenar una jarra con el agua del Cocito que brota de un manantial imposible de alcanzar, dada la altura y abruptosidad del monte en que se halla; Psique lo intenta, más con el deseo de precipitarse al vacío que de recoger el agua, pero pronto la escabrosidad del lugar y los fieros dragones que lo velan día y noche, la paralizan. Si fuera por sus humanas fuerzas, aquí habría terminado su estéril lucha. Pero ahora la Providencia toma la apariencia de un águila que acude en su auxilio y le proporciona el agua infernal. Cuando Venus la ve acercarse con la jarra rebosante le dice:


"A decir verdad, me da la impresión de que eres una gran y encumbrada hechicera, pues has dado cumplimiento con toda diligencia a unas órdenes como las mías".


Y le encomienda la cuarta y definitiva prueba: descender al inframundo para pedirle a Proserpina que le ponga en una cajita un poco de su hermosura. Psique se da perfectamente cuenta de que se encamina a una muerte insoslayable. Otea a lo lejos una gran torre, sube hasta la cúspide con la intención de precipitarse en vertical a los infiernos y acabar con sus penurias y miserias, pero de pronto la torre se pone a profetizar y le indica con todo lujo de detalles cada paso a seguir en el inframundo, el reino del que si logra regresar -tras presentarse ante su soberana sin sucumbir a las distracciones, miedos y peligros representados por las almas de los muertos, Aqueronte y el tremendo can Cerbero- habrá vencido a la muerte y ya no morirá más. Otra vez obedece la doncella, no por una fe ciega e infantil, sino por la certeza de que ese sometimiento a la voluntad suprema es el único camino que la liberará de las cadenas de lo finito y caduco.


La generosa mano de la Providencia la hace salir airosa de esta prueba final, pero en lugar de dirigirse directamente a entregar el trofeo a Venus, una curiosidad demasiado humana la impele a transgredir la orden. Abre la cajita para tomar una pizca de la hermosura allí guardada, y entonces un profundo sueño la envuelve "e inmóvil queda, exactamente como un cadáver durmiente". Sin embargo,
Cupido, ya recuperado de su herida, escapa de la habitación donde lo retenía su madre y vuela en pos de su amada, que se despierta cuando él vuelve a introducir el sueño en el cofre. Psique abre los ojos, ahora sí, al nuevo mundo que contempla en el fondo de los de su amado.


La escena final de este primer acto se desarrolla en el gran "teatro del cielo", donde Júpiter convoca a todos los dioses del Olimpo y decreta la perenne unión de Eros y Psique, a la que diviniza haciéndole beber una copa de ambrosía.


En cuanto a Venus, nos ha presentado hasta ahora con su nacimiento y este pasaje del Asno de Oro, tanto su faceta graciosa, generosa y fecunda como la rigurosa y guerrera, porque nacer a la auténtica naturaleza del amor implica dejar las visiones sentimentales, duales, y simplemente humanas y lanzarse a vivir la realidad de los dioses, desde los ctónicos, hasta los más altos del firmamento, y aún ir más allá del Cosmos.


Fin del primer Acto


Mosaico villa romana La Tejada,
Quintanilla de la Cueza


En el segundo acto, invoquemos con todo el furor a Venus para que nos conduzca con su carro por todas las esferas planetarias revistiéndonos de su luz cognoscitiva hasta alcanzar la cima, la corona, o el punto inmóvil del universo que simbólicamente detenta la Estrella Polar.


Triunfo de Venus
Palacio de Cambio, Perugia


Ya hemos visto que el cobrizo rayo de la diosa penetra hasta el interior de la tierra, donde habita Vulcano fabricando las armas con las que numerosas deidades y héroes se equiparán para librar la batalla cósmica: su propia hacha, la espada de Ares, las flechas de Artemisa y Apolo o las del carcaj de Cupido; el casco, el escudo y la lanza de Atenea, el rayo de Zeus, etc., son forjados en el horno que Vulcano mantiene siempre prendido. Bajo tierra se cuece el fragor de la contienda, se provee a los hombres y a los dioses de las herramientas para el gran combate, indispensable para mantener el equilibrio, la comunicación y el intercambio entre los planos o esferas del universo. Esa es la función sagrada de la guerra, la que aplicada al conocimiento de uno mismo comporta empuñar aquellas armas con las que rasgar los distintos velos de la ignorancia, así como para clavar la daga en el corazón, altar del sacrificio donde se vertirá la sangre humana y se adquirirá una naturaleza otra, luminosa si se quiere, sin cuerpo, ni forma ni figura.


¿Quién no anhela recuperar las alas del pensamiento y ser arrancado del fondo de los pozos del abismo, como decía Proclo? El que elija este viaje en base a su libre albedrío, se revista de coraje y de paciencia y comience por ingresar en las densidades del inframundo, sin soltar empero la invisible cuerda que le tiende la diosa arcana y las armas que le ofrece el forjador. De pronto se escuchan los golpes de su martillo en la fragua, templados por la energía venusina, y no son los bandazos de un bruto sino que desprenden unos sones armónicos en los que el mismo Pitágoras reconoció la armonía de las esferas celestes, aprehendiendo el orden que rige el cosmos, la cosmogonía que explicó a través de la escala del denario, como diez son también las sefiroth del Arbol de la Vida cabalístico que se recorrerán en esta aventura peligrosa y a la vez liberadora.


Los mitos no citan hijos de Hefesto y Venus. Su descendencia es la minúscula semilla a la que se ha visto reducido el iniciado, la que atizada por el "deseo" que le insufla Venus, eclosiona y comienza a crecer hacia la luz. Aunque cabe aclarar el sentido dado a esta palabra, "deseo", pues no se trata sólo de una apetencia del plano inferior del alma -que desvinculada de su realidad universal y ontológica resulta siempre insaciable, agotadora, y finalmente estéril-, sino de la atracción irresistible que ejerce el Principio hacia sí mismo.


De Sphaera, Módena, Italia, 1450.2.00.


El potente tallo del pequeño germen ha perforado la superficie de la Tierra. Sobre ella, Venus promueve las indefinidas uniones, que se expresan como una dialéctica de atracción y repulsión entre opuestos que buscan siempre equilibrarse, aunque para ello se produzcan aparentes desajustes. De ahí que la diosa desate tanto encuentros como desencuentros, paz o guerra, pues éstos son los dos extremos del péndulo en el que se inscribe el compás de la manifestación universal. Su cara luminosa, graciosa y atractiva se complementa con la oscura y negativa, la de la Venus instigadora de odios, cuya ira desata a las furias devastadoras que arrasan lo que encuentran a su paso; la que levanta celos y envidias, provoca enredos, chismes, escaramuzas y peleas y lleva incluso al delirio y el enloquecimiento (recordemos lo sucedido con Medea, o con las hijas de Minos, o con Fedra o las hijas de Preto, presas todas ellas de pasiones desgraciadas). Cuidémonos de esta influencia nefasta que en lugar de liberar el alma la ata a nimias posesiones, a manejos de poderes pequeños y mezquinos, y sin negar su presencia pero sometiéndola, invoquemos siempre a la más alta influencia de la diosa, la que despierta el amor por el Conocimiento.


El sabio renacentista Marsilio Ficino se refirió a las tres naturalezas del amor que puede vivir el hombre, a saber, el ferino, el humano propiamente dicho y el divino, los que pone en correspondencia con tres estados de la conciencia que anidan en su interior, de manera que amor, ser y conocer se corresponden perfectamente. Por tanto, si uno conoce de sí únicamente sus aspectos inferiores, será sólo esto y vivirá atado a esa estrechez grosera, instintiva e inconsciente; si lo que intelige es lo que de humano lo conforma, no saldrá de la cárcel de los sentidos, las emociones y la razón, y el amor se manifestará como un vaivén continuo sin escapatoria entre sentimientos de aceptación o rechazo, pero sin ir más allá de una dualidad afectiva insalvable que además cae con frecuencia en la trampa de las posesiones y las obsesiones desquiciantes. Sin embargo, si se despierta a la naturaleza más alta del amor, éste será el vehículo que conduce al Origen y se vivirá la plenitud de sus posibilidades, que por cierto no excluyen a las inferiores.


En sus multifacéticas manifestaciones, Venus se inmiscuye en los ojos de los seres humanos, y a través de la mirada circula su energía, no en vano se habla del "flechazo" como un potente dardo que despierta el amor a través de la vista, aunque son varias las posibilidades que incita, pues:


"Si el deseo acaba deleitándose en el solo mirar, es llamado amor humano. Si el deseo asciende del deleite de la vista al de la mente o intelecto, es denominado amor divino. Si, por el contrario, el deseo desciende del deleite de la vista al del tacto, recibe el nombre de amor bestial." (Martín José Ciordia, Amar en el Renacimiento. Un estudio sobre Ficino y Abravanel, Ed. Miño y Dávila, Buenos Aires, 2004)


Y ese mismo autor contemporáneo que ha estudiado la obra de Ficino agrega:


"La comprensión de la concepción ficiniana del amor, y de la experiencia de amar de la que parece provenir, alcanza aún mayor luz si se atiende al mayor llamado divino, la tercera especie de deseo temporal engendrada por la vista de un humano. Pues hay que recordar que este amor humanus recién tratado, es considerado en De Amore como escalón para un más lejano salto y vuelo.


El amor divino comienza por el amor humano, es decir con la conmoción humana de ver al amado. Pero, a esta conmoción humana le sucede algo más, otra manera de conocer la imagen amada: 'Conmovido así el espíritu reconoce como suya la imagen del otro que le sale al paso.' No se trata ahora de que el amado correspondiendo al amante le devuelva una mejor comprensión de sí. Tampoco que amante y amado puedan tener educación o ascendente astrológicos comunes que tornen semejantes sus opiniones y temperamentos, de modo de reconocerse por esto uno en el otro. Esto pasa, según Ficino, y también engendra el amor humano.


Pero hay más en este 'reconocer como suya la imagen del otro'. El amante atraído por la imagen del amado, piensa en él. Y en un momento -así pensando- descubre y reconoce que aquello que le atrae del amado es lo mismo que él es, o está llamado a ser. El amante encuentra la esencia de aquello que lo atrae y no lo deja dormir: no la imagen, sino la verdad ontológica de sí mismo que buscaba infructuosamente."
(Amar en el Renacimiento, op. cit.)


Esta fuerza de la mirada que penetra hasta lo más central del ser no se queda, pues, en un simple impacto superficial que acaricia cuerpos, sentimientos o emociones, sino que tiene un alcance profundísimo, no apto para mentes estrechas, miedosas o instaladas en un confort que sólo busca el placer por el placer; puede llegar a abrir el "ojo" misterioso del corazón, promoviendo un conocimiento que ya no es sensitivo, reflejo, indirecto ni analítico, sino directo, vertical, simultáneo y universal ya que es la intuición intelectual la que se ha activado con aquel disparo. Entonces se pueden atravesar muchas instancias del alma, y llegar a la diana, al punto en el que lo humano y lo divino se fusionan sin confusión jerárquica. Es en el corazón donde simbólicamente se produce esta apertura y el inicio del invisible viaje por las esferas planetarias que Venus recorre de arriba a abajo y de abajo a arriba, equipando al neófito con la luz que se alberga en cada una de esas gradas.


¡Cuántos vates, poetas, cantores, filósofos y amantes se han referido de mil maneras posibles a la fuerza cognoscitiva depositada en la mirada! Sólo a modo de ejemplo citaremos un fragmento de un gran mago del amor, William Shakespeare, que lo cantó en su doble faceta trágica y alegre, y que en su obra Trabajos de amor perdidos escribió:


"- Biron: ...pues, ¿dónde hay en el mundo un autor que enseñe tal belleza como unos ojos de mujer? Aprender es sólo una adición a nosotros mismos, y donde estamos nosotros, está también nuestro estudio. Entonces, cuando nos veamos a nosotros mismos en los ojos de una mujer ¿no vemos también allí nuestro estudio? ¡Ah! Hemos hecho voto de estudiar, señores, y en este voto hemos abjurado de nuestros libros: pues, ¿cuando, Majestad, o tú o tú, o tú, en plúmbea contemplación, habéis encontrado tan arrebatados versos como aquellos con que os han enriquecido los ojos sugerentes de las maestras de belleza? Otras lentas artes ocupan enteramente el cerebro, y por tanto, hallando quienes secamente las practiquen, apenas muestran una cosecha de su pesado esfuerzo: pero el amor, que se aprende ante todo en los ojos de una mujer, no vive solo y emparedado en el cerebro, sino, con la moción de todos los elementos, corre tan veloz como el pensamiento en toda facultad, por encima de su función y su deber. A los ojos les añade una preciosa visión; los ojos de un amante dejan ciega a un águila con su mirar; el oído de un amante escucha el más sordo ruido, aun cuando no lo escuche el suspicaz oído del ladrón: la sensibilidad del amor es más suave y fina que los blandos cuernos de los enredados caracoles: la lengua del amor hace grosero el gusto del delicado Baco. En cuanto al valor, ¿no es el amor un Hércules, siempre trepando a los árboles en las Hespérides? Sutil como la esfinge: dulce y musical como el claro laúd de Apolo, con su pelo por cuerdas: y cuando habla el amor, la voz de todos los dioses arrulla el cielo con la armonía. Jamás se atrevió un poeta a tocar una pluma mientras su tinta no estuvo templada con los suspiros del amor: ¡Ah! Entonces sus versos arrebatan a los oídos salvajes, y hacen entrar la benigna humildad en los tiranos. De los ojos de las mujeres tomo esta doctrina: ellos siguen centelleando aún en el fuego prometeico: ellos son los libros, las artes, las academias, que muestran, contienen y nutren al mundo entero: por lo demás, no hay nada en nada que resulte excelso. Entonces habéis sido necios en abjurar de las mujeres, y os mostraréis necios si observáis lo jurado. Por la sabiduría, palabra que aman todos los hombres, los autores de esas mujeres, o por las mujeres, por quienes somos hombres los hombres, desatemos enseguida nuestros juramentos para encontrarnos a nosotros mismos. Es religión el ser así perjuros, pues la caridad misma es la que cumple la ley; y, ¿quién puede separar el amor de la caridad?

- Rey: ¡Por San Cupido entonces! ¡Al combate, soldados!"

(William Shakespeare, Trabajos de amor perdidos, Planeta de Agostini, Barcelona, 2000)


Otto Vaenius, Amorum emblemata 1608


Aunque también es cierto que la mirada mata, fulmina y deja todo reducido a la nada. Bienvenido otra vez el completo derrumbe, la expiración de la respiración que concentra todo en un punto desde el cual comenzará otro aspir en un plano superior, pues, como dice el poeta: "se quiere gustar, paladear, el extracto del cielo; se quiere saber lo que ocultan las formas, lo que los sentidos apenas traducen". Y entonces, desde la superficie de la Tierra, el iniciado se eleva a la esfera de la Luna, a la que la energía de Venus nunca ha doblegado. Se diría que Artemisa y Afrodita son deidades enfrentadas y antagónicas, fría y casta la primera, caliente y voluptuosa la segunda, aunque cada una en sí reúne esas dos contradicciones, lo que por tanto las hermana en el punto central de su tensión. Artemisa o Diana es la virgen que nunca ha conocido varón y que no habiendo gestado ni alumbrado criatura alguna es paradójicamente la patrona de las parturientas, además de que con su ciclo de aparición, crecimiento, plenitud, mengua y desaparición no hace sino reproducir el carácter circular de la regeneración cósmica, de la que ella es símbolo vivo y en la que influye directamente, pues como se sabe la Luna gobierna el crecimiento de gérmenes y plantas, el flujo y reflujo de todos los líquidos y fluidos, los partos y las muertes. Afrodita, por su parte, siendo la despertadora del deseo, de la pasión y del furor amatorio, de la voluptuosidad y hasta el desenfreno, permanece en sí misma indivisible y virgen, lo que viene marcado por el número con el que se asocia, el siete, el cual es primo, o sea, que sólo se divide por sí mismo y la unidad, a la que refleja a su nivel (7 = 7+6+5+4+3+2+1 = 28 = 2+8 = 10 = 1+0 = 1).


El apoteosis de Venus y Diana,
Joachim Wtewael


Revestida de virginidad, vemos a Venus elevarse hasta toparse con "el alado Mercurio, el mensajero secreto del demiurgo del mundo". Su encuentro es una de las conjunciones más fugaces y a la vez más excelsas que se producen en el alma. El rápido Mercurio, promotor de la muerte iniciática, transmisor de los mensajes de todos los dioses, revelador de la doctrina, instructor de los hombres en el descifrado de los símbolos, políglota que enseña la lengua de los pájaros, se entrecruza con el encanto y la gracia de la diosa inspiradora del arte, y de su abrazo momentáneo, casi intangible, de esa "unión orgiástica con el cosmos invisible" nacerá la más bella obra de arte, el niño alquímico, macho y hembra a la vez, pequeña criatura andrógina de naturaleza divina que aúna en sí la misteriosa tensión de los dos extremos de la polarización cósmica.


Hermes y Afrodita

Amparado por el calor de su madre que lo va "cociendo" a fuego lento y que le infunde el impulso irrefrenable de dirigirse a lo más alto del empíreo, y adiestrado simultáneamente por el rito instaurado por su progenitor, el Hermafrodita comenzará el asombroso conocimiento de sí mismo. Su vida no es un sinsentido en medio de un caos amorfo, sino que está regulada por el ritmo y el orden que le enseña el escriba divino, el cual lo instruye en las ciencias de las que su madre es inspiradora. Siete son estas artes, llamadas liberales, integradas por las tres de la palabra (gramática, lógica y retórica) y las cuatro del número (aritmética, música, geometría y astronomía). Siete es también el número de los planetas que dibujan la escala que habrá de recorrer, al igual que el de los metales y las notas musicales, los días de la creación más el de descanso y por tanto de las jornadas de la semana en las que se encuadra el trabajo del pequeño vástago moldeado por el Arte y el Rito, que va enhebrando una labor de síntesis, trenzando dos energías opuestas, religando lo de arriba con lo de abajo, lo de enfrente con lo de atrás, lo de la diestra con la siniestra, siempre bañado por los efluvios de los cuerpos celestes, que lo rocían con su luz y su fuerza cognoscitiva.


Richebourg-Salmon,
Bibliotèque philosophique chimique,
París, 1740


Aprende a deletrear en el libro de la vida que está escrito en su ser; aprende a descifrar un nuevo código conformado por números y letras, que se conjugan permanentemente generando módulos y encuadres vinculados por la única vibración que los moldea. Tiene por inspiradoras a las Musas, que con sus cantos, bailes, ejecuciones musicales y representaciones teatrales le revelan la historia arquetípica del universo acompasada al ritmo de una gran respiración que se contrae y se expande a distintos niveles y en diferentes magnitudes con la que él puede sintonizar e integrarse al orden orgánico de la Cosmogonía.


Doma con destreza sus pasiones sin negarlas ni reprimirlas, aunque a veces se presenten con su máscara más atroz y monstruosa. Entonces no las encara de frente, sino que con extrema sutileza e inteligencia las va cercando hasta casi asfixiarlas con sus pequeños pero precisos pies. Y apenas descansa, pues se sabe en primera línea de batalla, donde entornar los ojos es caer de nuevo en el olvido y la ignorancia, por lo que ora y labora incluso cuando el sueño lo embarga. ¿Pues que es el sueño sino otro modo de revelación de la vida de los dioses? Aplacados los sentidos exteriores, todo se concentra en otro plano, donde hay identidad entre el soñador y lo soñado.


Hasta que sin saber cómo, atizado por un fogonazo afrodisíaco y elevado simultáneamente por las alas del heraldo Hermes, es expulsado a la luz de otro cielo más luminoso y renace victorioso de la primera batalla, revestido de la gloria con la que se presenta ante el altar sacrificial en el círculo del astro rey.


Karl von Eckhartshausen,
Los números en la naturaleza,
Leipzig, 1794


Venus le sigue mostrando el sendero a seguir. Ella siempre circula muy próxima al Sol. Su revolución en el firmamento la hace aparecer durante un período de tiempo al alba, anunciando la salida de la gran estrella del día, y en otro plazo, justo después de su ocaso. Su luz brillante y fulgurosa tras la puesta del Sol anuncia que más allá del astro rey hay otros círculos astrológicos regidos por deidades más lejanas, pero igualmente reales. El pequeño andrógino no resiste esa atracción que le impele a cruzar las llamas de la fuente de la luz y del calor. Se pregunta qué habrá más allá y es tal el magnetismo de la lira que tañe Apolo desde el corazón del cielo que se acerca y se acerca y ya se inflama, arde, se consume la piel de la forma, y sobre el ara sólo quedan las pavesas. Se ha entregado sin guardar ni un cachito de sus pertenencias.


Ave Fénix


¿Quién soy? ¿Dónde estoy? De las cenizas se levanta un ave invisible que ningún ojo humano ha visto jamás. Se llama Fénix y su vuelo solitario planea por un espacio repleto de ideas que ayuntadas y relacionadas a distintas escalas componen un concierto sólo audible por el alma superior. La bella Afrodita, atraída por esos sones secos y metálicos que ya escuchó en la fragua de Vulcano, se acerca presurosa a conocer al productor de los impactos. Es Ares, que empuña su espada y la blande en las seis direcciones del espacio limitando con su rigor ámbitos, planos y matrices en las que contener a los innumerables vástagos que Júpiter genera incansablemente. Con su combate, el violento guerrero acota las coordenadas de la manifestación en una lucha que no parece conocer descanso, salvo ese escueto solaz en el que la diosa lo desarma, y los ecos o reminiscencias del fragor riguroso de la batalla se transforman en los dulces acordes de la música de las esferas. Una armonía que reconoce el alma atenta desembarazada de sus apegos, la que se acompasa a un concierto en el que director, intérprete y obra conforman una unidad.


Venus y Marte de Botticelli


Más los amantes son sorprendidos en el lecho por Hefesto, que los envuelve con una red metálica, y la sonora carcajada de los demás dioses al conocer el adulterio se expandirá por siempre más en toda la extensión del firmamento; risa catártica que retumba y abre brechas entre los mundos y deja que esa armonía, por momentos sutil y en otras ocasiones abrupta y violenta, se cuele hacia abajo revelando a los hombres el son convulso y a la vez consonante de la magna sinfonía cósmica, al tiempo que también se eleva hacia su fuente primera.


Venus y Marte descubiertos por los dioses,
Joachim Wtewael


Dice Ficino a propósito de la música:


"Hay entre los intérpretes platónicos una doble música divina. Creen que una se encuentra de modo real en la mente eterna de Dios, y la otra, en cambio, en el orden y movimiento de los cielos. Por ella las esferas celestes y las órbitas producen una cierta armonía admirable. De ambas había sido partícipe nuestro espíritu, antes de que fuera encerrado en los cuerpos; pero en estas tinieblas se sirve de los oídos como de pequeños resquicios, y de todos los sentidos, y gracias a éstos alcanza, como ya hemos dicho muchas veces, las imágenes de aquella música incomparable. Por ellos es devuelto a cierto recuerdo íntimo y callado de la armonía de que antes gozaba, todo entero se inflama en el deseo y anhela gozar de nuevo de la verdadera música y volver volando a las regiones que le son propias." (Marsilio Ficino, Sobre el furor divino, Ed. Anthropos, Barcelona, 1993)


Y a propósito de esa música de las esferas, que es acorde y amor de los cuerpos celestes, Abravanel escribe en sus Diálogos de Amor:


"Pero quisiera que me dijeras si los cuerpos celestes, además del amor que sienten por las cosas del mundo inferior, se aman entre sí, ya que, teniendo en cuenta que entre ellos no existe generación (que merece la principal causa del amor entre las cosas del universo), parecería que tampoco debiera darse el mutuo amor y el placer de la identificación.


Filón: - Aunque entre los cuerpos celestes falta la recíproca y mutua generación, no falta el perfecto y recíproco amor. La principal demostración de que tienen amor entre sí, es que entre ellos reina constantemente la amistad y la concordancia armónica, pues tu ya sabes que toda concordancia procede de una verdadera amistad o de un verdadero amor. Si contemplases, Sofía, la correspondencia y la concordancia de los movimientos de los cuerpos celestes (de los que se mueven de levante a poniente, y de los que se mueven al revés, de poniente a levante; unos con movimiento velocísimo, otros con menor velocidad; unos despacio, otros muy lentamente; a veces se mueven regularmente, otras retrogradan; a veces están parados en la estación, sea en la progresión sea la retrogradación; a las veces se inclinan a septentrión, otras hacia mediodía y otras van por el centro del Zodíaco; uno de ellos, el Sol, jamás se aparta de aquel recto camino del Zodíaco, no se inclina ni hacia septentrión ni hacia mediodía, como hacen los demás planetas); si conocieses el número de las esferas celestes, a causa de las cuales son necesarios los diversos movimientos (sus medidas, formas y posiciones; sus polos, epiciclas, centros y excéntricos: uno ascendente y otro descendente; uno al oriente del Sol y otro al occidente, y muchas cosas que sería largo citar en nuestro actual diálogo), si conocieses todo esto verías una correspondencia y una concordia tan admirables entre diversos cuerpos y diferentes movimientos en una unión armónica, que quedarías maravillada por la previsión del ordenador. ¿Qué mayor demostración de verdadero amor y perfecto afecto del uno hacia el otro cabe que ver una tan sueve conformidad, basada y persistente en tanta diversidad? Decía Pitágoras que los cuerpos celestes al moverse producían voces excelsas, que se correspondían una a otra en armónica concordancia, música celestial que -según él- era causa de que todo el universo se matuviera en su peso, en su número y en su medida. Señalaba a cada esfera y a cada planeta un sonido y una voz propios, y explicaba la armonía que de todos ellos resultaba.


(...)


La principal causa del amor que se da entre los cuerpos celestes es la conformidad de su naturaleza, como es en los hombres la de los temperamentos. Hay entre los cielos, planetas y estrellas tal conformidad de naturaleza y esencia, sus movimientos y actos se corresponden con tanta proporción, que, siendo diferentes, se logra una unidad armónica, por lo que más parecen miembros distintos de un cuerpo organizado que diversos cuerpos independientes. Al igual que de varias voces, unas agudas y otras graves, se forma una melodía entera, agradable al oído, y que, al faltar una de ellas, toda la melodía o armonía queda rota, de la misma manera con estos cuerpos diferentes en tamaño y movimiento, pesados y ligeros, gracias a su proporción y conformidad, se forma una proporción armónica tan estrecha que, con sólo que faltara una pequeña partícula, el conjunto quedaría desecho. Por consiguiente, esta conformidad de naturaleza es causa del amor de los cuerpos celestes, no sólo como diversas personas, sino como miembros de una misma persona. Al igual que el corazón ama al cerebro y a los demás miembros y les proporciona vida, calor natural y espíritu; el cerebro, a los demás, les proporciona nervios, sentidos y movimiento; el hígado, sangre y venas por el amor que sienten unos hacia otros y cada uno tiene al todo por ser parte de él, amor que excede al amor de cualquier otra persona, del mismo modo las partes del cielo se aman recíprocamente con conformidad natural y, al participar todos de una unión de fin y obra, se sirven unos a otros y se acomodan en su necesidad, forman un cuerpo celeste perfectamente organizado". (León Hebreo, Diálogos de Amor, Ed. Tecnos, Madrid, 2002)


Venus se queda preñada de Ares en varias oportunidades, y alumbra a Eros y Anteros, a Armonía, al Temor (Deimo) y al Terror (Fobo); cinco hijos, como el número ligado a Marte. ¡Qué paradoja que el que apareciera como un dios antiquísimo en Hesíodo, Eros, el preolímpico acompañante de Afrodita cuando la diosa llega a Citera, ahora se lo presente como su hijo, mas:


"¿Qué tiene de extraño que dardos ardientes arroje Amor el asesino con amarga risa? ¿No nació de la esposa de Hefesto, la amada de Ares que daba en común a la espada y el fuego?" (Meleagro, Antología Palatina, 5.180)


Aquí lo tenemos, versátil como el que más, infatigable y permanente presencia que se transmuta adoptando distintas apariencias jugando a ser hijo de unos y otros sin que ello suponga una contradicción en esencia; o es quizás esta contradicción la que hará vislumbrar su primera y última ascendencia. Llega ahora de la mano de su complementario Anteros (el amor correspondido), lanzando saetas con las que hiere los corazones de los hombres que no sólo se sentirán inclinados por ese toque a unirse con sus semejantes para reproducir una obra bella -cualquiera que sea en su orden-, sino que por la incisión de dicha flecha despertarán a la posibilidad de la vivencia de esa otra naturaleza del amor, que es la de conocer la "ordenada y agradable unión de diversidades", cuyo nombre es Armonía, hermana de ambos dioses, la cual vehicula la idea de un pensamiento que todo lo cuenta, pesa y mide y lo conjuga antes de reflejarlo en el plano de la creación. Por eso se dice que:


" Este orden pre-existe, se manifiesta en simples relaciones proporcionales, creando patrones que en su armonía reflejan a la totalidad y dan forma tangible a un orden intangible. En el mundo manifestado la unidad se refleja como polaridad, ya que sólo puede concebirse en términos de 'más algo' y 'menos algo'. Sin embargo la polaridad se refiere a los opuestos pero sin indicios aún de que algo nace de ellos. La proporción es lo que nace de esos límites compartidos: es una relación y a su vez un límite que nos abre la puerta a lo ilimitado". (F. González, y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, http://introduccionalsimbolismo.com)


Robert Fludd, Utriusque cosmi
Oppenheim, 1617


Dicho umbral se abre paso hacia el cada vez más estrecho sendero que conduce a lo Infinito, lo que provoca un Temor reverencial, un profundo respeto ante lo incognoscible e insondable, e igualmente embarga de Terror a quien pretende abarcarlo y limitarlo en lugar de dejarse absorber incondicionalmente en su abismo. De ahí la presencia de estos dos hermanos, Deimo y Fobo, deidades tan reales en el alma del iniciado.


La enigmática ave sigue su planeo ascendente y monta a Venus sobre sus lomos, abandonando al aguerrido amante que vuelve sin rechistar a la lucha. Júpiter reclama a la diosa. El padre de la creación no ceja en su función fertilizadora, y es por la intercesión de Afrodita que constantemente se atiza la atracción del dios hacia diosas, semidiosas y humanas, con el fin de copar todos los confines del universo con sus descendientes. Es imposible nombrar la progenie del pater generoso y efusivo, que se metamorfosea en todo tipo de animales y hasta en fenómenos atmosféricos para no dejar de alimentar la gran hoguera de la vida. Incluso se aparea con nuestra diosa, y ¡oh sorpresa!, engendra nada menos que... a Eros. Veamos como lo explica el sabio judío León Hebreo en su Diálogos de Amor, que por cierto constituye otra obra fundamental para conocer las multifacéticas manifestaciones de esta energía amorosa que no puede definirse, ni clasificarse ni encasillarse, sino sólo nombrarla e invocarla para que advenga ella misma, en la plenitud de sus posibilidades. Apunta León Hebreo a propósito del nacimiento de Eros:


"Le dan por padre a Júpiter -que acerca de los poetas es sumo dios- porque tal amor honesto es divino y el fin de su deseo es contemplar la belleza del gran Júpiter; y ya te he dicho que el amado es padre del amor, y el amante, madre. Le dan por madre la magna Venus, que no es ésta que da los deseos libidinosos, sino la inteligencia de aquella belleza, la cual da los deseos honestos, intelectuales y virtuosos, como madre deseante de la belleza de Júpiter, su marido, padre del honesto amor." (Diálogos de Amor, op., cit.)


Otto Vaenius, Amorum emblemata 1608


En cada esfera planetaria Venus ha mostrado la faz con que la Belleza sin atributo se revela a sí misma e imanta en un sólo collar todas las cuentas que la manifiestan. Su atuendo multifácetico es el Cosmos, el Universo, que alberga de modo inmanente la irresistible Belleza trascendente, la Verdad de la que cada ser, entidad, intermediario, démon o dios es un emisario.


El viaje no ha concluido. Tras atravesar con el furor amoroso la Tierra, la Luna, Mercurio, Venus y el Sol, e ir más allá hasta el círculo de Marte y Júpiter, se alcanza la esfera más alejada, la de Saturno, el dios tiempo que mutiló a Urano y que a su vez devora a sus hijos, haciendo con ello posible el milagro de la regeneración universal.


Bandeja pintada por el Maestro de Tarento. S. XV
con seis caballeros contemplando a Venus


Aquí, Afrodita se planta frente a una nueva puerta, la que la expulsó a la manifestación y ahora la va a engullir para devolverla a su origen sin par. En el umbral la detiene un guardián, Atis, sacerdote de la diosa negra Cibeles, uno de los nombres de la Sabiduría. El semblante del centinela es pensativo y su mirada escrutadora. Este oficiante de Cibeles, emasculado al igual que Urano, se halla en el filo entre la manifestación que se regenera perpetuamente con las semillas derramadas desde este enclave del cielo, y un ámbito otro donde ya cesó todo movimiento y distintividad. Identificado con la inteligencia que discrimina y reunifica, da la vida y mata, Atis sólo deja pasar al pensamiento que se ha vaciado de formas, colores, ideas, relaciones, conjunciones y ha retornado a una virginidad o vacío que es pura potencialidad. "Feliz aquél a quien aniquilan los recíprocos combates de Venus" (Ovidio, Amores, 2.10.29) canta el poeta ante el abismo que está presto a cruzar, ligero, muy ligero de equipaje; la diosa está a un paso de manifestar la plenitud de lo que simboliza, y las palabras de Diotima, maestra de Sócrates en los misterios del amor, revelan la síntesis de esta metanoia:


"He aquí, pues, el recto camino de ir hacia las cosas eróticas o de ser conducido por otro: empezar de estas cosas bellas a causa de la belleza aquélla, y sirviéndose de ellas como de escalones subir cada vez, de uno a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas ocupaciones, y de las ocupaciones a las bellas ciencias, hasta terminar -partiendo de éstas- en esa ciencia de antes que no es ciencia de otra cosa sino de la belleza absoluta, y llegar a conocer, por último, lo que es la belleza en sí. Ese es el momento de la vida, ¡oh querido Sócrates!, -dijo la extranjera de Mantinea- en que más que en ningún otro, adquiere valor el vivir del hombre: cuando éste contempla la belleza en sí... ¿Es que no te das cuenta de que es únicamente en este momento, cuando ve la belleza con el órgano con que ésta es visible, cuando le será posible engendrar, no apariencias de virtud -ya que no está en contacto con una apariencia- sino virtud verdadera -puesto que está en contacto con la verdad- y de que al que ha procreado y alimenta una virtud verdadera le es posible hacerse amigo de los dioses y también inmortal, si es que esto le fue posible a algún hombre?" (Platón, El Banquete, 21 1c-21 2a)


Atis,
Museo de Zaragoza

Venus se desprende de su nombre y se hace uno con el de la Diosa que reúne todas las facetas cósmicas en su unidad, siendo ya solamente la Sabiduría, así cantada por el rey Salomón:


"Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque el artífice de todo, la Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incohercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, que todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente, por lo que nada manchado llega a alzanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola lo puede todo; sin salir de sí misma renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive en la Sabiduría. Es ella, en efecto más bella que el sol, supera a todas las constelaciones; comparada con la luz sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero contra la Sabiduría no prevalece la maldad. Se despliega vigorosamente de un confín a otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo." (Sabiduría 7, 21-30)


Un último impulso apunta a la clave de bóveda, a la puerta estrecha que culmina los misterios del Amor, de los que nada más puede decirse, salvo lo que Afrodita con su reaparición en el escenario de la Cosmogonía vuelva a velar y revelar, a escribir con letras invisibles pero ardientes, atractivas, conformando un discurso indefinido e inagotable en sus múltiples manifestaciones.


Arcano XXI del Tarot de Marsella


¿Quién es éste que aparece ahora con la diosa siempre joven y lozana retumbando por los bosques y los montes con su cortejo frenético? Es Dioniso, el privado de razón, el libertador, el que rompe las cadenas de los sentidos y atrae hacia sí a un séquito de mujeres poseídas por el furor mistérico. ¡Poderosa unión la de Venus y Baco en el alma del iniciado! Tiene la fuerza de la imantación, de jalar a sus adeptos hacia el misterio inefable gracias al franqueo de todos los límites. Las Ménades son arrancadas de su vida ordenada y al oir el son de los címbalos y las siringas abandonan su seguridad, su existencia circunscrita al rito cíclico de la vida y se lanzan durante las fiestas dionisíacas al desenfreno, al canto y la danza extenuante que desgarra los corsés de la mente, abriendo filones desde las profundidades del abismo hasta el punto más elevado del zénit. El grito, explosión de vida y de muerte, se encamina a conducir el alma al altar del sacrificio. El delirio báquico no es una demencia patológica de la mente, sino un delirio intelectual que aúna la aniquilación total y el éxtasis de la liberación. Las poseídas por el dios son unas locas de amor por el conocimiento de lo que es más que humano. Han visto la máscara que porta el dios y desean fundirse con la nada vertiginosa de su otro lado inexistente. La vida de los dioses no se puede alcanzar rodando en la periferia de la rueda. Hay que atravesar murallas invisibles, círculos concéntricos guiados por Amor. Dejarse raptar por el furor dionisíaco y venusino.


El hijo de esta pareja inesperada es un ser deforme con un miembro viril siempre erecto, símbolo del eje del mundo que derrama sus semillas a toda la creación, deidad rústica de la fecundidad y los jardines, de la rueda de la vida en constante regeneración, Príapo. Con la llegada de la primavera esparce los gérmenes que la diosa, infatigable, se encargará de distribuir, religar y devolver a su origen increado.


Terminamos tal cual comenzamos, preguntándonos una vez más ¿quién es Venus?



Primavera 2013


Los dioses


Nos dice Federico González Frías acerca de los dioses y las diosas, los protagonistas de las teogonías y las mitologías, en esta dos entrada de su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:


Los hombres hemos buscado en los dioses la respuesta a la impermanencia y al sentido que puedan tener nuestras herencias culturales.


Desde luego, y empleándonos a fondo, hemos podido advertir algo de las creencias que profesaban otros pueblos, similitudes que bien atribuíamos a un mismo pasado, tal vez oculto por la historia, o a una unidad fundamental de la que el propio tema hablaba ya que los dioses (y el propio Dios), cualquiera sea la forma en que se expresan son siempre los mismos e igualmente su profusión es incalculable, según lo admiten los nombres que los enuncian, los que normalmente no son menos de una decena, y a veces la exceden, llegando a las centenas; con lo que nos sumen en la consternación respecto a nuestro módico bagaje cultural de clase media que hoy en día ni siquiera imagina, con sus pequeños conceptos clasificatorios (esto es así, aquello asá), la verdadera pesadilla de la que son víctimas los dioses de Homero, ubicados además, inverosímilmente en la realidad de una guerra o el deseo de volver a casa.


Pero sea lo que sea allí están los dioses, por doquier, diciéndonos siempre menos de lo que necesitamos, lejanos, olímpicos, tan tristes o alegres como nosotros estamos. Y tienen la gracia de que por cualquier modo, o método que sea, de pronto, en un recodo nos iluminan y no sólo se dan a conocer, sino que nos aman y protegen.


Por eso Dios es el padre de todas las cosas, el sol el artesano, y el cosmos el instrumento de su artesanía. La sustancia inteligible gobierna el cielo, el cielo a los dioses, y los demonios, bajo las órdenes de los dioses, gobiernan a los hombres. Y éste es el ejército de los dioses y los hombres.


Dios crea todas las cosas por sí mismo a través de ellos y todas son parte de Dios; y si son partes de Dios, Dios es todas las cosas. De modo que creando todas las cosas, se crea a sí mismo y no podría cesar nunca, pues él mismo es incesante. Y puesto que Dios no tiene fin, así su creación no tiene principio ni fin. (Textos Herméticos, XVI, 18-19).


Dioses y diosas


En esta otra entrada, abunda en el tema:


Hay disparidad de opiniones acerca de cómo son, pero nadie niega su existencia. (Cicerón, Sobre la Naturaleza de los Dioses, II, 13).


Conceptos de lo sagrado presentes en todas las Tradiciones, y de los cuales los seres humanos creen que ha nacido el universo y ellos mismos. Son como todo en el cosmos masculinos y femeninos tal los hombres y la energía de la dualidad en la que se manifiesta el Principio Supremo.


Numerosos en la cultura greco-romana de la que somos herederos, también existen en nuestras civilizaciones judeocristianas como formas intermediarias y jerárquicas, constituyendo un camino de sabiduría y conocimiento hacia el dios monoteísta. Se llaman nombres divinos o de poder, arcángeles y ángeles, querubines, serafines, etc., etc.


Estos espíritus intermediarios han existido en todas las Tradiciones y por lo tanto su número es indefinido, aunque siempre se refieren a atributos del Dios Supremo en los distintos grados en que éste se manifiesta.


Los más altos suelen ser los celestes, manifestados por los planetas, el sol, la luna y las estrellas, aunque sobre ellos hay otros niveles mucho más misteriosos y escondidos.


Manuscrito iluminado medieval, siglo XV

Igualmente se puede apreciar en el Árbol de la Vida Sefirótico esta escala de entidades intermediarias de mundos y números.


Por eso se ha dicho muy justamente, que el alma de los dioses es pensamiento. (Asclepio II, 18).


El problema de lo único y lo múltiple está también relacionado con los distintos nombres divinos con que se expresa la unidad esencial.


Manuscrito iluminado medieval, siglo XV

La deidad tiene todos los nombres, así como todos los nombres son la deidad, aunque hay que hacer la salvedad de que esos nombres no son sinónimos, sino que, por el contrario manifiestan distintos aspectos de la unidad que no son casuales ni deben ser, por ello, alterados (→Asclepio II, 20).


2. Dioses Caldeos (sumerios, asirios, babilónicos) (→ Teogonía).


3. Diosas Judías. Lejos de ser monoteísta el pueblo judío ha sido en algunas épocas politeísta, aunque la idea de una diosa judía símbolo de la fecundidad y el amor haya sido objeto de devoción para los hebreos que –incluso– llevaban como amuletos estos pantáculos, sobre todo otros nombres de esta diosa a la que rendían culto bajo el nombre de Aserá, Astarot, Astarté, es decir de diferentes madres del cielo, refugio de nuestras súplicas, a la par que bajo otras formas de esa palabra presente en Ishtar descendiente de la Inanna sumeria, etc. Es el nombre de la actual Esther (Estrella).


En fuentes judías pueden verificarse la presencia de estas diosas, muchas veces en forma de grandes sabias y adivinas, muy preparadas.


En Samuel (I, VII, 4) ya pueden advertirse la presencia de estas deidades y el rechazo del que fueron víctimas las brujas:


… los israelitas quitaron los Baales y las Astartés y sirvieron sólo a Yahveh.


Como enuncia una segunda cita:


… hemos pecado, porque hemos abandonado a Yahveh y servido a los Baales y a las Astartés.


Y dichas palabras son lo suficientemente oídas como para ser tomadas como las precursoras de una catástrofe.


Igualmente debemos hacer la salvedad de que los textos muchas veces no son precisos o se han rescatado sólo fragmentos. Pero algunos restos arqueológicos han ido apareciendo y todos ellos juntos nos ayudan a ir conformándonos una idea de lo que fue el lugar donde se han encontrado, ya que estamos en el summum de los poetas, en la cumbre del Monte Olimpo, aunque aquí de restos nada.


4. Dioses Griegos:


Apolo, Atenea y siete Musas
Nótese el trípode en el centro de la figura.
Sarcófago, relieve, del s. I al II d. C.
Weburn Abbey, Bedfordshire, Inglaterra

"De Orfeo a Museo" (Himnos Órficos, Proemio-Invocación).


Úsalo para bien, amigo


Conoce, pues, Museo, el majestuoso ritual y la invocación que, sin duda, para ti es la más importante de todas. Soberano Zeus, Tierra y sagrados resplandores celestes del Sol, divino brillo de la Luna y Astros todos; también tú, Posidón que abrazas la tierra, de obscura cabellera, sagrada Perséfone y Deméter de espléndidos frutos; Ártemis, flechadora doncella, y asaeteador Febo que habitas el divino suelo de Delfos, y tú, danzante Dioniso, que tienes los más altos honores entre los bienaventurados; y Ares, de corazón violento, y el sagrado y poderoso Hefesto; y la diosa nacida de la espuma que obtiene gloriosos dones; y tú, soberano de los seres infernales, gran divinidad superior, y Hebe, Ilitía y el valeroso Heracles; a las benefactoras Equidad y Piedad también convoco, a las ilustres Ninfas, al grandioso Pan y a Hera, la lozana esposa de Zeus que lleva la égida. También reclamo a la amable Mnemósine, a las nueve Musas sagradas, a las Gracias, a las Horas, al Año, a Leto de hermosos bucles; a la venerable Tía, a Dione, a los Curetes, provistos de armas, a los Coribantes, a los Cabiros, y, del mismo modo, a los grandes Salvadores, hijos inmortales de Zeus; también a los dioses del Ida, al mensajero de los Celestes, el heraldo Hermes, a Temis, profetisa de los hombres. Invoco, igualmente, a la Noche anciana y al Día que trae la luz, a la Confianza, a la Justicia y a la irreprochable Otorgadora de leyes, a Rea, a Crono, a Tetis de azulado peplo, y también al gran Océano, juntamente con sus hijas; al grande y extraordinario Atlante y a Eón, al perenne Crono y a la resplandeciente agua de la Estigia; a los dioses amables, y, además de éstos, a la noble Previsión, al Demón benefactor de los mortales, y al nocivo; a los Démones celestes, a los aéreos, a los que moran en las aguas, a los terrenales, a los subterráneos y a los que se mueven por el fuego; también, a Sémele y a todos los participantes en las fiestas de Baco, a Ino, a Leucótea, a Palemón, otorgador de felicidad, a la elocuente Victoria, a la soberana Adrastea y al gran monarca Asclepio que proporciona dulces dones. Y a Palas, la doncella belicosa, a todos los Vientos, a los Truenos y a las regiones del Universo sostenido por cuatro columnas, apostrofo. A la Madre de los Inmortales invoco, a Atis y a Men, a la diosa Urania, al inmortal y sagrado Adonis, al Principio y al Fin (pues es lo más importante para cada cosa), para que todos ellos vengan propicios, con el corazón alegre, a esta sagrada ceremonia y a la solemne libación.


Giulio Romano, La Caída de los Gigantes (fragmento).
Sala de los Gigantes del Palazzo Te. 1532-1534, Mantua, Italia

5. Dioses Nórdicos. Proceden del Gigante Ymer.


En la aurora del tiempo solo estaba Ymer; no había ni arena, ni mar, ni olas refrescantes; la tierra no existía, ni el cielo sublime, sólo existía el Ginnengagap. (Heinrich Niedner, Mitología Nórdica);


en el Völuspá se lee:


En los tiempos primeros no había arena ni mar, tierra no había, sólo el vacío abismo, cuando nada había, ni las frías olas; ni el alto cielo, y no había hierba. (Snorri Sturluson, Textos de las Eddas).


Y más adelante el mismo autor traduciendo también el Völuspá:


No sabía el sol, no sabía la luna, no sabían las estrellas, dónde estaban sus salas, cuál era su poder, dónde tenían su lugar.


Y tomaron a Ymer (o Ymir), lo despedazaron y con sus partes hicieron el Universo (su cráneo fue la bóveda celeste). Y los hijos de Börr (Bor), que eran los dioses, de unos troncos de árboles crearon a los hombres, es decir al hombre y la mujer Ask y Embla y se les dio el Midgard de alojamiento, mientras que Odín tenía su trono en el Asgard y allí viven los dioses y sus hijos. Ymer era considerado un gigante (del hielo).


6. El dios cultural Tamu, también conocido como Ancestro y Anciano del Cielo es una deidad cultural de los caribes del Brasil. Llegó del Oriente y desapareció tras haber comunicado las artes y la agricultura a su pueblo. Les prometió que les daría ayuda en el futuro y que cuando murieran llevaría sus almas a su palacio en el cielo. El Tamu de los caribes es idéntico al Kamu de los indios arawac, el Caboy de los carayas y el Zune de los indios guaraníes del Paraguay. También al Amavilaca de los nativos del río Orinoco el cual les enseñó las artes y la agricultura, y cuya vuelta en tiempos venideros es esperada por sus fieles. Igualmente el Quetzalcóatl mesoamericano y el Viracocha peruano.


7. Dioses Náhuatl. Antiguos habitantes de México, la Tenochtitlán, los aztecas son a los náhuatl y a los toltecas lo que Roma es respecto a Grecia, y sus dioses pertenecen al panteón náhuatl, adjetivo que incluye una familia de lenguas y además supuestamente una nación, una cultura y estructuras análogas de pensamiento como puede verse en la serie de códices llamados Grupo Borgia.


Dios del maíz. Centéotl. Así se llama al dios del maíz y de la agricultura que se representa en las iconografías azteca y maya, en las que aparece como un mancebo, ocasionalmente ornamentado con una mazorca de maíz. Patrono de las labores de la tierra y de los frutos que ésta da, se lo considera un dios benéfico cuyo destino es determinado por los dioses de la lluvia, el viento y la sequía, el hambre y la muerte.


El maíz es una planta central en las culturas americanas, un alimento sagrado con el que han subsistido estos pueblos, tal cual el arroz, o el trigo, para extremo orientales, medio orientales y occidentales. Para los mayas el hombre está en la presente creación hecho de maíz. No sólo el maíz era sagrado para este pueblo sino que la misma milpa, lugar donde se planta y cosecha, constituía una especie de templo al aire libre.


Citlalatonac y Citlalicue. En el panteón azteca son el padre y la madre universales, representantes del cielo y la tierra o principios masculino y femenino.


Deidades náhuatl, aspectos lumínicos del dios supremo Ometéotl. El nombre masculino significa "astro que hace lucir las cosas". Pareja o Inámic de Citlalinicue "La del faldellín de estrellas", siendo ambos luminarias del día y de la noche. Equivalentes a Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl. Miguel León Portilla en su libro La Filosofía Náhuatl nos dice que los dos primeros nombres con que se designa al principio dual: La del faldellín de estrellas Citlalinicue y el "astro que hace lucir las cosas" Citlalatónac, se refieren obviamente a la doble acción de Ometéotl cuando por la noche hace brillar las estrellas, y cuando de día identificado con el sol, es el astro que da vida a las cosas y las hace lucir.


Cecilio A. Robelo en su Diccionario de Mitología Nahuatl transcribe:


En el códice de Fray Bernardino se dice que en el primer cielo estaba la estrella macho Citlalatonac y la hembra Citlalmina y que eran guardas del cielo puestas por Tonacatecutli, el dios creador…


Paso y Troncoso dicen que era uno de los nombres del dios Mixcoatl y que lo confundían con la Dualidad creadora, Ometecutli y Omecihuatl. Unos autores hacen a Citlaltonac varón, otros mujer; pero –según Paso y Troncoso– esto tiene dos explicaciones: o quisieron decir que había en una misma persona dos naturalezas, masculina y femenina como último atributo de la Dualidad; o al invocarlo como diosa quisieron decir la mujer de Citlaltonac.


Este mismo autor afirma que esta entidad en compañía de su esposa, o contraparte, o aspecto femenino, guardaban el primer cielo. Aunque los dioses equivalentes, Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl habitan el treceavo, que es el más alto, según él mismo anota. Orozco y Berra no identifica a estas deidades (Citlalatonac-Citlalinicue – Tonacatecuhtli-Tonacacíhuatl) sino que hace a las primeras hijas de las segundas.


Dios Desconocido: Ometéotl, el dios supremo, la Unidad, se divide en dos al engendrar a sus hijos Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl que expresan dos opuestos de sí mismo (Cielo y Tierra y hombre y mujer) fundamentalmente. En el códice de Fray Bernardino de Sahagún se dice que en el cielo estaba la estrella macho Citlalatonac y hembra Citlalinicue y habían sido puestas por Tonacatecuhtli-Tonacacíhuatl. (→ Ometéotl).


8. Dioses Mayas


Debido a que estos seres sobrenaturales exhibían una mezcla curiosa de características físicas humanas con las de animales, reptiles y aves, aparecen en la iconografía maya como monstruos fantásticos conjurados de las profundidades de algún reino irreal. Tenían rasgos dualísticos, inherentes a su naturaleza, que se expresan en actos de bondad o iracunda venganza de acuerdo con sus caprichos impredecibles. Algunos dioses fácilmente alteraban sus características físicas y funciones, o asumían manifestaciones diurnas que cambiaban radicalmente por la noche. Para complicar más las cosas, la mayor parte de los dioses eran considerados tanto individualmente como en grupos de cuatro. Por ejemplo, a Itzamná se le consideraba una entidad separada, o como cuatro deidades distintas, cada una con su nombre y funciones específicas. Las fuentes nativas nos hablan de Chac, el dios de la lluvia, en singular, o como poseedor de cuatro aspectos distintos, y esta idea se ilustra de nuevo en los cuatro Bacabs, cada uno de ellos en un rincón del cielo. (Ch. Gallenkamp, Los Mayas).


Los dioses mayas son tan complicados en su forma y atributos que se ha optado por denominarlos con letras: dios D, dios M, etc.


a) Itzamná, dios principal del panteón maya; b) Chaac, dios de la lluvia; c) Yum Kax, dios del maíz; d) Ah Puch, dios de la muerte; e) dios del viento, tal vez Kukulcán; f) dios de la guerra; g) dios de la muerte repentina y de los sacrificios humanos; h) Xamán Ek dios de la estrella polar; i) Ixchel, esposa de Itzamná y diosa del parto y del tejido; j) Ixtab, diosa del suicidio.

9. Estanatlehi. La más respetada deidad de los navajos, la Mujer que se recrea a sí misma, ayudante de la humanidad. Madre de los hermanos gemelos Nagenatzani y Thobadestchin. (→Ixchel).


10. A Dios nadie le ha visto jamás. (Juan I, 18).


11. Dios Desconocido, Abscondito, Escondido. El nombre divino más elevado en poder y misterio.


De los Nombres Divinos, Dionisio Areopagita

II

Así, pues, tal como hemos dicho, de esta supraesencial y recóndita divinidad nadie debe hablar ni decir ningún pensamiento temerario fuera de aquellas cosas que nos han sido reveladas por los sagrados oráculos, pues tal como de Ella misma se manifestó benignamente en las sagradas Escrituras, a todos resta inaccesible la ciencia y contemplación de su sustancia por ser ésta superesencialmente heterogénea. Hallarás que muchos teólogos la alabaron aunque huya de nuestra vista y comprensión y no pueda ser indagada ni investigada ni existe ningún vestigio que nos lleve a su secretísima infinitud. Y, sin embargo, nada de cuanto existe está absolutamente privado del Bien porque misericordiosamente acomoda a cada cosa, por medio de las iluminaciones apropiadas, aquel rayo suprasustancial que le es propio; así como también, en cuanto es posible, eleva a su contemplación, comunión y semejanza, las santas mentes hacia Él de manera que vuelen hacia lo alto con una respetuosa reverencia, no ambicionando, con insolencia, más luz de la que les fue concedida ni con perversa propensión se precipiten (lejos del rayo divino); sino que constantemente y sin volver la vista sostienen el rayo luminoso (que les es concedido) y midiendo su amor según los dones celestes (son elevados), con cierto sagrado temblor, humildemente, y con santidad.

IV

Pero al presente, en cuanto nos es dado, usamos los símbolos para comprender las cosas divinas, mediante los cuales, y según nuestra capacidad, somos llevados a aquella simple y única verdad de las imágenes inteligibles, y después de esta intuición de las cosas deiformes, despojándonos de toda operación intelectual, nos dirigimos, en cuanto es posible, hacia este Rayo supraesencial, en el cual preexistieron de inefable modo todos los fines de todos los conocimientos, y al que no podemos concebir con nuestra razón, ni expresarlo con nuestra palabra, ni verlo en manera alguna con nuestros ojos, ya que Él es superior a todas las cosas y esencialmente ignoto, ya que a la vez y supraesencialmente posee en Sí mismo las definiciones de todos los conocimientos esenciales y de todas las virtudes, situado, por incomprensible poder, en grado infinito, por encima de todas las inteligencias celestiales. Porque siendo todos los conocimientos relativos a entidades que poseen el ser y sus límites se inscriben en el ser, Aquel que es superior a todo ser tiene que ser trascendente por encima de todo conocimiento.

V

Además, si Él trasciende a toda razón y a todo conocimiento, si es superior a toda inteligencia y a toda esencia y todo lo contiene y comprende con su infinitud siendo preeterno a todas las cosas e inaprehensible a los sentidos, ni puede haber de Él imaginación, ni opinión, ni nombre, ni palabra, ni puede ser tocado, ni conocido, ¿cómo hemos de hablar de los nombres divinos, cuando acabamos de declarar que la sobreesencial Deidad es superior a toda esencia, nombre y denominación?

VI

Llámase, pues, luz inteligible, Aquel Bien que está sobre toda luz, fuente de toda radiación y efusión de luz que inunda toda inteligencia por sobre de este mundo, alrededor de éste o en éste, iluminándolas con su plenitud y renovando en ellas todas las facultades del entender y abarcándolas a todas ya que se extiende por sobre todas las cosas; y siendo superior a todas, en cuanto está sobre todas ellas, y tiene inmanente a Sí, de modo trascendente y simplicísimo, todo el fundamento de iluminar en cuanto es fuente (base, raíz) de la luz y trasciende a ésta y reúne a todos los que gozan de inteligencia y de razón y los unifica. Porque así como la ignorancia separa a los que yerran, así la epifanía de la luz reúne y unifica a los iluminados y los perfecciona y los dirige hacia Aquel que verdaderamente es, retrayéndolos de las opiniones dudosas y contrae los varios aspectos (o, para hablar más propiamente), las cosas varias, a un verdadero y puro y simple conocimiento y lo llena todo de una sola luz unificante.


Corpus Hermeticum, capítulo XI:


Habiendo puesto en tu pensamiento que no hay nada imposible para ti, considérate inmortal y capaz de comprenderlo todo, todo arte, toda ciencia, el carácter de todo ser viviente. Asciende más alto que toda altura, desciende más bajo que toda profundidad. Reúne en ti mismo las sensaciones de todo lo creado, del fuego y del agua, de lo seco y de lo húmedo, considerando que estás a la vez en todas partes, sobre la tierra, en el mar, en el cielo, imagina que aún no has nacido, que estás en el vientre materno, que eres adolescente, viejo, que estás muerto, que estás más allá de la muerte. Si abarcas con el pensamiento todas esas cosas a la vez, tiempos, lugares, substancias, cualidades, cantidades, puedes comprender a Dios.


Y Platón,


Decir y conocer el origen de las otras divinidades es una tarea que va más allá de nuestras fuerzas. Hay que creer, por consiguiente, a los que hablaron antes, dado que en tanto que descendientes de dioses, como afirmaron, supongo que al menos conocerían bien a sus antepasados. No es posible, entonces, desconfiar de hijos de dioses, aunque hablen sin demostraciones probables ni necesarias, sino, siguiendo la costumbre, debemos creerles cuando dicen que relatan asuntos familiares. (Platón, Timeo 40d-e).


Y agregamos otros conceptos acerca del tema:

– ¿Quieres que sugiramos a tu padre que acompañe nuestra súplica a Dios con incienso y perfumes?


Pero Trismegisto, que le había oído, repuso irritado:


– ¡Calla Asclepio! ¡Calla!, porque casi es un sacrilegio quemar incienso y todo lo demás mientras se ora a Dios, pues nada le puede faltar a quien es él mismo todas las cosas o en quien todas las cosas están. Por tanto, adoremos a Dios dándole gracias, porque la mejor forma de incensar a Dios es la acción de gracias de los mortales. (Asclepio III, 41).


*


H unab K'u 1, 10: único dios vivo y verdadero y era el mayor de los dioses de los de Yucatán, y no tenía figura, porque decían que no podía figurarse por ser incorpóreo 5: dios único 10: también se le conoce con el nombre de kolop u wich k'in, que sugiere una deidad de la lluvia 13 jet: uno de los nombres con el cual también se conoce a Itsamná, el dios maya de la creación, considerado el más importante de todos. (Diccionario Maya Cordemex).


*


I- IV. Debe saber que 'Eyn-Sof no es Keter como muchos creen, sino que 'Eyn-Sof es la causa de Keter, y Keter el efecto del 'Eyn-Sof que es el principio de los principios. Debe saber también que 'Eyn-Sof es la causa principal de todas las existentes, y que no hay ninguna superior a ella, su primer efecto es Keter y es a partir de Keter que prosigue el encadenamiento de los demás efectos. No recusamos por ello el hecho de que Keter forme parte de las diez sefirot, como muchos han creído: forma parte de ellas pero solamente desde el punto de vista de los emanados mismos; sin embargo, según la modalidad del conjunto de la emanación a partir de las diez [sefirot], Keter no aparece entre los emanados a causa de su grandeza, y estos últimos, en lugar de estar incluidos en él, son entonces incluidos en Da'at.


II- IX. La razón de ello es que los seres superiores dependen de los inferiores y los inferiores de los superiores, es por eso que el poder de lo inferior se encuentra en lo superior, y el de lo superior en lo inferior.


Por el contrario en lo que concierne a 'Eyn-Sof, todos dependen de él y él de ningún modo tiene necesidad de ellos. (Moshe ben Ja'acob Cordovero, 'Or Né'érab, La Dulce Luz).


Y dentro de la Tradición China la misma noción:


Mira, y no podrás verlo.
Escucha, y no podrás oírlo.
Extiende tu mano, y no podrás asirlo.
Arriba, no es brillante.
Abajo, no es oscuro.
Sin fisuras, innombrable,
retorna siempre al reino de la nada.
Forma que incluye toda forma,
imagen sin ninguna imagen,
sutil más allá de todo concepto.
Acércate y no hallarás un comienzo;
síguelo y no hallarás un final.
No puedes conocerlo, pero puedes serlo
asentándote en tu propia vida.
Simplemente date cuenta de tu origen;
esta es la esencia de la sabiduría.
(Lao Tse, Tao Te King, 14, trad. Stephen Mitchell).



Primavera 2014


Atenea-Palas-Minerva, diosa de la Guerra


"El triunfo de la Virtud" de Andrea Mantegna
En primer plano la diosa Minerva


En la tradición greco-latina, Atenea-Minerva es entre otras atribuciones la diosa de la guerra. De carácter andrógino, está siempre al frente de las batallas y al ser también adalid de la Inteligencia, procura el diseño de la estrategia a seguir, infundiendo en el alma del guerrero el valor imprescindible a la par que la templanza.


No se puede emprender una lucha, al nivel que sea, sin invocarla procurando atraer su influencia.


"Sal, Atenea, destructora de ciudades, la del casco de oro, tú que te regocijas con el fragor de escudos y caballos". (Calímaco. Himno a Atenea en Himnos y Epigramas, Ed. Gredos, Madrid, 2011)


Estatua de Minerva armada


Por otra parte, los dioses siempre van por delante en las batallas, como bien sabían todos los integrantes de una sociedad sagrada cuando se lanzaban a la contienda, por lo que nada mejor que ponernos en sus manos para abrir y recorrer los inextricables senderos del Destino. Proclo le compuso este Himno que tituló A Atenea muy prudente:


Escúchame, hija de Zeus portaégida, que saltaste
de la fuente paterna y de una excelsa cadena;
de corazón viril, portadora del escudo, de gran fuerza, de poderoso padre,
Palas, Tritogenia, que blandes la lanza, de áureo yelmo,
escucha: recibe mi himno, soberana, con ánimo favorable,
y no abandones nunca vanamente mi palabra a los vientos;
tú que abriste las puertas de la sabiduría holladas por los dioses
y domaste la raza de los Gigantes terrestres, que combaten a los dioses;
tú que, rehuyendo el deseo del ardiente Hefesto,
guardaste el indómito freno de tu virginidad;
tú que salvaste el corazón no partido del rey
Baco en las cavidades del éter, otrora dividido
a manos de los Titanes, y presurosa lo diste al padre,
para que un nuevo Dioniso, por designios inefables,
se rejuvenezca en el mundo desde el seno de su madre Sémele;
tú, cuya hacha, cortando de raíz las cabezas salvajes de Hécate que todo lo ve,
calmó la generación de los sufrimientos;
tú que amaste el poder venerable de las virtudes que despiertan a los mortales,
que has embellecido la vida entera con varias artes,
infundiendo la demiurgia intelectiva en las almas;
que obtuviste la acrópolis en una colina de elevada cima,
símbolo, soberana, de tu elevadísima, excelsa cadena,
que amaste esta tierra nodriza de varones, madre de libros,
usurpando el deseo sagrado de tu tío paterno,
y concediste a la ciudad tener tu nombre y nobles pensamientos;
allí, bajo la alta cima de la montaña, hiciste brotar
un olivo, signo del combate, claro también para los descendientes,
cuando sobre los Cecrópidas, con ayuda de Posidón,
vino del mar una ola agitada e inconmensurable,
golpeando todo con sus resonantes corrientes.

(...)


Minerva, en "Livre des échecs amoreux moralisés",
de Robinet Testard, s. XV


En el emblema XXIII del libro Atalanta Fugiens, el alquimista Michael Maier se refiere con estos términos al extraordinario nacimiento de Palas-Atenea:


"Hay una cosa admirable de la que Grecia nos da fe, y que fue celebrada entre los rodios. Dicen que cayó de las nubes una lluvia de oro donde estaba el Sol haciendo el amor a la diosa chipriota, y también cuando Palas salió del cerebro de Júpiter. Caiga así el oro en tan grande cantidad como lluvia de agua, en vaso adecuado." (Michael Maier, La Fuga de Atalanta, Ed. Tuero, Madrid, 1989)


"Atalanta Fugiens", Michael Maier
Nacimiento de Atenea


Sea pues derramado el oro en la copa vacía del alma de todo aquel guerrero que te invoca, y que necesita de tu fuerza y cercanía para emprender la senda de la lucha interna; pues acometiéndola se renace a un mundo nuevo en el que la guerra mantiene el pulso de la vida, contribuyendo al equilibrio de un cosmos que está en constante tensión entre todas las energías que lo integran.


Pero, ¿por qué eres tú, diosa, la patrona de la lid? Muy alta debe ser tu procedencia. Muy penetrada debes estar de Sabiduría e Inteligencia para poder manejar las riendas de la batalla cósmica.


Busto de Atenea
Museo Ashmole, Boston


El escritor florentino Giovanni Boccaccio, en su Genealogía de los dioses paganos, abunda en las distintas cualidades de esta diosa, siempre reconocida como hija de Zeus-Júpiter y nacida de su cabeza, y aunque siendo en verdad sólo una, nos habla de varias Ateneas, la más primordial de las cuales se relaciona con la Sabiduría, la Inteligencia y las artesanías, mientras que la que presenta como la decimocuarta hija del segundo Júpiter:


"Minerva, pero no la que tiene el sobrenombre de Tritonia, fue hija del segundo Júpiter, según escribe Tulio en Sobre la naturaleza de los dioses [3.21, 53]; el propio Tulio afirma que fue la inventora y creadora de las guerras y por ello fue llamada Belona por algunos; y hermana y auriga de Marte, como parece atestiguar Estacio [7.72-74] que dice: 'Gobierna a los uncidos la negra Belona con su ensangrentada mano y los excita con su larga jabalina, etc.' Y no fue ésta la que los antiguos afirmaron que fue virgen y estéril sino que, como dice el mismo Tulio [3. 22, 55], de Vulcano, el más antiguo hijo del cielo, dio a luz al primer Apolo. Además, según dice Leoncio, es ésta a la que imaginaron que se distingue por sus armas, de mirada torva, que lleva una lanza muy larga con un escudo de cristal y esto más para poner de manifiesto que la guerra fue inventada por ella que por algún otro significado." (Giovanni Boccaccio, Los quince libros de la Genealogía de los dioses paganos, Centro de Lingüística aplicada Atenea, Madrid, 2008)

Minerva en "De Mulieribus Claris"
Giovanni Boccaccio

Y nos parece bien apropiada la interpretación que ofrece a continuación Boccaccio sobre el significado de esta lucha:


"Yo no creo tal cosa sino que pienso que todos aquellos distintivos le fueron atribuidos para poner en evidencia algún misterio. Pues ya que todos somos perjudicados por continuas guerras, pienso que se la imaginó armada para que aprendamos que los hombres previsores están siempre en las armas, esto es en sus reflexiones con las que pueden salir al encuentro de las emergencias. El hecho de que tenga los ojos torvos muestra que el sabio no puede ser sorprendido fácilmente, puesto que la mayoría de las veces con sus obras externas hace visible que hace una cosa muy distinta a la que lleva en su ánimo, del mismo modo que el torvo mira a un lugar diferente del que piensan los que contemplan su rostro. Se le consagra una lanza muy larga para que conozcamos que el hombre prudente también reconoce las cosas alejadas y puede clavar los golpes desde lejos y repeler a los que lo acechan. Le ha sido atribuido un escudo de cristal para que se haga visible en el cristal transparente y en el cuerpo sólido que el hombre prudente contempla del mismo modo y a la vez las obras del enemigo y se protege a sí mismo con los remedios adecuados."
(Op. cit., Libro V, cap. XLVIII)


Minerva distribuyendo armas en
"L'Epître d'Othéa" de Cristina de Pizán


Minerva está siempre dispuesta a vestirse para emprender la batalla, para guiar al guerrero, orientarlo, alentarlo cuando sus energías desfallecen, templarlo cuando el exceso de furia o la precipitación pueden malograr la jugada; Atenea vigila, se mantiene alerta y piensa constantemente en la estrategia a seguir. La verdadera guerra se libra primero en el mundo de las ideas, y ella la diseña, planifica e inspira su ejecución, conduciendo el intelecto del guerrero con su luz.


Minerva Vistiéndose II
Lavinia Fontana

Esta diosa representa también, por tanto, la idea-fuerza que coadyuva a la cohesión y armonía del universo, a mantener el orden a través del arte de la armonización de los opuestos. Proclo así lo destaca:


"Que los teólogos celebran especialmente dos potencias de nuestra señora Atenea, la guardiana y la perfectiva, la una preserva puro e indoblegable por la materia el orden del universo, la otra llena todas las cosas de luz intelectiva y las convierte a sus propias causas. Por ello Platón de modo análogo en el
Timeo (24c7-d1) celebra a Atenea como 'amante de la guerra y de la sabiduría'. Y de ella se han transmitido tres órdenes: primero, el fontanal e intelectivo, según el cual se establece en el padre y es inseparable de allí; segundo, el principal, según el cual está en compañía de Core y determina toda la procesión de ella y la convierte hacia sí; y tercero, el independiente del mundo, según el cual Atenea completa todo el mundo, lo cuida y lo recubre con sus propias potencias, conteniendo todas las cimas encósmicas y fundamentando ella misma todos los dominios en el cielo y los que proceden bajo la luna." (Proclo, Lecturas del Crátilo de Platón, Akal, Madrid, 1999)


Y continua:


"Atenea y Hefesto" rodeados de los Curetes
Giorgio Vasari (1567), Galería de los Uffizzi

"Pues bien, ahora Socrates celebra la potencia guardiana mediante el nombre de Palas (Cra. 406d7-407a5), y la potencia perfeccionadora, mediante el de Atenea (Cra. 407a6-c2). Así pues, deja entrever la danza rítmica por medio del movimiento, de la que también hace partícipe en primerísimo lugar al orden de los Curetes, y en segundo lugar, también a los otros dioses; la diosa es, en efecto, por esta potencia, jefe de los Curetes, como dice Orfeo (Orph. fr. 185). Por lo que está adornada con las armas de fuego, como aquéllos, con los que supera todo desorden y preserva inmóvil el orden demiúrgico, y revela la danza por el movimiento rítmico; y cuida la razón que procede del intelecto y que somete la materia por ella; 'el universo está mezclado de intelecto y de necesidad', dice Timeo (Tim. 47e5-48a1), ya que la necesidad obedece al intelecto y todas las causas materiales están sometidas a la voluntad del padre. Por cierto, esa diosa es la que subordina la necesidad a la productividad del intelecto, eleva el universo a la participación del dios, lo impulsa, lo fundamenta en el cobijo del padre y lo cuida eternamente. Ya se diga que el universo es indisoluble, esa diosa es dispensadora de la permanencia del universo, ya se diga que danza en todo tiempo, ésa es protectora del aprovisionamiento conforme a una única razón y un único orden. Así pues, observa toda la demiurgia del padre, la contiene y convierte hacia él, y somete toda la indeterminación material. Por ello también ha sido llamada Victoria y Salud, haciendo que el intelecto domine sobre la necesidad y la forma sobre la materia, preservando el mundo, siempre entero y perfecto, sin vejez ni enfermedad. Por tanto es propio de esa diosa elevar, dividir y vincular los seres más divinos a través de la danza intelectiva, fundamentar y cuidar..." (Proclo, Op. cit.)


Esto hace indisoluble el vínculo de Atenea con las Musas, las diosas del ritmo, de la danza, del canto, de los ciclos, de los módulos numéricos presentes en cualquier estructura orgánica, de la inspiración por la que se es aspirado a otro mundo regulado por las armonías concertadas en un claro del bosque apartado y protegido, del que mana la fuente de vida y el caudal de la Sabiduría derramado por doquier, inmanente en toda la Creación, y que como sustancia espermática fecunda el alma del poeta, del músico y del matemático, del astrólogo y actor que escenifica la obra cosmogónica en su alma.



"Minerva y las Musas"
Jacques Stella (1596)

Y también acompaña en muchos episodios a Hermes-Mercurio, transmisor de mensajes e igualmente instructor en las artes, guía y protector del alma de viajeros y aventureros. Con frecuencia se los ve actuar conjuntamente, muy atentos a las peticiones de los seres humanos, obedientes al mandato de Zeus, recogiendo y elevando las súplicas de los guerreros y revelándoles los difíciles senderos y gestos a emprender para el avance en la batalla: el momento propicio para el ataque, o bien de la opción por la defensa.


Atenea saliendo de la cabeza de Júpiter, flanqueados por Hermes y Afrodita
Parque de Stuttgart, Alemania
(Foto: Meera Viviana González)


En el relato arquetípico de la Odisea, viaje prototípico del hombre que retorna a su morada, a su Origen, y que es visto como la principal de las guerras a lidiar, Atenea intercede ya desde el inicio en favor de Odiseo ante Zeus:


"... Pero es por el prudente Odiseo por quien se acongoja mi corazón, por el desdichado que lleva ya mucho tiempo lejos de los suyos y sufre en una isla rodeada de corrientes donde está el ombligo del mar... ¿Es que no te era grato Odiseo cuando en la amplia Troya te sacrificaba víctimas junto a las naves aqueas? ¿Por qué tienes tanto rencor, Zeus?" (Homero, Odisea, Cátedra, Madrid, 1998)


Y Zeus, tras oírla, finalmente consiente en apoyar a la diosa para que el héroe regrese a su hogar, a pesar de que Poseidón siga manteniendo la afrenta contra Odiseo, que se prolongará hasta su arribo a Itaca. Pero Atenea se pone inmediatamente manos a la obra:


"Padre nuestro Cronida, supremo entre los que mandan, si por fin les cumple a los dioses felices que regrese a su casa el muy astuto Odiseo, enviemos enseguida a Hermes, al vigilante Argifonte, para que anuncie inmediatamente a la Ninfa de lindas trenzas nuestra inflexible decisión: el regreso del sufridor Odiseo. Que yo me presentaré en Itaca para empujar a su hijo -y ponerle valor en el pecho- a que convoque en asamblea a los aqueos de largo cabello a fin de que pongan coto a los pretendientes que siempre le andan sacrificando gordas ovejas y cuernitorcidos bueyes de rotátiles patas. Lo enviaré también a Esparta y a la arenosa Pilos para que indague sobre el regreso de su padre, por si oye algo, y para que cobre fama de valiente entre los hombres." (Op. cit.)


"Hermes y Atenea", B. Spranger (1585)


Odiseo presiente a la diosa por doquier, la invoca constantemente, y ella le presta asistencia, impeliéndole en ocasiones valor y coraje para una afrenta directa con el enemigo, pero las más de las veces, camuflándolo para que pase desapercibido, como en este pasaje en la ciudad de los feacios, donde Atenea le sale al encuentro bajo la apariencia de una niña pequeña con un cántaro para revelarle el camino del palacio del rey:


"Entonces Odiseo se dispuso a marchar a la ciudad, y Atenea, siempre preocupada por Odiseo, derramó entorno suyo una gran nube, no fuera que alguno de los magnánimos feacios, saliéndole al encuentro, le molestara de palabras y le preguntara quién era. (...) 'Yo te mostraré, padre forastero, la casa que me pides' (...) Hablándole así le condujo rápidamente Palas Atenea y él marchaba tras las huellas de la diosa. Pero no lo vieron los feacios, famosos por sus naves, mientras marchaba entre ellos por su ciudad, ya que no lo permitía Atenea, de lindas trenzas, la terrible diosa que preocupándose por él en su ánimo le había cubierto con una nube divina." (Ibid.)


El guerrero, encendido por la cólera, o apremiado por el deseo de llegar a su casa y acabar con los pretendientes que se han apoderado de su hacienda y que acosan a su esposa Penélope día y noche, recibe de nuevo el consejo de Atenea, quien en esta ocasión le plantea otra estrategia inteligente:


"Vamos, te voy a hacer irreconocible para todos: arrugaré la hermosa piel de tus ágiles miembros y haré desaparecer de tu cabeza los rubios cabellos; te cubriré de harapos que te harán odioso a la vista de cualquier hombre y llenaré de legañas tus antes hermosos ojos, de forma que parezcas desastroso a los pretendientes, a tu esposa y a tu hijo, a quienes dejaste en palacio." (Ibid.)


Atenea Partenos, jaspe rojo, s.I b.C.
Museo Nacional Romano


Una vez alcanzada su patria, la isla de Itaca, llega la hora de darse a conocer a su hijo Telémaco:


"Atenea hizo señas con sus cejas, diose cuenta el divino Odiseo y salió de la habitación junto a la larga pared del patio. Se puso cerca de ella y Atenea le dijo:


'Hijo de Laertes, de linaje divino, Odiseo rico en ardides; manifiesta ya tu palabra a tu hijo y no se la ocultes más, a fin de que preparéis la muerte y Ker para los pretendientes y marchéis a la ínclita ciudad. Tampoco yo estaré mucho tiempo lejos de ellos, pues estoy ansiosa de luchar.'


Así dijo Atenea y le tocó con su varita de oro. Primero puso en su cuerpo un manto bien limpio y una túnica, y aumentó su estatura y juventud. Luego volvió a tornarse moreno, sus mandíbulas se extendieron y de su mentón nació negra barba." (Ibid.)


Y cuando su hijo lo identifica, Odiseo le confiesa que todas sus transformaciones son fruto de la diosa:


"En verdad esto es obra de Atenea la Rapaz que me convierte en el hombre que ella quiere -pues puede-: unas veces semejante a un mendigo y otras a un hombre joven vestido de hermosas ropas, que es fácil para los dioses que poseen el vasto cielo exaltar a un mortal o arruinarlo". (Ibid.)


En la hora del ataque decisivo, Atenea no derrocha entonces palabras de aliento, y lo impele a acabar hasta con el último de los pretendientes; sin concesiones, implacable.


"Entonces Odiseo examinó todo su palacio por si todavía quedaba vivo algún hombre tratando de evitar la negra muerte. Pero los vio a todos derribados entre polvo y sangre..."


Finalmente, llega el momento en que Penélope reconoce que su esposo es ese "forastero" que ha dado muerte a todos los pretendientes, y en la prueba concluyente, de nuevo se hace presente un elemento relacionado con la diosa. Se trata de una rama de olivo -árbol de Atenea-, que el héroe dejó bajo el lecho conyugal antes de partir hacia Troya, y de cuya existencia sólo él y su esposa eran sabedores:


"... pues hay una señal en el labrado lecho y lo construí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifiqué el dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas, habilidosamente trabadas. Fue entonces cuando corté el follaje del olivo de extensas hojas; empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtiéndolo en pie de cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillan de púrpura". (Ibid.)

 

Ulises y Penélope cerca del lecho, con Atenea presente
Felice Giane, Palazzo Milzetti, c. 1758


Atenea ha estado al lado de Odiseo desde el inicio hasta el fin de la Odisea. Su presencia, al ser interna, nunca lo ha abandonado, como jamás abandona al ser humano que confía en su guía, su luz y su firmeza. Inteligencia y Sabiduría encabezan los dos primeros atributos del Uno, del Principio, y ella los revela al mundo entero.


Por otra parte, Atenea no conoce trato con varón, ni divino ni humano. Se mantiene virgen, sólo Hefesto intenta violarla y al ser rechazado derrama en tierra y nace un ser, Erictonio, medio hombre, medio serpiente que la diosa en su benevolencia adopta como su hijo. Pero más que su virginidad destacaríamos su androginia, "varón y hembra por naturaleza" (Himno Orfico a Atenea), pues ella parece pertenecer a ese estadio previo a la polarización, el que reúne sin distinción y en potencia los sexos que se manifestarán como tales en otros estados inferiores del ser. Podríamos decir que está más allá de lo sexuado, aunque contenga la polarización en potencia, tal cual el Principio o el Uno contiene en potencia al dos.



"Atenea despreciando a Hefesto"
Paris Bordone (1555)

¿Cuándo descansa la diosa? Sólo al final de la batalla se alcanza la Paz, ese estado de Unidad, o mejor de no-dualidad. Pero la lucha es larguísima, aunque hay momentos de tregua en los que la diosa se desarma y puede tomar su baño ritual. Calímaco nos dice que son las Pelasgíades o Aqueas, las doncellas encargadas de recibirla y atenderla:


"¡Vosotras, las que preparáis el baño de Palas, salid todas, salid! Ya escucho el relincho de las yeguas sagradas. La diosa se dispone a aparecer. (...)


Id pues, oh Aqueas, y no llevéis perfumes ni alabastros -oigo ya el ruido de los cubos de las ruedas contra los ejes-, para el baño de Palas -Atenea no gusta de los ungüentos mezclados-, y no llevéis tampoco espejo: su rostro es siempre bello. (...) Por ello, no traigáis ahora más que aceite viril, con el que Cástor, y también Heracles se untan. Y llevadle un peine de oro puro, para que pueda componerse el pelo, después de ungir sus rizos perfumados".
(Calímaco, Himno a Atenea, Gredos, Madrid, 2012 )


"Minerva", Heindrick Goltzius
(1605) Frans Hals Museum

Pero contemplarla en su desnudez puede conllevar la ceguera, como le sucede a Tiresias, que sorprendiéndola bañándose entre las aguas calmas junto a la madre del joven, es decir la ninfa Cariclo, la ve y al instante queda privado de la vista, pues como le dice la diosa:


"Así rezan las leyes de Cronos: aquél que vea a alguno de los inmortales cuando ese dios no lo desea, pagará un alto precio por lo que ha visto". (Op. cit.)


Sin embargo, al volverlo ciego, y por el amor que profesa a Cariclo, le otorga un don mayor:


"Conocerá las aves, cuál es de buen augurio, cuáles vuelan en vano y de cuáles son los presagios desfavorables. Muchos oráculos revelará a los Beocios, muchos a Cadmo, y, más tarde, a los poderosos Labdácidas. También le daré un gran bastón que conduzca sus pies adonde necesite ir, y le daré una vida muy dilatada, y será el único que, cuando muera, paseará su ciencia entre los muertos, honrado por el gran Hagesilao. Esto dicho, asintió con la cabeza; lo que Palas aprueba, todo se cumple, pues Atenas sola, de entre sus hijas, concedió Zeus los atributos y poderes que él poseía, y ninguna madre, oh vosotras que preparáis su baño, parió a la diosa, sino la cabeza de Zeus, y la cabeza de Zeus no aprueba en vano..." (Ibid.)


"Minerva vistiéndose I ", Lavinia Fontana (1613)
Galería Borghese, Roma


Finalizamos esta invocación a la diosa con la continuación del Himno que le dedicara Proclo, que la adoptó como su guía y protectora mientras estuvo a la cabeza de la Academia neoplatónica de Atenas:


A Atenea muy prudente, de Proclo (continuación)


Escúchame, tú que irradias una luz pura de tu rostro;
dame un puerto feliz a mí, errante en la tierra,
da a mi alma de tus sacras palabras luz pura,
sabiduría y amor; infunde en mi amor una fuerza
tan grande y de tal clase que me saque
de nuevo de las cavidades terrestres rumbo al Olimpo hasta la morada de tu padre.
Y si una infausta vicisitud de mi vida me domina
-pues sé que soy atormentado ya de un lado ya de otro, por muchas
acciones impías, que cometí con ánimo insensato-,
sé propicia, dulce consejera, salvadora de mortales, y no dejes que
sea presa y botín para las horrendas Vengadoras
postrado en tierra, porque suplico ser tuyo.
Da a mis miembros una salud firme e indemne,
y aleja la multitud de odiosas enfermedades que consumen la carne,
sí, suplico, reina, y con tu mano divina
haz cesar toda desgracia de negros dolores.
Da a mi vida, en su travesía, vientos en calma,
hijos, matrimonio, gloria, felicidad, gozo amable,
persuasión, charla de amigos, espíritu sutil,
fuerza contra los enenmigos, sitio de preferencia entre el pueblo.
Escucha, escucha, reina; llego a ti invocando con abundantes plegarias,
por imperiosa necesidad; y tú presta oído favorable.